Luis García Jambrina: «Sin Letras, no hay paraíso»
Septiembre de 1497. Salamanca, cuna del saber europeo. Un catedrático de Teología es asesinado. Conversos por aquí, inquisidores por allá, intrigas palaciegas, misterio, pesquisas, autopsias, culto al Maligno, ungüentos emponzoñados, dagas, mancebos y mancebías. Cristóbal Colón, los Reyes Católicos, dominicos contra franciscanos, franciscanos contra dominicos, ... la historia, la leyenda. En ese decorado apasionante se mueve Fernando de Rojas, un joven estudiante que bien podría ser el autor de «La Celestina» y que es el protagonista de «El manuscrito de piedra» (Alfaguara), la primera novela del profesor, poeta, narrador, ensayista y colaborador de ABC Luis García Jambrina. El misterio y la gran literatura están servidos.
Muchas, quizá demasiadas, novelas históricas en las librerías. Pero pocas hacen no ya historia, sino tan siquiera literatura. «Se ha abusado mucho de la etiqueta de novela histórica -explica García Jambrina-, tanto que se ha llegado a la banalización del género. Han proliferado las novelas al temple y los cócteles disparatados servidos en grial, pero también se han publicado grandes novelas históricas, como «El hereje», de Miguel Delibes».
Inmersión histórica
Luis García Jambrina conoce bien la Salamanca actual, en cuya Universidad es profesor. Y en su novela recrea la Salamanca de hace quinientos años, un mapa humano e histórico que ha dibujado al detalle, mediante lo que él llama «el método de la inmersión histórica», sin olvidar que la ficción es necesaria «donde la Historia no llega». Por eso ha puesto a caminar a Fernando de Rojas, del que «seguimos sin saber nada». Una Salamanca mítica, mágica, cuya Universidad, según Jambrina, «era un hervidero de gentes, saberes y conflictos, que era entonces una de las tres más importantes de la Cristiandad, junto a la de París y Bolonia, de donde salían todas las grandes figuras de la Iglesia, de la Universidad y de la administración de los Reyes Católicos».
Conversos, Inquisición, abusos, persecución, represión, rivalidades entre órdenes religiosas, intolerancia... no es un panorama muy alentador, una época, según el autor, «difícil, de gran agitación y cambio; y especialmente dura para los conversos, una vez que los judíos han sido expulsados». No falta tampoco en el libro una conspiración en toda regla contra los Reyes Católicos, un anticipo de las revueltas comuneras contra Carlos I, un hecho histórico insólito, del que ni el cine ni la literatura jamás han dicho esta boca es mía. «Yo también me he preguntado muchas veces por qué se hacen tan pocas películas históricas con una historia tan rica y compleja como la nuestra -dice el autor-. Creo que se debe a nuestros prejuicios y complejos. Se ve que los españoles somos incapaces de enfrentarnos, de una forma natural, con nuestra Historia; hasta parece que nos da miedo fantasear sobre ella».
Fascinante subsuelo el de esta Salamanca, en cuyas cuevas legendarias se refugian los sabios, los heterodoxos, los librepensadores de la época, donde la vieja Celestina se trata de tú a tú con el Maligno. «La llegada de las corrientes humanistas encontró diversos obstáculos, pues muchos se negaban a abandonar la Edad Media y el oscurantismo. Fue una conquista ardua frente a la intolerancia y el dogmatismo. Ahora tenemos que luchar para que las Humanidades no desaparezcan de los estudios universitarios y regresemos a una barbarie mucho peor que aquella, la barbarie tecnológica. Si esto sigue así, es posible que algunos tengamos que volver a las catacumbas. La cultura clásica es la que, de alguna forma, garantiza nuestra libertad. Sin Letras, no hay paraíso. Los clásicos son un buen asidero en tiempos de crisis. Los únicos valores firmes que tenemos».
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