«La música me ha hecho feliz» Ramón Medina Hidalgo _ Profesor de piano y compositor
FOTOS: VALERIO MERINO
Domingo, 04-10-09
Ramón Medina Hidalgo asegura que se le presentó la música para hacerlo feliz y, en efecto, la música lo ha hecho feliz. Heredó la pasión de su padre, amante impenitente de la música popular, febril compositor de canciones muy cordobesas, que se extendieron como la espuma por la ciudad y que hoy son parte del tesoro intangible de Córdoba. Pero aquellos eran otros tiempos.
-¿Sabe usted qué es un MP3?
-¿Cómo dice?
Nació en la calle Cabezas en 1920 y los primeros recuerdos que le visitan pertenecen a su padre guitarra en mano y camino de la Peña del Limón, en el bar Casa Pepe el Pancho, del barrio de San Agustín. Y allí se pasaba las tardes enseñando sus nuevas canciones a los amigos y cantándolas a coro siempre con un medio por delante, como no podía ser de otra manera.
Aún quedaban varias décadas para que hicieran su aparición las discotecas, los Dj`s y la música a destajo en los garitos nocturnos. Así que los pasodobles, los valses y las romerías monopolizaban la ligera agenda del tiempo libre. Eran, naturalmente, otros tiempos.
-¿El de músico era un oficio respetado entonces?
-Pues sí. Pero había de todo. Y morralla, como ha habido siempre.
No fue una casualidad, por lo tanto, que el joven Ramón Medina incubara el mismo virus que su padre y que un día le pidiera que lo matriculara en el Conservatorio. Tenía entonces 11 años. «Me gustaba cantar y tenía, por lo visto, buen oído». Su primer profesor de piano fue Luis Serrano Lucena, don Luis, como él gusta de llamar, un admirado músico cordobés a quien el Ayuntamiento acabó dedicándole una calle.
Por aquellos años, se produjo un «boom» de afición musical y el Conservatorio se llenó de niños y niñas ávidos por aprender el manejo de un instrumento. El centro se encontraba entonces en las inmediaciones de la Espartería, en un palacio cedido por un particular. Allí empezó a componer canciones («un minueto, un pasodoble») y también a escribir sobre pentagrama las creaciones de su padre, que de otra manera se hubieran perdido en el olvido. Ramón Medina Hidalgo recuperó más de 60 composiciones de su progenitor, muchas de las cuales han sido grabadas por grupos de música popular y hoy constituyen trozos de la historia de esta ciudad.
Al concluir la carrera, decidió probar suerte en Madrid, para perfeccionar su educación musical, y llegó a ser director de la Masa Coral, primero bajo la autoridad de Rafael Benedicto («Don Rafael») y posteriormente como máximo responsable de la formación vocal.
También trabajó para los Niños de San Ildefonso, a quienes impartió clase de música. Pero Madrid no cuajó en Ramón Medina y en cuanto pudo regresó a su ciudad natal, ya como profesor de piano, cuyas oposiciones acababa de aprobar.
Un músico abierto
-¿Está usted conforme con el don que le dio la vida?
-Muchísimo. Es lo que me ha gustado y siempre he estudiado a fondo con mucho interés y mucho cariño. He sido muy feliz. Otros se quejaban de las clases. Yo no.
-¿Esto de la música se lleva en la sangre?
-No lo sé. Desde chico tenía facultades para la música. Cantaba bien y tenía buen oído.
-¿Y tiene usted buen oído para el «bacalao»?
-A cada cosa le doy su importancia. La música de ahora tiene unos valores rítmicos muy importantes. Todo tiene algo aprovechable.
A su jubilación fue director del Orfeón de Cajasur, por encargo personal de Miguel Castillejo, y se interesó por otros tipos de música, preferentemente el jazz y la bossa nova, que llegó a interpretar con frecuencia en una formación estable en el Círculo de la Amistad. Pero quizás su actuación más reseñable, que tiene escondida en su memoria sin apenas darle importancia, fue su acompañamiento con el piano al legendario Antonio Machín, en un concierto en el Bar Bolero, ya desaparecido, ubicado cerca de San Miguel.
Córdoba eterna
Ramón Medina Hidalgo pasea sus admirables 89 años por el jardín de una residencia de ancianos en El Brillante. En su amplia habitación, frente a la butaca y la cama, tiene, cómo no, toda una colección de discos de música clásica, que le acompañan siempre.
-¿Qué queda de aquella Córdoba que retrataron su padre y usted?
-No sé si por los barrios queda una reminiscencia de aquello. Era una época diferente.
-¿Qué se ha perdido para siempre?
-La vida cambia y es lógico. Entonces se hacía mucha música popular, se cantaba mucho. Llegaban las fiestas de carnaval y había muchos grupos por los barrios.
-¿Con qué Córdoba se queda?
-Las cosas tienen que evolucionar. Eso lo comprendo. Aquello tenía sus cosas buenas.
-¿Por ejemplo?
-La cosa familiar. Un ambiente completamente distinto. Luego todo empezó a desperdigarse.
Ramón Medina ha sido un músico tenaz, un orfebre repasando la pieza hasta que estuviera perfectamente pulida. Durante años, al cabo del almuerzo, se encerraba en su habitación y percutía las teclas del piano a lo largo de horas, incansable. Tanto que torpedeaba a su familia la película de sobremesa, según confiesa jocosamente su hijo, que ha seguido también la estela musical de los Medina.
Ahora, al borde de los noventa, este pianista incansable apenas se sienta ya frente al teclado. Pero el teclado permanece ahí, inmóvil en una esquina de la habitación, cubierto por una funda para protegerlo del polvo. Sólo la sesión fotográfica lo devuelve por unos instantes a la luz.
-Por cierto, ¿aún compra discos?
-No, ya no. Antes no me gastaba dinero en otra cosa. Eso sí, estaban más baratos.
-¿Qué músico le emocionó?
-Preferencia por un autor no tengo. Hay tantos músicos importantes. Chopin fue uno de los que más me llegaron. Pero yo he respetado mucho todos los criterios musicales. Cada estilo tiene su valor. El jazz me interesó muchísimo. Y la música negra, que era una música que rompió con todo lo anterior.
-La música ha sido el motor de su vida.
-Siempre. Podría haber sido otra cosa, pero se presentó eso y eso es lo que me ha gustado. Me pongo mi aparato de música y me olvido de todo.
-Le cura de sus males.
-Me cura de todo.

Enviar a:

¿qué es esto?


Más noticias sobre...
Facebook ABC.es