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«Calle Santa Fe» Regreso al pasado más turbulento de Chile

POR ISAAC RISCO

Los recuerdos acechan, en las calles y los lugares frecuentados décadas atrás, en un Santiago de Chile que quedó irremediablemente en el pasado. Para Carmen Castillo, sin embargo, la experiencia del exilio -y el reencuentro con esas imágenes y sonidos a la vuelta de cada esquina- tiene un trasfondo mucho más traumático: la expulsión de su país como activista política en los turbulentos años setenta. En su último trabajo, el documental «Calle Santa Fe», que se estrena hoy, la directora chilena intenta plasmar esas experiencias en un alegato político cargado de abundantes recuerdos personales.

En octubre de 1974, cuando la recién inaugurada dictadura de Pinochet remataba a una resistencia ya vencida, Castillo fue interceptada junto a su compañero en uno de los suburbios de Santiago donde vivían clandestinamente después del golpe. Miguel Enríquez, jefe del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), murió abatido por los militares en la calle Santa Fe; Castillo, embarazada de seis meses, resultó gravemente herida y perdió al niño. Poco después fue expulsada y partió al exilio francés.

Treinta años después ha visitado los principales escenarios para encontrar la huella de aquellos acontecimientos. El resultado de este ejercicio de catarsis fílmica es un filme de fuertes tintes políticos; un cine combativo, al estilo de Fernando Solanas, y en la tradición de gran parte del cine latinoamericano. Como también es tradición, el filme fue mostrado este año en el festival de Cannes, donde arrancó las palmas del público europeo.

«Eso es lo que ha dado vida a «Calle Santa Fe»», menciona la directora, asombrada de que el director del festival, Thierry Fremaux, seleccionara el filme entre los miles de envíos. «A partir de ese momento la película empezó a existir».

Dos horas y media de duración

La mayor exigencia para el público son los 163 minutos durante los cuales desfilan delante de la cámara los lugares -principales protagonistas del filme- y distintos testigos de la época. «No quise hacer una película tan larga, he sido tremendamente rigurosa con el tiempo fílmico -asegura Castillo-. Tal vez podría haber cortado cinco minutos, pero no más. Ése es el detalle de esta película», agrega.

El documental es también una búsqueda de la herencia política de esos años. En lo que ella misma califica como «una segunda parte» -«me hubiera gustado que la película fuera como las de los años sesenta, con una pausa para hacer «pipí» o para un café», comenta-, Castillo entrevista a jóvenes de los movimientos populares actuales. «En ellos está la verdadera memoria», agrega la directora, crítica con las desigualdades sociales de su país.

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