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Un Velázquez redescubierto

Cada año trae sus supuestos cuadros de Velázquez. No sé exactamente la cifra, pero juraría que a mí me llega casi un cuadro por mes. Si todas las atribuciones fueran atinadas, la obra de Velázquez sería más numerosa que la de Peter Paul Rubens, el pintor más prolífico de su época. Desafortundamente, a casi la totalidad de los «pretendientes» no les toca la corona. Velázquez tenía un taller muy activo, ayudándole a cumplir la demanda de imágenes del rey Felipe IV y miembros de su familia. Y muchos imitadores -pintores de la calle- se ganaban el pan diario haciendo retratos no autorizados del monarca.

Sin embargo, el maestro mismo pintó relativamente poco -el número de cuadros auténticos ronda los ciento y pico-. Velázquez aspiraba al reconocimiento social, un salto muy atrevido para un pintor en la Corte de los Austrias.

Así, cuando a finales del pasado mes de julio, recibí un e-mail de Keith Christiansen, jefe del Departamento de Pintura Europea del Metropolitan Museum of Art, invitándome a que fuera para ver un cuadro que había formado parte de la colección desde la década de los treinta y que yo había estudiado cuando preparaba mi monografía sobre Velázquez (1986), acepté, pero sólo por motivos de amistad.

No es que el cuadro fuera desconocido; figura en el catálogo de José López-Rey, con una ilustración acompañando la ficha. Para López-Rey, el retrato formó parte de la sección de obras dañadas o deterioriadas hasta tal punto que fue imposible de juzgar en cuanto a la autenticidad. De hecho, este grupo era más bien un cajón de sastre de pinturas de calidad muy variable. Keith me dijo que Michael Gallagher, jefe del Departamento de Restauración de Cuadros Antiguos, había empezado la limpieza del cuadro, y que, a medio hacer, había cambiado totalmente su aspecto. Tanto Keith como Michael reconocieron la calidad del retrato y pensaban que era un velázquez de verdad.

Como mi despacho en el Institute of Fine Arts está a cinco minutos andando del Met, me levanté de mi mesa de trabajo y al rato estaba viendo el cuadro. Michael había quitado los repintes y la capa de barniz descolorido, cambiando profundamente el aspecto del cuadro. Casi sin querer, se me escaparon de la boca las palabras: «Es un velázquez».

Retomando una vieja hipótesis, Keith me mostró un detalle de «La Rendición de Breda»: un hombre situado entre la banda española del lado derecho, parecido a Velázquez, recuerda mucho al retrato del Met. A mí me parece una hipótesis poco probable. Hubiera sido un atrevimiento imperdonable que un pintor se incluyera en un acontecimiento histórico en el cual no estuvo presente. Más bien creo que el cuadro cabe dentro de un grupo de retratos íntimos de amigos y colegas del maestro; varios están inacabados, como el del Met. Sea quien sea, el retrato del Met es una operación de rescate muy importante para los investigadores y admiradores del gran maestro.

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