«La educación puede cambiar el mundo»
Domingo, 18-10-09
TEXTO: ARISTÓTELES MORENO
FOTOGRAFÍA: VALERIO MERINO
CÓRDOBA. Este señor de ojos vidriosos y discurso pausado dice que una cosa es instruir y otra muy distinta educar. José Palomares no toca de oído. No en vano lleva más de media vida sumergido en el mundo de la enseñanza, 35 como director de uno de los centros de referencia de la escuela privada en Córdoba.
-¿Quedan maestros?
-Sí quedan. En Sansueña tengo un magnífico grupo de compañeros y muchos son realmente maestros.
-¿Y qué es un maestro?
-El que se ocupa también de la educación. El maestro tiene que sacar de los alumnos lo mejor que tienen, conseguir que la gente sea superior a ti. Un maestro es más grande cuanto más grandes son sus alumnos. Un maestro es el que no se desanima, el que piensa en los más débiles, en los que más necesitan, en la disciplina y el orden. Un profesor imparte sus clases y cumple.
José Palomares (Linares, 1946) nació ya en territorio abonado. Su padre había sido maestro de la República, aunque fue apartado de la enseñanza como miles de docentes al término de la Guerra Civil, y tuvo que montar una academia privada como medio de sustento. Creció entre pizarras y maceró su formación al calor de las palabras de su progenitor. «Me inculcó el sentido de la responsabilidad y el esfuerzo. Su vocación era que con la educación se podía hacer algo por el mundo».
-¿Y la educación puede cambiar el mundo?
-Estoy convencido. Es lo que abre la esperanza.
Con todo, su deseo era ser físico, pero las dificultades económicas de la familia no le permitieron matricularse en la Universidad de Granada y tuvo que conformarse con la Escuela de Magisterio de la Sagrada Familia, dirigida por los Jesuitas. Así fue como encarriló su vida por el camino de la enseñanza, que a la postre se convertiría en el auténtico motor de su existencia. Fue un estudiante excepcional, según confiesa con sonrojo, con un expediente atestado de matrículas de honor y número dos de la carrera en Jaén.
-Eso da miedo.
-Me da un poco de vergüenza. En mi título figura sobresaliente «cum laudem».
-¿No se ha permitido licencias de joven?
-No. He sido muy serio.
-¿Y eso es bueno para la educación de una persona?
-Pues no lo sé. No he sido muy festivalero. Soy un poco aburrido. Va en mi carácter.
Cum laude
Su brillante expediente le permitió sortear las oposiciones y le adjudicaron plaza directa en Córdoba. Era 1971 y treinta y ocho años después aquí sigue. Con los Jesuitas dice haber trabado una relación muy fructífera. De ellos aprendió a ser socialmente comprometido, a ser valiente, a tener una mente clara, a pensar. «Conmigo se portaron muy bien y estoy muy agradecido. Se respiraba libertad, en la fe incluso, y aquello me impactó. Yo había sido de Acción Católica de Linares, que era un poco...
-... incómoda.
-Sí. Entonces, todo lo que no era a favor era en contra.
José Palomares se siente un hombre del Vaticano II, de los aires de libertad que promovió el Papa Juan XXIII, y que, según sostiene, han renovado la Iglesia moderna. Ha sido testigo de las seis reformas educativas impulsadas desde los años setenta y desconfía de los políticos, quienes a su entender, instrumentalizan la educación. «En general, la enseñanza ha ganado, pero ha perdido en valores».
-Y usted lo lamenta.
-En parte, sí. Yo soy de la opinión del respeto y la educación: hablar de usted, saludar, pedir permiso, dar los buenos días.
-En latín, educar es guiar, conducir. ¿Adónde quiere usted conducir a sus alumnos?
-Al respeto a las normas y a la convivencia pacífica. Yo soy un enamorado de la democracia, de la filosofía clásica, en el sentido de conseguir que el hombre se respete y respete a los demás. Este es el sueño de la humanidad. Hacer personas que sepan dónde están sus límites y los de los demás.
-¿Se puede modelar el alma de un hombre?
-Modelar en el sentido de estas normas que he dicho. Es lo más que podemos hacer. El alma se modela a sí misma.
-Hobbes decía que «el hombre es un lobo para el hombre». ¿Y usted qué dice?
-Yo no lo creo. Es verdad que el hombre es un lobo en ciertos momentos, pero en el fondo siempre hay un soplo en el corazón, que es el soplo de Dios. Eso es lo que dignifica la humanidad.
-¿Qué es lo que no se aprende en el aula?
-Lo que uno no da. Nadie da lo que no tiene. Si tú eres una persona noble, cariñosa, justa, eso los alumnos lo empapan. Tus alumnos se ven en ti. Lo que tú das no es lo que dices, sino cómo actúas. Es como la fe. La fe no se enseña: se contagia.
-¿Usted duda?
-Mucho. Estoy seguro de muy poquitas cosas.
-¿De qué cosas?
-Estoy seguro del sentido de mi vida, del sentido de la fe. Del amor de los hijos y la familia, de que la escuela es capaz de modificar el mundo.
-¿La duda es signo de qué?
-De inteligencia, de oír los argumentos del otro.
-¿Desconfía de internet?
-En mi opinión, tenía que haber unos filtros. Es muy peligroso. El Facebook, el Twenty, el Google. Le das a una tecla y te puede salir cualquier cosa. Internet me da miedo porque los chavales jóvenes no tienen la formación como para madurar todo lo que se le está metiendo.
-¿Qué peligros nos acechan?
-Desde la posmodernidad se nos dice que no hay que tener normas rígidas, que el edificio tiene que ser flexible. Y se está comprobando que tampoco es tanto. El peligro es no ponernos de acuerdo en qué tipo de sociedad queremos. Debemos respetarnos nuestros principios religiosos, nuestros valores democráticos.
-¿Qué es más tóxico: un gramo de cianuro o un minuto de televisión?
-El gramo de cianuro es muy tóxico para el cuerpo. La televisión, como veneno, se carga al alma.
-¿Se ha perdido el respeto?
-Un poquito.

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