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Cornudos y apaleados

AYER fue un día triste para España. Uno de esos días, abundantes por desgracia en nuestra historia, en los que, entre la incompetencia de nuestros gobernantes y la desidia del gran público, se hieren los intereses del Estado y se humilla a la nación. El ministro de Asuntos Exteriores español fue a Gibraltar, no a recuperar la colonia, única excusa digna para que vaya allí un miembro del gobierno español, sino a formalizar con las «autoridades gibraltareñas» acuerdos sobre fiscalidad, servicios financieros, cooperación policial, judicial y aduanera, educación, visados, comunicaciones, seguridad marítima y protección medioambiental. He puesto «autoridades gibraltareñas» entre comillas porque, en buena ley nacional e internacional, las únicas autoridades que hay en la Roca son las británicas, comenzando por el gobernador. Pero con quien negoció Moratinos fue con un supuesto gobierno gibraltareño, marioneta de los británicos, sin ninguna representatividad, pero que nosotros se la estamos dando, al concederle voz y voto en un contencioso donde es objeto, no sujeto del mismo según todos los tratados vigentes y resoluciones de la ONU.

Tras haber vivido 300 años de España como una sanguijuela, primero con el contrabando, luego como refugio del dinero negro que escapaba de nuestra Hacienda, Gibraltar teme que, de mantenerse en la lista de paraísos fiscales, acabe siendo victima de su propio egoísmo, en un mundo cada vez más interdependiente. Le urge, por tanto, regular su situación de cara a las instituciones internacionales, y allá hemos acudido los españoles a ayudarles. Esos protocolos que Moratinos ha acordado son el certificado de buena conducta de la colonia. ¿Significará eso que en Gibraltar dejará de blanquearse dinero? En modo alguno. Significará sólo que los españoles hemos vuelto a hacer el primo. Y si, además, se agiliza y regula el paso por la verja, los gibraltareños habrán logrado, al fin, lo que buscaban: vivir en el mejor de los dos mundos, haciendo durante el día sus negocios en las sociedades tapaderas de la Roca, para regresar por la tarde a sus mansiones en la Costa del Sol. O sea que cornudos y, además, apaleados.

Todo por creer que la reivindicación de Gibraltar era una manía franquista. Cuando la han mantenido españoles de todos los tiempos e ideologías, hasta surgir esta última hornada de políticos que consideran el asunto trasnochado. Es su forma de ver la historia de España: falseándola y vendiéndola, no ya al mejor postor, sino a nuestros peores enemigos. Claro que tampoco debe extrañarnos, si pensamos que están haciendo lo mismo dentro de España. El sectarismo les ciega y la ignorancia les lleva a cometer errores de imposible reparación. Pues considerar que lo hacen a propósito sería una acusación demasiado grave.

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