Por suerte, decidí que esa jornada me iría prontito a la ciudad docta por excelencia para aprovechar un poco más el tiempo y conocerla algo mejor. Fue la mejor decisión. No es que Florencia me decepcionara, es imposible, pero es que Bolonia me fascinó.
Es de esas ciudades a las que llegas y no puedes dejar de mirar a tu alrededor. Arriba, abajo, a un lado y a otro... todo llama la atención porque en cada rincón, en cada plaza y en cada calle hay algo que te deja con los ojos como platos. Lo primero, el color rojo de los edificios, de sus fachadas y sus tejados. Por algo llaman a Bolonia la ciudad 'rossa' (la roja, en realidad casi rosa). Bueno, por eso y por ser uno de los ejes principales del Partido Comunista en Italia.
Tampoco le pasarán por alto a ningún visitante los soportales que vertebran la ciudad. Son casi 40 kilómetros que te permiten recorrer Bolonia de punta a punta sin apenas necesidad de salir de ellos. Algo realmente útil cuando el único día que vas está lloviendo sin parar. A mí me pasó y apenas abrí el paraguas un par de veces. Y no hay que olvidarse de echar la vista hacia arriba, porque algunos de los pórticos son dignos de admirar.
UN CENTENAR DE TORRES COMO LEGADO
Lo mismo sucede con las muchas torres que se empezaron a construir en Bolonia a partir del siglo XII. Al parecer, las familias nobles más ricas competían entre ellas para ver quién erigía la torre más alta, demostrando así su poder. Se llegaron a levantar un centenar, aunque hoy día sólo quedan una veintena. Aunque las más simbólicas son, sin duda, las conocidas como las Dos Torres: la Asinelli, del siglo XII, que mide casi 98 metros, y la Garisenda, de finales del siglo XI, algo más baja (48 metros), pero mucho más inclinada e impactante. La vista a los pies de las torres es impresionante, al igual que desde lo alto de la Asinelli, desde donde se divisa la ciudad entera.
Imprescindible también la iglesia de Santo Stefano, que en realidad es un conjunto de cuatro iglesias medievales donde antes hubo siete, todas ellas bajo el mismo techo. La plaza donde se ubica, también conocida como la de las Siete Iglesias, es de lo más acogedora. Entrar en ella es como desplazarse a otra época. Un paseo por el barrio judío, una parada en la Piazza Maggiore, flanqueada por flamantes edificios, como el Ayuntamiento y el Palacio de los Bancos, y por supuesto, una vuelta por la Universidad, la más antigua de occidente (1088), para respirar un poco de aire estudiantil y tomarse algo por la zona, son paradas obligadas antes de dejar la ciudad.
Y todo eso en menos de 24 horas. Así que, sin duda, Bolonia es para darle una oportunidad más allá del clásico "me pillaba de paso". Su casco medieval, el segundo más grande de Europa tan sólo por detrás de Venecia, merece un respeto.