Once rutas fáciles cerca de Madrid para hacer con niños
Rocío y acebos rojos en Prádena, Segovia - @jfalonso

Once rutas fáciles cerca de Madrid para hacer con niños

Acebos, cascadas, castillos, cuevas... Excursiones para elegir ahora que llegan las vacaciones escolares

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Acebos, cascadas, castillos, cuevas... Excursiones para elegir ahora que llegan las vacaciones escolares

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  1. Acebeda de Prádena, Segovia

    Rocío y acebos rojos en Prádena, Segovia
    Rocío y acebos rojos en Prádena, Segovia - @jfalonso

    El rocío congelado de la noche ha dejado un manto blanco sobre el bosque, un barniz que envuelve, como si fuera papel de regalo, la cara vista de los habitantes de estas tierras. En los montes de Prádena (Segovia) huele a invierno nada más bajar del coche. En el pueblo humean las chimeneas, y, montaña arriba,la escarcha y la neblina se pegan a la piel, se convierten en vapor al respirar. El camino en busca de los acebos –de esos frutos rojos que, en una época menos conservacionista, adornaban las puertas de las casas por estas fechas– es en realidad una zambullida en la Navidad.

    La ruta arranca en el área recreativa El Bardal, frente a la entrada principal de Prádena. Aquí hay algunas mesas para comer en verano, campos de deportes y dos sendas: una, la más visible, sale por el flanco izquierdo de este espacio; la otra, más aconsejable para ir con niños, por el derecho. Si elegimos esta segunda opción, podremos subir en coche casi hasta el corazón del bosque. Son dos kilómetros en continua ascensión, con dos pequeños mojones. Al cruzar una valla hay que seguir por el sendero principal, a la derecha, y, unos metros más arriba, en una curva pronunciada, girar a la izquierda. No hay más dificultades.

    Los primeros acebos aguardan a media hora de paseo suave, sin apartarnos del camino. Sus frutos, de un rojo vivísimo, y sus hojas,verde oscuro, crespas y con espinas en el borde, son un fogonazo imposible de pasar por alto, sobre todo en un día como éste, cuando el paisaje luce pintado de blanco.

    El acebo, árbol silvestre y protegido, suele tener de cuatro a seis metros de altura, aunque también los encontramos de mayor porte, y no es fácil disfrutarlos en la zona centro. Hay que viajar al corazón del bosque, en algunos pueblos de Madrid, como Robregordo, o aquí, en los montes de Prádena.

    Los acebos crean una isla húmeda, un ambiente de cuento de hadas, en cierto modo tenebroso. Las ramas de la copa son grandes, para proporcionar oscuridad y protección al árbol, mientras que el borde espinoso aparece en las zonas más bajas, como vigilante natural del tesoro. A sus pies, el frío ha congelado los helechos.

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    Vemos acebos, sí, una extensión muy apreciable –dicen que de las mayores de España– por la que pasear toda la mañana, pero también sabinas, árbol diezmado en muchas zonas que nunca pierde su prestancia verde y su aspecto lánguido. Y robles, en inverierno desnudos, con sus hojas convertidas en una alfombra ocre en la que se hunden las botas. Y vacas, que pastan a sus anchas en estas praderas fértiles. Y hasta un jabalí que, súbito, corre asustado, al otro lado de un vallado de piedra. A lo lejos suena un disparo: los cazadores también están en el monte.

    El regreso, como la subida, puede hacerse de dos formas. La más sencilla, sobre todo si hemos ido con niños, es desandar el camino hasta la puerta giratoria en cuyas inmediaciones hemos dejado el coche.

  2. Cueva de los Enebralejos. Prádena, Segovia; Grutas del Águila, Arenas de San Pedro, Ávila

    Grutas del Águila, en Arenas de San Pedro (Ávila)
    Grutas del Águila, en Arenas de San Pedro (Ávila)

    La encontramos a la entrada de Prádena y, quien no la conozca, se topará con una agradable sorpresa. Esta cueva, descubierta en 1932, tiene 3.700 metros, aunque sólo 500 pueden visitarse, en una ruta guiada entre estalactitas y estalagmitas de unos cuarenta y cinco minutos. En el interior se han hallado pruebas de pobladores de la zona dos mil años antes de Cristo, dato que alentó la construcción de un parque arqueológico. En efecto, en el entorno de Enebralejos se reproduce el ambiente de un poblado prehistórico del inicio de la edad de los metales, hace más de 4000 años.

