
Domingo, 04-01-09
TEXTO: ARISTÓTELES MORENO
FOTOGRAFÍA: VALERIO MERINO
CÓRDOBA. Nadie diría que detrás de esta cara de profesor de Física Cuántica se esconde todo un «bon vivant», un tipo que ha hecho de la vida disipada casi una religión. Con su libro de la vida golfa se sumergió en la Córdoba noctámbula, revolucionó la ciudad y protagonizó uno de los éxitos editoriales más fulgurantes de los últimos años. Tanto que el libro se acerca a su tercera edición, ya ha visto publicada su secuela y ahora camina hacia un tercer volumen, que podría hacerse realidad en un futuro próximo. Alfonso Gómez reivindica la vida golfa con absoluto descaro. Y sin un ápice de mala conciencia. Su único límite: no hacer daño a nadie.
-Yo no he ido con careta por la vida. Me gustan las señoras y la burlanga. El qué dirán me lo he pasado por el arco del triunfo. Yo siempre voy a cuerpo descubierto. Como los requetés.
Y así ha sido a lo largo de su vida, pese a que nació en el seno de una familia acomodada y de impecable reputación. Pero él no tomó exactamente el camino de su padre, catedrático, director del único instituto de enseñanza media de Córdoba, presidente del Tutular de Menores y de la Real Academia y hombre de impoluta notoriedad. Su expediente transcurría razonablemente hasta que en segundo de Derecho, en Sevilla, tiró por la calle de en medio y despachó el curso con una ristra de suspensos realmente meritoria. Su padre lo premió con un exilio en Granada con la noble intención de reparar el traspié.
Pero Alfonso Gómez perseveró en su empeño, se infiltró en la tuna y acabó el año de forma manifiestamente lamentable. Fue entonces cuando empezó a maquillar las notas y a ingeniar toda clase de triquiñuelas para camuflar su desvarío. En Madrid, adonde el padre lo envió con la ingenua intención de que sacara las oposiciones a inspector de trabajo, se superó a sí mismo. A los 15 días se borró de la academia, recuperó el dinero de la matrícula, vendió los libros y se dedicó a hacer lo que sabía: «Me tiré dos años de lujo: viviendo a todo plan y trapicheando como podía». Hasta que un día sus padres llamaron a su vivienda en Madrid y las caseras le indicaron con toda tranquilidad que llevaba una semana en Córdoba, cuando en realidad se encontraba tocándose la barriga en un chiringuito en Torremolinos.
Pero la más hilarante de sus fechorías tuvo lugar en Córdoba cuando su madre, agotada ya de su flaca capacidad para el estudio, lo dejó en casa en pijama y con el armario cerrado con llave. Alfonso Gómez no tuvo otra ocurrencia que vestirse en pleno agosto de nazareno y capirote en mano se echó a la calle a darse una juerguecita que le duró ni más ni menos que dos días. Como se ve, todo una pieza.
Al fin, montó despacho en Córdoba, donde se especializó en derecho financiero, contrajo matrimonio y tuvo tres hijos. Pero el buen hombre no consideró oportuno aún sentar la cabeza y mantuvo un tren de vida desordenado y de bajos vuelos, que le llevaron por burdeles, mesones, salas de juego, antros y todo tipo de locales de dudosa reputación. Hasta completar un auténtico catálogo de nocturnidad y alevosía, según ha quedado reflejado en su colosal obra sobre la vida pendenciera de Córdoba.
-¿Ya se ha jubilado de la vida golfa?
-Esto es como los toreros, que lo son hasta que se mueren. La vida golfa es un modo de vivir.
-¿Y un acto de rebeldía?
-Por descontado que no. Hay personas que disfrutan con el estudio y a mí, desde pequeñito, me gustó la calle y la fiesta. He ido a tablaos flamencos y he estado tres días de fiesta con amigos gitanos. Cuando tenía que jugar, jugaba, y cuando tenía que beber, bebía. Me lo he llevado todo para adelante.
-¿Y ha cumplido?
