
Un puesto de El Rastro liquida parte de sus existencias y recoge firmas contra una ley autonómica | IGNACIO GIL
Domingo
, 24-01-10
El Rastro, el mercadillo con más solera de Europa, está enfermo. No es su edad, más de dos siglos de antigüedad, sino que está amenazado por varios frentes. Sus baluartes, los comerciantes que lo mantienen con vida, saben bien por qué. La crisis, los hurtos y la competencia china son sus mayores preocupaciones.
A Clara Santamaría, la recesión económica le está jugando una mala pasada. Recientemente cerró un establecimiento de ropa que tenía en una estación de Cercanías. Ahora vuelve a sentir la misma espada de Damocles sobre su única fuente de ingresos: su tenderete de textil de El Rastro que regenta desde hace 25 años.
«Nuestro negocio se fundamenta en cosas prescindibles. Desde que comenzó la crisis estamos notando una bajada importante de ingresos», manifiesta. Si esta vendedora sacaba normalmente 600 euros cada domingo trabajado, ahora se reducen a 300.
Los 1.700 puestos que se distribuyen por Embajadores están de capa caída. Ni siquiera la Navidad les avivó sus cuentas. «Cada vez hay más mercadillos y a eso hay que sumarle lo que nos quitan los negocios de los asiáticos, que ahora también abren los domingos», protesta Antonia. Su hija, Susana Plaza, comenta que además, «cada vez hay más chorizos que nos quitan el género». Esta joven informa de que algunos individuos «vienen directamente con bolsas y las llenan con nuestra mercancía».
«Delincuentes de a pie»
José Escudero lleva 30 años al frente de su puesto de bisutería. Además de corroborar que desde hace un año «han bajado sus ventas un 50%», apunta que ahora les toca lidiar «no sólo con los delincuentes de toda la vida, sino con la gente de a pie. Puede ser un señor de 80 años como una chavalita de 15. ¿La Policía?, como si no estuviera.
Para muchos es imposible sustentarse ya con los ingresos que genera un puesto en El Rastro. Incluso los vendedores más nuevos perciben el declive del mercadillo capitalino. Fátima trabaja desde hace tres años en uno de los puestos. «Es horrible. Hay muchos robos, sobre todo de rumanos». En varias ocasiones se ha encontrado carteras vacías entre la ropa que se amontona en sus mesas del puesto.
Sin embargo, los agentes de la Policía Municipal que controlan la zona informan de que la delincuencia en El Rastro «no es mayor que la de hace unos años. Están los mismos de siempre: los argelinos, los gitanos españoles y los gitanos rumanos».
Pilar López camina con tres amigas por el rastrillo. Vienen de Mallorca. Mientras observan varios artículos de un tenderete, tres gitanas rumanas las rodean. Aprovechan su despiste «para meter la mano en el bolso». «Pero las hemos pillado a tiempo», dice la afectada. Se dirigen hacia los seis policías de la Plaza de Cascorro. Los agentes apuntan la descripción: «Ahora miraremos, gracias».
«El peor momento»
Mario Agreda, presidente de la Asociación Intercultural del Rastro de Madrid, la más representativa del mercadillo, está de acuerdo con que está viviendo «el peor momento». A su juicio, «el mayor problema es la pérdida del atractivo cultural que tanta fama le ha dado durante décadas, ya que han desaparecido los artesanos». ¿Su solución?: «convertir a El Rastro en un bien de interés cultural».
De no reconvertirlo a corto plazo, su presidente teme «su desaparición. Muchos expolian de los chinos, pero su producto es lo que más prima en El Rastro. Esto no puede ser. Hay que darle originalidad para mantener su popularidad».
Frente a la adversidad, el optimismo. Los comerciantes creen que la crisis «pasará, como todas». Ésa es su motivación para continuar levantándose cada domingo, llueva, nieve o atice el sol, a las seis de la mañana para estar en pie durante diez horas continuadas. Como dice Paco, dueño de un puesto de camisetas: «El Rastro es un lugar de referencia, persistiremos».


