Es un adiós a la publicidad convencional. A la imagen estática e imperturbable en la calle. Ahora la marquesina de una parada de autobús se convierte en una pantalla de televisión, que se deja tocar y que puede elegir por nosotros. Su inteligencia artificial la hace capaz de separar a un hombre de una mujer y emitir sólo para ellas un anuncio concreto de una ONG que denuncia las desigualdades entre sexos en algunos países. Es inteligente, gracias a una videocámara con un sistema de reconocimiento facial. Londres es la ciudad piloto de un invento que puede reconocer estados de ánimo. Y en función de ellos, emitir determinados anuncios. La llave a este nuevo mundo es la biometría. La ciencia que estudia e identifica al individuo según sus rasgos y que se empezó a utilizar a finales del siglo XIX en la comisaría de París para clasificar a delincuentes. La cara, las huellas dactilares e incluso la voz son algunos ejemplos. Lo mismo que el iris de los ojos, uno de los más fiables. Su reconocimiento es habitual en algunos aeropuertos y tiene hasta una aplicación para teléfono móvil con sello extremeño.  El objetivo es olvidar contraseñas. El reto: garantizar aún más su seguridad.