-Yo creo que sí. La prueba está en que he sido letrado en la organización sindical, en el Ministerio de Trabajo y luego en la Junta. Tuve un despacho de asuntos cómodos, con los que he ganado mucho dinero. Un amigo tenía en su finca un letrero que decía: «La vida buena es cara: hay otra más barata, pero ésa no es vida».
-¿Y vida disipada y familia son elementos compatibles?
-Mi mujer sabía cómo yo era y ella siempre ha visto por mis ojos. Hemos tenido las discusiones normales de pareja, y más si llevas tres días desaparecido. Yo he llamado por teléfono y le he dicho: «Estoy en Madrid». «¡¿Cómo que estás en Madrid?!» «Es que anoche estábamos de copas y...». «¡¿Y cuándo vuelves?!» «Yo qué sé: mañana o pasado».
-¿Por la noche todos los gatos son pardos?
-Algunos son claros y se ven venir.
-Para usted, el trabajo es un castigo divino, supongo.
-El trabajo es la fuente de ingresos precisa para llevar esta vida. Yo me he ido en un taxi a Madrid con tres gitanos a una fiesta flamenca y he tenido que ir regando por todas partes. Que si párate aquí que vamos a comer un platito de jamón, que si déjame mil pesetillas que me hacen falta.
-¿Y qué hacía un señor de familia acomodada y burguesa en ese mundo?
-Porque siempre me he puesto el mundo por montera. Me ha traído sin cuidado el qué dirán: he hecho lo que me ha dado la gana siempre.
-¿Su voz aguardentosa es una herida de guerra?
-No. Es un problemilla de las cuerdas vocales.
-¿Lleva muchos pecados encima?
-Pecar es hacerle daño a los demás. Ése es el gran pecado y yo creo que no le hecho daño a nadie. Yo he seguido una línea bastante decente.
-Tiene usted sus propios mandamientos.
-Sí: ayudar al que puedas por encima de todo; ser generoso sabiendo que te pasas y no quedarte con nada de nadie ni hacer daño.
-Por lo que se ve, la vida monástica no se hizo para usted.
-Pues no. Soy bastante sociable.
-Usted que conoce el paño, ¿Córdoba es una ciudad pendenciera?
-La de hace 30 años era absolutamente diferente. Ya ha perdido su encanto. Yo ahora voy a tomarme un güisqui al Córdoba Palacio y allí no hay nadie. Es lo más aburrido del mundo. Hace 30 años estaba a reventar de gente. Ahora en la Judería te cagas de miedo: no hay ni un alma.
-¿Y cuánto se le ha quedado en el tintero?
-Hay cosas que siempre se van a quedar en el tintero, porque eso sería hacerle daño a los demás. Ha habido gente mosqueada y cartas en los periódicos poniéndome a parir. Pero si digo que tu abuelo venía a jugar todos los días y que cuando perdía 500 pesetas se iba, pues no estoy diciendo nada malo. Hay otras anécdotas que harían daño.
-¿Ha hecho examen de conciencia?
-Lo hago todas las noches y casi nunca me duele el corazón. Con lo cual no tengo que hacer propósito de enmienda ni ir detrás del cura. Si tengo algún pecado venial yo mismo me absuelvo.
-¿La Iglesia ha perseguido pecados equivocados?
-Con todos los respetos para la Iglesia, hay cosas que no es que sean decimonónicas sino anacronismos puros. Castigar cosas que son naturales no lo entiendo en ningún sentido. La Iglesia quiere mantener en pleno siglo XXI criterios más intolerantes que la peor doctrina musulmana.
-¿Pecar alivia el espíritu?
-El pecado es una explosión que te dinamiza y te hace tomar nuevos vuelos. No se puede vivir en la represión constante.
-¿Lo suyo ha sido curiosidad o lujuria?
-De todo. Todos tenemos además de lujuria y curiosidad una dosis de morbo importante, que te hace caminar por el filo del precipicio. Ése es el riesgo. Yo solamente he fumado un porro hace unos 30 años. Y he visto consumir cocaína como los que sacan un paquete de Wiston. Y siempre he dicho: «No, gracias».
-Usted ha estado en zona de riesgo.
-Hombre, claro. Yo me he metido en muchos tomates en mi vida.

