La banda anglo-australiana liderada por los hermanos Young ofreció anoche un concierto histórico en un Vicente Calderón lleno hasta la bandera, que ovacionó a los inmortales reyes del rock ‘n’ roll hasta la extenuación
Un huracán de nombre AC/DC arrasa el Calderón
Gigantes, sencillamente gigantes. AC/DC arrasaron con todo ayer en el Vicente Calderón, en su segunda visita a la capital en dos meses. El repertorio era casi igual, pero eso no importa en absoluto. «Highway to hell», «Back in black», «Shot down in flames» —dedicada a Óscar el Rana, seguro—, el desparrame de Angus con «Let there be rock» subido en una plataforma... incluso llovió lo justo para que las retinas se quedasen con la imagen de Brian Jonson cantando bajo la chupa de agua rodeado por un mar de brazos levantados. A pesar de la ínfima pega de algunos ecos en el fondo del Frente Atlético, el show fue de lo más redondo. Apoteosis es una palabra perfecta para describir la locura del público con los cañonazos, fuegos artificiales incluidos, de «For those about to rock». Qué difícil es contemplar cosas como ésta.
Muchos se preguntan cuál es la clave de su éxito. Y como en tantos otros casos de artistas estratosféricos, la clave es que para los hermanos Young la palabra fracaso nunca entró en el vocabulario. Tras emigrar desde Escocia hacia Australia, los hermanos se dejaron la piel para formar una banda. Y cuando esa banda llegó a lo más alto, se dejaron la piel —y siguen haciéndolo— para que no bajara ni sólo un peldaño.
Y qué decir del inefable Brian Johnson, otro tipo que, siendo algo más dubitativo que sus compañeros —es el único que ha mencionado la posibilidad de que esta gira sea la última, si no se veía en óptimas condiciones—, también lucha hasta conseguir lo que quiere. Se echó a temblar cuando supo que era el elegido para sustituir a Bon Scott porque sabía que era una misión casi imposible, incluso una afrenta para muchos fans. Pero enseguida sacó su garra de estibador de Newcastle y convenció a todos, a pesar de —o precisamente debido a — ser completamente diferente a su predecesor.
Esta fuerza interior, este ardor es el que genera momentos como los vividos ayer en el Calderón. Algunos dicen que los shows de esta gira son algo automáticos. Debe ser por buscar alguna pega, porque lo único que les falta para convencer algo más sobre las tablas es, sencillamente, ser jóvenes. Esa rabia juvenil es el único extra que no podemos disfrutar con AC/DC, pero todo lo demás sigue ahí, completamente intacto. Meticulosamente conservado.
Ahora sólo queda por saber si Brian Johnson ha quedado satisfecho con el tour «Black Ice». Desde estas páginas afirmamos que debería estarlo. Vaya si debería.

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