Berlín nazi, olímpico y «noir»
«Nadie es completamente bueno ni completamente malo», asegura Philip Kerr (Edimburgo, 1956) mientras contempla la puerta de Brandenburgo, la misma que su célebre personaje, Bernie Gunther, cruza a diario para entrar y salir del centenario y lujoso hotel Adlon. Gunther es, de hecho, el ... perfecto ejemplo de equilibrismo moral; un «tipo aparentemente decente» que ha tenido que abandonar la KRIPO, la Policía Criminal Alemana, por su negativa a afiliarse al partido nazi, y trabaja como detective del Adlon en el Berlín de los años treinta resolviendo crímenes y, aunque sea a regañadientes, levantando el brazo derecho cuando no le queda más remedio.
En ese mismo hotel, testigo directo de los cambios que ha sufrido la ciudad, Kerr reconoce que esa ambigüedad es lo que más le atrae del personaje al que dio vida hace quince años en «Violetas de marzo». «Todos podemos ser de un modo u otro depende del día. Lo interesante de Gunther es imaginar a alguien que constantemente se encuentra envuelto en situaciones que le obligan a cuestionarse a sí mismo».
Corrupción y crimen
Gunther es también el hilo conductor de «Berlín Noir», serie negra y criminal que acaba de sumar su sexto título con «Si los muertos no resucitan» (RBA; La Magrana en catalán ), obra ganadora del Premio Internacional de Novela RBA y nueva vuelta de tuerca al turbio imaginario del nazismo, que Kerr remata con una trama de corrupción y asesinato que conecta a las altas esferas del nazismo con la mafia estadounidense. ¿El objetivo?: repartirse el botín de los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936. «En realidad, Hitler estaba en contra de los juegos y de que la bandera alemana apareciese junto a las de Estados Unidos, Inglaterra o Francia. El quería la alemana en la cima, pero se dio cuenta de un acontecimiento así podía situar a Alemania en el mapa», explica Kerr.
Y, con el beneplácito a los Juegos, llegaron los tejemanejes y la corrupción. «Berlín ya tenía el complejo olímpico de 1916, pero fue completamente destruido para levantar otro nuevo ¡en apenas cuatro años! Para hacer las cosas tan rápido hacía falta una gran cantidad de dinero cambiando de manos. Seguramente los de Berlín fueron los Juegos Olímpicos más caros de la historia», relata Kerr.
Anclajes en la historia
Meticuloso, irónico y espléndidamente documentado, el escocés va hilvanando la trama mientras intenta ofrecer una visión panorámica y completa del Berlín de los años treinta, la misma ciudad que en el libro describe como «la más tolerante de Alemania; sin ir más lejos, la única capaz de tolerar que el gobierno tenga aquí su sede». «Me interesa mucho ver cómo el Berlín liberal de los años 20 quedó súbitamente aplastado por el nazismo y se convirtió en un lugar horrible», apunta el escritor al tiempo que recuerda que «Hitler odiaba a los berlineses». «Gunther también los odia, pero en cierto modo porque se odia a sí mismo -añade-. Hitler, en cambio, los odiaba porque le parecían unos esnobs».
A pesar de que no se considera ni un escritor histórico ni criminal -«simplemente hago novelas», relativiza-, Kerr sí que reconoce que la fidelidad histórica juega un papel básico en su obra. Es ficción, sí, pero firmemente anclada en la realidad. «Si tomas personajes históricos como, pongamos, Heydrich o Goering, tienes que ser honesto y tratar de describirlos tal como eran. Eso lo hace todo mucho más real. Con Goering, por ejemplo, había un par de detalles que me llamaron mucho la atención: el primero era que tenía un tren de juguete; el segundo, que su mascota era un cachorro de león. En cierto modo, son rasgos que lo humanizan. No me gusta engañar al lector, así que el gran trabajo del escritor es encontrar detalles como esos y darles forma en la historia», relata.
El mismo tratamiento recibe la segunda parte de la novela, donde el lector se reencuentra con Gunther en la Cuba de 1954, y Kerr aprovecha para establecer paralelismos entre el fin de Weimar y la llegada de Hitler y el ocaso de Batista y la revolución de Castro. Y es que, como asegura el cínico y desencantado Gunther en uno de los pasajes del libro, «los dictadores del mañana suelen ser los combatientes de la libertad de hoy».
Una frase que, de hecho suscribiría punto por punto un Kerr que se considera tanto o más cínico que su alter ego literario. «Si alguien me preguntase en qué creo, seguramente le respondería que en muy pocas cosas. Quienes decidieron matar a millones de judíos creían firmemente en algo, así que prefiero no creer demasiado en nada», sentencia.
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