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Así es el desierto grandioso y subyugante donde se rodó «Marte»

Un periodista de ABC Viajar visita el wadi Rum, en Jordania, donde Ridley Scott localizó su película

JAVIER JAYME

«A la NASA le gustará nuestro Rover , un vehículo todoterreno equipado con enormes neumáticos industriales aptos para circular por lugares abruptos, rocosos y complicados. Lo probamos en una cantera de Hungría antes de rodar en Jordania. En el wadi Rum fue perfecto. Creo que van a pedirnos si pueden utilizar nuestro diseño, porque suelen fijarse en las películas para sacar nuevas ideas». Quien hace tales suposiciones es Ridley Scott , el director de The Martian (Marte), largometraje que protagoniza Matt Damon, estrenado en los cines españoles el viernes 16 de octubre y convertido en el film más taquillero de dicho mes en Estados Unidos.

«Decidimos realizar la mayoría de las secuencias de Marte en interiores», explica Mark Huffman, el productor, «dejando la toma de escenas con vistas panorámicas para los paisajes del wadi Rum, en Jordania». Por su parte, Arthur Max, el diseñador de producción, puntualiza que «el wadi Rum es asombrosamente similar a Marte en sus tonos rojizos anaranjados y el objetivo era conseguir una integración perfecta del escenario y de los efectos visuales del lugar».

Quien desee medir el alcance de este cúmulo de apreciaciones de los responsables de The Martian no tiene más que viajar al reino hachemita de Jordania -un país moderno, dinámico, políticamente estable y con un alto índice de seguridad- y darse una vuelta, siquiera somera, al sur, por esa fantasía de piedra y arena que es el desierto del wadi Rum, en las proximidades del golfo de Aqaba , donde el agua y el viento han labrado imponentes cañones entre elevados riscos con distintas tonalidades de rojos, amarillos, naranjas y grises que parecen, en efecto, conformar una visión de otro mundo.

Y es que, al contrario que en el común de los desiertos, en el del wadi Rum el paisaje está construido en vertical a base de incontables jebel, peculiares montañas de arenisca con zócalos basálticos al descubierto. En su conjunto constituyen un fenómeno natural superlativo de una belleza estética tan deslumbrante como abrumadora, definitivamente única no sólo en Jordania, sino en el resto del globo terráqueo. Nuestra mirada naufraga en un caótico mar de torreones, quebradas, canchales, escarpes y despeñaderos que comprimen las perspectivas, asfixiando el horizonte. Se trata, en suma, de uno de los escenarios más grandiosos y subyugantes de cuantos existen sobre la faz de La Tierra.

El crepúsculo supone un notable cambio en la fisonomía del wadi Rum. El sol poniente realza la figura de sus jebel, destacando sus crestas y perfiles con absoluta limpieza. Las areniscas, de texturas muy compactas y sorprendentes propiedades cromáticas , se incendian pasando del rojo anaranjado a un rosa con hechizo, inexplicable, que persiste aún después de anochecer, como si estas montañas fueran pálidos rescoldos de una ingente hoguera cósmica. «Esta es la pródiga región del fuego» , anotó el viajero francés Pierre Loti a finales del siglo XIX, «en la que diariamente se manifiestan quiméricos encantos de luz que nadie contempla».

Claro que hoy, más de una centuria después de la experiencia vivida por el inquieto escritor galo, ya hay quien sí los contempla, al menos en sus aledaños. Los turistas, esporádicos hace menos de un par de décadas, comienzan a ser una presencia constante en las vacías inmensidades de este desierto que tanto atrajo y fascinó a más de un eximio trotamundos de tiempos pasados, desde Johann Ludwig Burckhardt –el suizo que en 1812 sacó a Petra , la ciudad de los nabateos, de las oscuridades del olvido- a Thomas Edward Lawrence.

Son muchas las actividades posibles en el wadi Rum. La más popular, sin duda, es la de recorrerlo en vehículos 4x4 conducidos por beduinos locales que actúan como guías, amenizando la marcha con una taza de té árabe en alguna de las paradas. Estas excursiones motorizadas se realizan ad libitum, sin itinerarios fijos, algunas por recovecos poco comunes que nos acercan a siq (desfiladeros) casi inexplorados, a rocas con inscripciones esculpidas, a un templo nabateo en ruinas, a pozos ocultos –entre ellos la fuente de Lawrence- y a originales puentes de piedra.

Un medio de desplazamiento más auténtico -y ambientalmente limpio- son los camellos, bien para trayectos cortos de una o más horas o para jornadas de varios días atravesando las planicies salpicadas de dunas hasta Petra o hasta Aqaba sobre la ruta que siguió Lawrence de Arabia. Las distintas caravanas, siempre tuteladas por baquianos beduinos, pueden contratarse en el Centro de Visitantes de Rum, aunque también hay agencias de viajes que las organizan.

Las singulares características de los jebel atraen a un número creciente de montañeros, ya sean simples aficionados o escaladores experimentados. Su arenisca, sólida y compacta, permite ascensiones de calidad y duración incluso superiores, pongamos por ejemplo, a las de las famosas y concurridas Dolomitas, en los Alpes italianos. Aunque la manera quizá más novedosa de admirar la majestuosidad del wadi Rum es hacerlo a vista de pájaro, sobrevolándolo en globo , a 2.000 m de altura. Los paseos aéreos tienen lugar entre abril y junio y entre septiembre y diciembre. Las salidas se hacen por la mañana temprano, siempre que las condiciones del aire y la temperatura sean las adecuadas.

El desierto infunde aprensión a la par que nos embruja. Wadi Rum es un lugar ambiguo, una inmensidad ocre y atormentada que resucita las edades geológicas. Tal vez se parezca a Marte, tal vez no. Pero en ella el viajero descubrirá silencios primitivos, hoy ausentes por completo de nuestras vidas cotidianas, y la profunda, atemporal e impagable serenidad de los espacios vacíos y sin límites.

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