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Los tiempos de Bárcenas

SI hay algo que no le guste a ningún político es que le marquen los tiempos y le impongan la agenda. En ese sentido, la presión mediática sobre el tesorero Bárcenas no ha hecho más que acentuar la tendencia de Mariano Rajoy a no tomar decisiones inducidas -incluso simplemente a no tomar decisiones- y a mantener los pulsos hasta más allá de donde a la mayoría le empiezan a temblar los nervios. El líder del PP decidió aguantar el caso hasta que cruzase la línea roja de la imputación formal, y así lo hará porque entiende que otra conducta sería ceder a la coacción externa. Es una cuestión de lógica partitocrática: a Rajoy le vendría muy bien sacudirse el problema cuanto antes, pero un tipo que aspira a liderar el país tiene que empezar por defender el liderazgo de su organización, y en los partidos está mal visto que se deje tirada a la gente si no hay por medio evidencias objetivas. La imputación razonada es la frontera convencional de esa objetividad en términos penales. Sin embargo ha llegado un momento en que el mismo Bárcenas está poniendo las cosas difíciles al gestionar el asunto por su cuenta y meter bulla desde dentro. De ahí que el gallego haya comenzado a trasladarle la presión al propio afectado, auspiciando en la dirigencia del partido una crecida de declaraciones y gestos para que dimita.

Cuando hablé con Bárcenas el pasado jueves -está contado en el blog de ABC digital- salí con una duda razonable, quizá parecida a la que logró sembrarle a Rajoy, pero si él pone la mano en la Biblia por la financiación del PP yo no me atrevería a pasar la mía por el fuego a cuenta de la inocencia que defiende con una enérgica refutación de los indicios aparentes. Tiene gran poder de convicción y me declaro dispuesto a creerlo, pero le creeré más después de que convenza al instructor del Supremo. Aunque resulta evidente que ha sufrido acoso policial y judicial, y hasta es probable que si no fuese senador le hubiesen metido en la cárcel para cobrarle pena de telediario, tiene que darse cuenta de que como mínimo está en una siniestra encrucijada de casualidades muy comprometidas. Y no sólo para él, sino para los que se supone que son los suyos.

Por eso se tendría que haber ido ya; si el partido, o más exactamente el presidente del partido, está dando la cara por él, es hora de que devuelva el favor aliviándolo de presiones. En vez de hacer eso permite que se entienda que recibe apoyo porque dispone de información comprometedora; sugiere que tiene la sartén por el mango y establece por sí mismo que si renuncia será «provisionalmente». Grave error. Primero porque eso equivale a decidir por Rajoy, a marcarle los tiempos y de alguna manera a chulearlo invitándole a eternizar la provisionalidad. Y segundo porque si lo imputa el Supremo ya no será de ningún modo Bárcenas sino los jueces quienes tengan la última palabra.

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