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Destinos / LOS SOCIOS DE LAS CASETAS PAGAN LA CARA DURA DE MÁS DE UNO

El arte del clavazo en la Feria de Sevilla

Día 08/10/2012 - 12.21h

El origen se remonta a los encuentros que tenían los tratantes de ganado a las afueras de la ciudad para hacer operaciones comerciales. Estas ventas se aliviaban con unos tragos... Con el paso de los siglos, quedan los tragos, el baile y la parranda, y las ventas de ganado ya no tienen mucho que ver con la Feria. De ganado al menos, porque las casetas siguen siendo el mejor escenario posible para cerrar negocios. Los farolillos son testigos mudos de fusiones de empresas, acuerdos estratégicos y hasta promesas de bodas y divorcios. De todo pasa sobre el albero ferial.

En realidad de lo que se trata la Feria es de una pequeña ciudad levantada a base de casetas de lona, donde durante una semana la gente se pasea, se emborracha, está con sus amigos, liga, se desliga, pierde trabajos, arregla otros... en definitiva pasa de todo y suele ser muy divertido. Gran sitio para ver y para que te vean.

Sin embargo, hay muchos que dicen que se trata de una fiesta elitista porque las casetas son todas privadas menos la del Ayuntamiento (que no aporta absolutamente nada en cuanto a diversión, a no ser las recepciones donde los invitados comen de pescuezo máximo) y las de los distritos municipales, que suelen ser las de peor estofa y más peleas. Los distritos solían ser muy divertidas, pero en los últimos años se vienen produciendo más peleas de la cuenta. Sin contar el lamentable estado de los retretes. "Si no conoces a nadie en Sevilla, la Feria es un rollo", se dice.

No es mentira, pero todo depende de acoplarse bien. Yo cuento mi experiencia: si uno va a una caseta, que por lo general son pequeñas, con 20 amigos y nadie conoce a ningún socio, posiblemente no se permitirá el acceso. Hay que entrar en grupos pequeños, preferentemente con compañía femenina y estando bien arreglados. Eso abre todas las puertas. Siempre se puede preguntar por Antonio o Paco... alguno habrá en la caseta y hacerle ver al portero que se tiene cierta prisa. Si se hace con gracia, la cosa suele funcionar. El problema es quedarse un rato en la puerta dudando: entonces seguro que no se entra.

Una vez dentro hay que ver si se puede pagar con dinero o hacen falta vales. En algunas casetas no hay caja registradora y sólo los socios pueden consumir, ojo. Es habitual que haya listillos que pidan muchos platos y luego lo apunten a la cuenta de un socio. Son los clásicos clavazos o ronchas que deja la Feria. Al que lo cojan pasándose de pícaro se arriesga a salir de la caseta con los pies por delante. Merecidamente pienso.

Vivir la Feria sin miedo es algo muy peligroso para el bolsillo. En una jornada completa te puedes gastar un dineral, porque los precios no son baratos ni mucho menos. Hay que pedir siempre vaso de cristal porque si no te sueltan uno de plástico que normalmente tiene menos cabida. El protocolo manda que quien pide pregunta qué se quiere. Son las clásicas rondas de convidás.

También hay quien pide un plato de picos o colines para acompañar el jamón serrano, pero no ha pedido ningún tipo de jamón. Lo hace para aparentar, eso es muy de Feria, y para quitarse el hambre a coste cero. El principal peligro es la gente que se apunta por la cara a las convidás... El típico que no tienes ubicado si viene con un amigo o con quién. Pero vale, todo es tan divertido que merece la pena. Del cante y del baile les cuento otro rato...

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