El destino queda a tiro de piedra. Resta la entrada triunfal en las calles empedradas del casco antiguo con la inevitable sensación de frustración por ver que la gente no se conmueve con tu esfuerzo de tantos días. Siempre aparece quien regala una sonrisa al peregrino. Basta con eso para entender que el resto del mundo acepta y aplaude el sacrificio.
Luego viene la parte hortera, el clásico grupeto de decenas de tipos jaleosos que consideran muy divertido llegar a la Plaza del Obradoiro dando voces y haciéndose notar. Una auténtica pena que remata el pequeño e inevitable circo que se forma a cuenta de la ceremonia de la llegada y que en cualquier caso resulta comprensible. Hay mucha gente buscándose la vida entre tanto movimiento. Picaresca al poder. Ojo a los que tocan alguna gaita por las esquinas: hay auténticos artistones escondidos a la vista dle gran público.
Por último, queda la ceremonia de la Misa de los Peregrinos, el abrazo al Apóstol, el recogimiento espiritual en definitiva. Eso queda al gusto del consumidor y sirve para completar o no el sentido radical de la peregrinación. Botafumeiros al margen. Hay quien le da la puntilla a la cuestión sólo a base de una mariscada en toda regla con su Ribeiro fresquito. Para comer, quizás la mejor opción es El Patio, en plena calle del París-Dakar (sí, existe y hay que preguntar por ella).
LA CREDENCIAL, MEJOR QUE SEA HONRADA
No se puede olvidar recoger la Compostelana. Pasaporte en ristre todo se fiscaliza en la Oficina del Peregrino. La teoría marca que no valen vehículos a motor para alcanzar Santiago y que hay que portar el diez por ciento del peso de uno. "Yo he cogido un buen durante 15 kilómetros. Sé que pierdo la Compostelana, pero creo que no viene a cuento mentir", dice un recién llegado. "Por fin alguien honesto", se escucha desde el otro lado del mostrador...




















