España y Marruecos: de la Marcha Verde al «caso Haidar»
Hace aproximadamente dos semanas, el Príncipe de Asturias destacaba la «enorme importancia» que España concede a sus relaciones con Marruecos. Esas mismas que se han visto históricamente afectadas por continuos episodios como el reciente «caso Haidar» , que se ha convertido para el Gobierno de Zapatero en un grave problema político, diplomático, judicial y humanitario que apenas puede controlar ... .
En medio de un trasiego de ofertas por parte del Ministerio de Asuntos Exteriores español y la negativa del Gobierno marroquí a retroceder ante la presión de Haidar, cuya vida peligra tras 23 días de huelga de hambre , se podría confirmar que la comunicación entre ambos países está condenada a un movimiento pendular interminable, en el que se alternan encuentros y desencuentros diplomáticos como la cuestión del Sahara , la crisis de Perejil, la visita de los Reyes de España a Ceuta y Melilla o el presente incidente con la activista saharaui.
«No hay ni vencedores ni vencidos, sino más bien dos países que abren una nueva etapa en sus relaciones», decía el Rey Hassan II en noviembre de 1975, justo antes de ordenar la Marcha Verde sobre el entonces Sahara Occidental españo l. Nada menos que 350.000 ciudadanos y 25.000 soldados mandados por el Rey marroquí para apoyar y legitimar la anexión del territorio.
El mismo Hassan II con el que el Rey Juan Carlos llegó a tener en los años sucesivos una relación de amistad tan estrecha que parecía inquebrantable, como se demostraba con la escena del monarca español llorando pañuelo en mano y desconsolado en el entierro de su «hermano» marroquí.
Sin embargo, Marruecos, y muchos españoles, recuerdan la dos legislaturas de José María Aznar (1996-2000 y 2004-2008) como una etapa negra en la «amistad» entre ambos países, a pesar de la visita oficial del Rey Mohamed VI en septiembre del 2000. «Algunos creen que sin dejar de ser firme en sus intereses, el líder del PP podría haber sido más pragmático», recordaba ABC en noviembre de 2007.
Y cuando nadie pensaba que podía ir peor, el 11 de julio de 2002 se producía un nuevo tsunami diplomático con la ocupación por parte de Marruecos del islote de perejil . Fue la víspera del enlace entre Mohamed VI y la Princesa Lala Salma, al que no acudiría ningún miembro de la Familia Real ni el embajador en Rabat, Fernando Arias Salgado, siguiendo instrucciones del Gobierno.
ABC calificó aquel suceso como «el peor incidente entre España y Marruecos desde la invasión del Sahara Occidental con la Marcha Verde en 1975». El Gobierno, por su parte, habló de «acto inamistoso» y envió una nota verbal a Marruecos reclamando el desalojo del islote inmediatamente. Las relaciones habían definitivamente tocado fondo, aunque España, con la intermediación de la ONU, y como era de esperar, recuperó su pedazo de tierra .
Zapatero, el mismo que hoy intenta sin éxito buscar una salida al «caso Haidar», llegó al poder en 2004, se fijo como objetivo prioritario, por su parte, encauzar las relaciones con Rabat, pero los tradicionales problemas con la pesca, el Sahara Occidental y, sobre todo, la emigración clandestina y el terrorismo siguieron representando piedras en el camino para una buena comunicación, que de todas maneras fue algo más fluida… pero no por mucho tiempo.
En noviembre de 2007 se produjo el que puede calificarse como último episodio antes del «caso Haidar», cuando los Reyes de España realizaron su histórico viaje oficial a Ceuta y Melilla –« cerrando el recorrido por todas las provincias españolas iniciado 32 años atrás »–. Se ponía fin así a una situación anómala que no se había producido para no provocar roces en las ya de por sí deterioradas relaciones con Marruecos.
Este viaje se produjo entre las manifestaciones de protesta promovidas por el propio Mohamed VI entre la población marroquí de las provincias españolas, que portaban pancartas de rechazo a los monarcas: «Rey Juan Carlos, fuera de Ceuta y Melilla», «España, Estado colonizador» o «Ceuta Melilla y el Sahara, marroquíes»… volviendo así a 1975, en un bucle interminable que parece condenar la «amistad» con el vecino africano a un «te quiero y no puedo».
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