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Llega un Haneke profundo y revelador con «Le ruban blanc»

Roxanne Duran, Michael Haneke, Leonard Proxauf y Marie-Victoria Dragus /AP

La competición se empieza a alisar la falda para levantarse e irse y lo más parecido a una obra maestra que traía es lo que hoy ha presentado Michael Haneke , “Le ruban blanc”, un enorme circunloquio en blanco y negro que anuncia -mientras te narra con precisas y preciosas imágenes en blanco y negro las rarezas ocurridas en 1914 en un pequeño pueblo protestante alemán- una especie de virus, de fiebre, de insolencia rumiada en el comportamiento de los hijos frente a la educación, severa, de los padres que puede entenderse como una revelación: al filo de la primera guerra mundial, esos niños serán quienes veinte años después regurgitarán el nazismo.

Haneke usa una bucólica y a la vez seca cámara para presentarnos a los habitantes de ese pueblo, gente sencilla que trabajan las tierras de un barón y su familia; el alcalde, el pastor, el doctor…, todos cargados de hijos y de secretos, los cuales solo conoceremos a medias pues el narrador así nos los transmite: la anciana voz en “off” del que fue allí joven maestro, que asiste perplejo a “lo extraño” de los comportamientos de clase, de generación, de sexo…

La verdad latente

Ni una sola palabra hay en la pelicula de Haneke que diga o haga sospechar lo que ocurriría en el mundo un par de décadas después, y lo realmente extraordinario, propio de una destreza narrativa de orden mayor, es que está latente, oculto pero evidente, en el aire, los gestos, las miradas, las actitudes, los castigos, la belicosidad, las armas…

Los vientos anuncian la primera guerra mundial, pero Haneke nos muestra los presagios de la segunda

La otra película de la competición, la francesa “A l’origine”, de Xavier Giannoli , es un interesante observación de la actualidad y de esas burbujas –en la economía, en la empresa, en lo laboral…– que crecen y crecen como si las soplara el mismísimo diablo. Se advierte al principio que está basada en un hecho real, pero sobraba la advertencia: es evidente. Un hombre, un ex presidiario con bastantes opciones en convertirse en nadie, va tirando con pequeños hurtos y fraudes hasta que, casi sin proponérselo, se convierte en el impulsor de un gran proyecto: terminar de construir una autovía, parada un par de años antes, en un pequeño pueblo cuyos habitantes, rebanados por la crisis, ponen sus ilusiones laborales en ello… El protagonista, François Cluzet, tiene un físico cercano, creíble y lo usa en la pantalla para colarte la seriedad de su broma: lo previsto es coger la pasta y largarse, y lo imprevisto es enamorarte del proyecto, y también del personaje que interpreta Emmanuelle Devos . Si François Cluzet le hubiera quitado treinta o cuarenta minutos a las dos horas y media que dura, la autovía le hubiera quedado mucho mejor asfaltada. Con la de Haneke, otras dos horas y media, se completaba la manita horaria.

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