Dos de estos fenómenos naturales (hay quien les llama desastres naturales pero es la mano del hombre la que provoca el desastre) coincidieron en el tiempo hace un tiempito en Guatemala: la erupción del volcán Pacaya y la tormenta tropical Agatha.
Ambas recordaron a golpe de trompada la magnitud de la fuerza de la naturaleza cuando se desboca. El desastre se tradujo una vez más en un coste irreparable de vidas humanas (en torno a la decena por el volcán y cerca de las dos centenas por la tormenta tropical), a causa de la alta vulnerabilidad en la que vive una gran parte de la población de Guatemala. Basta un viaje por el país para constatar que la eventualidad se ha convertido de alguna forma en un estilo de vida.
Las guatemaltecas y los guatemaltecos tienen la envidiable capacidad de superación ante estos impactos de la naturaleza, y la solidaridad se hizo patente una vez más con estos dos acontecimientos. De postre nos dejaron dos imágenes sorprendentes y casi irrepetibles que ponen de manifiesto la grandeza de la naturaleza frente a la testarudez del hombre: la erupción del Pacaya, grandiosa; y el enorme agujero que se formó en uno de los barrios históricos de la capital del país (zona 2 de Ciudad de Guatemala) tras días de intensa lluvia y a causa de la falta de mantenimiento, previsión y cuidado de sus ciudadanos por parte de los responsables en años y años de gobiernos municipales y locales.



















