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El «buitre» de Kevin Carter, a escena

El «buitre» de Kevin Carter, a escena

«Es la foto más importante de mi carrera, pero no estoy orgulloso de ella, no quiero ni verla, la odio. Todavía estoy arrepentido de no haber ayudado a la niña», dijo el fotógrafo sudafricano, Kevin Carter , al recoger el premio Pullitzer en mayo de 1994 . Dos meses después, agobiado por la presión de las críticas y deprimido por la muerte de su amigo Ken Oosterbroek, se fue a la orilla del río donde había jugado cuando era niño, antes de que supiera lo que era el apartheid ni hubiera cogido una cámara en sus manos. Allí enchufó una manguera al tubo de escape de su coche, lo introdujo por la ventanilla e inhaló, mientras escuchaba música, todo el monóxido de carbono que pudo hasta acabar con su vida.

La historia que rodea a la célebre foto de Carter –portada de «The New York Times» en 1993–, en la que puede verse a una niña sudanesa moribunda, acechada por un buitre, es la idea sobre la que gira la obra de teatro que se estrena hoy en el Centro Cultural Pérez de la Riva de Las Rozas de Madrid, titulada «La Culpa (Kevin Carter 1960-1994)».

En la obra –escrita por Javier Esteban y dirigida por José Luis Baringo –, el fotógrafo sudafricano, interpretado por Pedro Cebrino –que ha participado en películas como «El hombre de arena», de José Manuel González-Berbel, o «La noche que dejó de llover», de Alfonso Zarauza–, graba un video de despedida a su hija antes de suicidarse. En él, a través de un monólogo, afloran los viejos fantasmas que le persiguieron durante su corta e intensa vida, entre los que se encuentran las drogas, la adrenalina de la guerra, el apartheid y, como no, aquella foto, la niña y el buitre.

«He llegado a un punto en el que el sufrimiento de la vida anula la alegría. Estoy perseguido por recuerdos vividos de muertos, de cadáveres, rabia y dolor. Y estoy perseguido por la pérdida de mi amigo Ken», dejó escrito Carter en una confusa nota sobre el asiento del copiloto.

Desde que «The New York Times» publicó su foto en marzo de 1993, millones de personas se lanzaron a un debate mundial sobre la actitud del fotoperiodista al captar aquella imagen que trataba de reflejar el hambre que azotaba a aquel rincón del planeta. Miles de veces tuvo que responder a la misma pregunta: «Y después, ¿ayudaste a la niña?».

Fue la gota que colmó el vaso en la turbulenta y emocionalmente desordenada vida de Carter, adicto al «White Pipe» –mezcla de marihuana, mandrax y barbitúricos–, que formaba parte de «esa clase de reporteros que no se amilanan ni cuando la muerte les mira de cerca o la sangre les salpica la lente», explicaba a El Mundo el fotógrafo Carlos Davila, quien meses después realizó fotografías parecidas en el sur de Sudán, sin que levantaran el más mínimo revuelo.

A Carter, en cambio, le brotaron millones de detractores y defensores por todo el mundo: «Mercenarios en busca de premios Pullitzer o dinero, como demostró Kevin Carter en 1993 al fotografiar a un niño moribundo en Sudán mientras un buitre esperaba su final, sin que hiciese nada en absoluto porque, al parecer, ayudar al pequeño no habría tenido tanto impacto en las conciencias occidentales como capturar una instantánea», podía leerse en el mismo ABC hace dos años .

«Dudo mucho que Carter hiciera eso – asegura Álvaro Ybarra Zavala, reportero de guerra colaborador de ABC –. El pertenecía a un grupo llamado “bang-bang”, formado por cuatro reporteros, uno de los cueles fue asesinado cuando estaba tomando unas fotos parecidas».

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