El gigante tártaro deja de romper raquetas
«Esta noche lo celebraremos como se merece. Tengo algunas ideas». Marat Safin (29 años) apuraba sus últimas horas sobre una pista de tenis y ya estaba pensando en lo que siempre más le ha interesado, los postpartidos: las copas, las mujeres, los amigos, en suma, la vida... Un tipo peculiar este Safin. De origen tártaro, Marat demostró muy pronto un talento innato para esto de la raqueta. A los seis años ya demostraba una gran calidad en aquel club propiedad de su padre, Mikhael, un ex corredor de cien metros. En Moscú, donde nació, le entrenaba su madre, Rausa Islanova. Lo hizo hasta 1993, año en el que se fue a Valencia para perfeccionar su tenis.
Fue muy grande: logró ser número uno del mundo y conquistó quince títulos individuales, dos Grands Slams y cinco Masters Series. Ganó en todas las superficies menos en hierba y dos títulos de dobles. Era muy bueno, pero podía haber sido mucho mejor si no fuera por su carácter, un tipo al que le gusta la vida, y le gusta mucho.
Con un físico espectacular, Marat siempre ha sido el ídolo de todas las mujeres, el jugador más deseado del circuito. Con 1,93, rasgos eslavos y una simpatía que derrochaba ganas de vivir, arrasó el territorio femenino con un poderío que sólo pudieron igualar mitos como Bryan Ferry («Roxy Music») o Robbie Williams. Un conquistador innato, lo que le hizo desgastar sus fuerzas en muchos torneos. Jugó muy bien mientras le duraron las fuerzas. Con esa altura llegó a sacar a 230 kilómetros por hora y tenía una derecha demoledora. Tras ganar en 2005 el Abierto de Australia su juego empezó a decaer y sobre todo su interés por el tenis. Se entrenaba, pero sus salidas nocturnas empezaron a ser más intensas y largas que sus entrenamientos: «Muchos piensan que no he sido serio en el tenis, pero que pregunten a mis entrenadores y verán que me he sacrificado». Pero lo cierto es que estaba deseando dejarlo. Ya en los últimos tiempos empezaba a ser más conocido por sus lances fuera de la pista que dentro. En el último torneo en Moscú llegó a la pista con la cara como un mapa, una mano magullada, el ojo morado y el labio partido, por lo que pidió el aplazamiento de su partido con Bolelli: «Tuve una pelea en un bar. Sobreviví, hubo un problemilla y digamos que estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado. Si me ven mal, sepan que la pelea la gané yo, así que figúrense cómo quedó el otro».
La mayor ovación
Genial, imprevisible, más amado que odiado por todos, tenía un carácter irascible. Dicen que llegó a romper doscientas raquetas a lo largo de su carrera y que tuvo infinidad de broncas con los árbitros y jueces de línea. Pero la gente del circuito le quiere, una especie de canalla simpático admirado por todos. Su rosario de conquistas femeninas es interminable, pero también su rosario de triunfos: con sólo 20 años venció en el US Open a Sampras y se ganó el respeto de todos. En la hora del adiós, Del Potro, que le idolatraba de pequeño, alzó su brazo mientras que 10.000 personas se levantaban emocionadas para dedicar al tártaro una de las mayores ovaciones que se recuerdan en París (torneo que ganó tres veces).
«Los próximos meses serán duros, pero ahora no tengo agendas, entrenamientos, nada. Pertenezco a mí mismo». En realidad, siempre se ha pertenecido a sí mismo. El año pasado, en plena temporada, decidió parar para irse al Himalaya con sus amigos para intentar conquistar el Cho Oyu, la sexta cima más alta del mundo. Finalmente llegó al campamento base y de ahí no pasó, incapaz de dar un paso más hacia arriba. Por ello se perdió las semis de la Davis y también la final, en la que Rusia perdió con Estados Unidos (al fin y al cabo él mismo fue pieza fundamental en la conquista de la Ensaladera en 2002 y 2006).
En la hora final confiesa que «fui un jugador decente. En general, fui bueno con todos, incluso con los jueces con los que me peleé». Mientras se iba marchando, una sonrisa se dibujaba en su rostro: «En París empezó todo y aquí acabó. Es el mejor sitio para dejarlo», dijo mientras lanzaba una mirada peligrosa, llena de sensualidad, a la reportera francesa que le había sonreído segundos antes: «Ahora me toca a mí...», amenazó al mundo entero...

Enviar a:

¿qué es esto?


Más noticias sobre...
Facebook ABC.es