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Cuento de Navidad

TARDÓ en reconocerlo cuando se le acercó en el semáforo para ofrecerle kleenex blandiendo una sonrisa de piano y tocado con un atrabiliario gorro de Papá Noël. Lo que recordaba de él, lo que acaso jamás olvidaría en todo lo que le quedase de vida, ... era el gesto de pánico y desamparo de sus ojos hundidos, el temblor de su cuerpo aterido bajo la ropa empapada, el aire de derrota y de miedo y de resignación durante las friolentas horas de silencio que transcurrieron a bordo desde el rescate hasta la costa. Se le quedó grabada la cicatriz que le surcaba el mentón brillante de espuma, la misma que ahora asomaba junto a la ventanilla en una mueca amable surgida del tiempo para devolverle la ingrata memoria de aquella madrugada de muerte y rabia. Le volvió de golpe un remolino de angustia: la desazón de los marineros al darse cuenta de que se habían perdido cuerpos en la mar revuelta cuando la patera volcó entre una confusión de gritos y de linternas, el llanto de los niños en medio del maldito caos de voces y olas, el incierto manoteo de los náufragos alrededor de las gomas de camión lanzadas a bulto hacia la oscuridad del agua gélida y agitada de noviembre.

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