Mal menor, pero mal
EL «Alakrana» libre, los rehenes a salvo y un sabor agridulce en la conciencia. Alegría sincera, noble y bien nacida por los marineros liberados, amargura por el fracaso de un Estado de Derecho derrotado por unos facinerosos, puesto en solfa en sus principios y en sus estructuras por una partida de salteadores. Júbilo limpio y sin dobleces por el final de un intenso, angustioso drama humano; tristeza inevitable y pesarosa ante un descalabro político, jurídico y social. Ambivalencia moral ante un mal menor y la certeza desasosegada, inquietante, de que no siempre bien está lo que bien acaba. Entre otras cosas porque no todo ha acabado bien.
Porque el único éxito de este secuestro es, de momento, el de los piratas, y lo será mientras puedan escapar con el rescate sin salir apresados de su desafiante aventura. El resto, es decir, todo lo que nos concierne como país, como nación, como Estado, como lo que quiera que seamos o pretendamos ser, es una ristra de errores encadenada de fracasos. Fracaso de la protección, fracaso de la justicia, fracaso de la política. Fracaso, sobre todo, del Gobierno, que ha llegado tarde a todas las decisiones cruciales del caso, y a la única que no llegó tarde -la extradicción de los dos asaltantes detenidos- lo hizo demasiado pronto. El Gobierno que ha tratado de retorcer el orden jurídico para cumplir una exigencia de los secuestradores y ha manejado el trato legal a dos delincuentes pillados in fraganti como si se tratase de un canje de rehenes. El Gobierno que ha otorgado rango de negociación diplomática al regateo de un rescate. El Gobierno que se ha deslavazado en su propio caos de (in)competencias y (falta de) criterios. El Gobierno incapaz de proporcionar seguridad a los barcos que se ha pasado por el forro los principios básicos de reacción ante un chantaje.
Ese Gobierno no puede ahora sacar pecho ante el final relativamente feliz del drama ni blasonar de un pragmatismo resolutivo porque por la borda del «Alakrana» ha tirado buena parte de los fundamentos del Estado democrático. Ha cometido agravios comparativos con otros secuestros, ha pisoteado los elementos de la legalidad democrática, ha contradicho sus propias decisiones, ha ido por detrás de los acontecimientos y, sobre todo, ha bailado al compás que le marcaban unos bandidos con kalashnikov absolutamente seguros de sus pasos y de sus posibilidades. Esto no se arregla con una cínica declaración sobre el fin y los medios, ni con una foto con los pescadores liberados, ni siquiera con un mal disimulado suspiro de alivio. Lo único que el Gobierno ha logrado salvar, y desde luego no es poco porque era lo principal, es la vida de los marineros. Pero su reputación, su liderazgo, su confianza, su crédito para tomar decisiones, los ha perdido en el fondo del mar. Aunque por fortuna haya sido sin matarile.
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