    [Relacionado: las cuevas prehistóricas más impresionantes de España.]

    Otra opción son las Grutas del Águila, en Arenas de San Pedro, descubiertas por un grupo de niños el 24 de diciembre de 1963. Tienen un recorrido de unos 1.000 metros.

  3. Cascadas del Purgatorio, Madrid

    Un ejemplo de la belleza del camino hacia las Cascadas del Purgatorio
    Un ejemplo de la belleza del camino hacia las Cascadas del Purgatorio

    Para quien no haya oído hablar de las cascadas del Purgatorio, en la cabecera del valle del Lozoya, término municipal de Rascafría, cabría decir que es la excursión perfecta. Ni demasiado larga ni floja y corta. Ni difícil ni extremadamente blanda. En total, doce kilómetros, seis de ida y seis de vuelta. Y en estos días, cuando ya ha empezado el deshielo, tan verde y deslumbrante, que, al acabar, ya cosquillean las ganas de volver.

    La ruta del Purgatorio comienza en el Puente del Perdón, justo enfrente del monasterio del Paular (sierra de Madrid). Hay un centro de información donde podrá pedir un mapa, pero no lo necesitará. Basta seguir las indicaciones para llegar al destino, esa cascada que de ningún modo es un purgatorio.

    El valle de Lozoya suele rebosar de agua, de luz, de vida. La cascada es la meta, pero el goce nos acompañará durante todo el camino, sobre todo en el último kilómetro y medio, cuando la senda invita a cruzar por segunda vez el arroyo Aguilón. Desde entonces y hasta la cascada, el agua salta alegre, sin complejos, entre rocas, campo, risas, un picnic que alimenta, y mucha nieve en el invierno de las cumbres.

  4. Cañón del Río Lobos, Soria

    La ermita de San Bartolomé, al final de este tramo del Cañón del Río Lonos
    La ermita de San Bartolomé, al final de este tramo del Cañón del Río Lonos - f. heras

    La mezcla de términos, cañón y río Lobos, quizá nos traslade al western clásico, con jinetes exhaustos y polvo en la mirada. Imaginación truculenta, nada más. Estamos en Soria, a diecisiete kilómetros de El Burgo de Osma, y el paisaje es tan verde y húmedo como una ensalada de kiwi. Ha llovido esta mañana, y las gotas que caen de sauces y chopos rebotan en los nenúfares como un guiño. Otoño, agua y frío alientan a caminar por una senda clásica a la que siempre conviene regresar o descubrir, según cada cual. Quien desee recorrerlo entero, desde Ucero hasta Hontoria del Pinar, debe saber que le esperan veinticinco kilómetros de marcha y que, lógicamente, necesitará dos coches, uno en la salida y otro en la llegada. Para los demás, la meta -la ermita de San Bartolomé- está a 3,5 kilómetros del primer aparcamiento (a 2,2 del segundo). En total, sólo siete kilómetros de agrable y llano paseo junto al cauce.

    Abundan las cuevas, los recovecos creados por el agua. Incluso alguna de ellas, como La Galiana, puede visitarse con guías. La erosión fluvial también está en el origen del cañón calizo que escolta esta ruta, y que sirve de refugio a una abundantísima colonia de buitres que planean sobre nuestras cabezas como vigilantes del cielo. Grandes horizontes. El río y la vegetación de ribera son los protagonistas de la primera parte del camino. Pasan las horas muertas en este jardín idílico que, más allá del primer vistazo, esconde sabinas y enebros quejigos y encinas, y pinos, siempre pinos. Poco a poco, el paisaje se torna grandilocuente, con las paredes del cañón y las repisas que dan cobijo a águilas, azores o rapaces nocturnas. Y, poco después, la ermita de San Bartolomé, una fotografía clásica al pie de la Cueva Grande y de El Balconcillo, un mirador del que nunca desearíamos salir, como de una buena película.

  5. Arboreto Luis Ceballos, San Lorenzo de El Escorial, Madrid

    Un rincón del arboreto Luis Ceballos, en la sierra de Madrid
    Un rincón del arboreto Luis Ceballos, en la sierra de Madrid

    Antes de entrar en detalles, la definición, porque hemos llegado a un espacio poco común. Del latín arboretum: conjunto o colección de árboles. En este caso se trata de un refugio natural, de 3,8 hectáreas, poblado por más doscientas cincuenta especies de árboles y arbustos, a tiro de piedra del monte Abantos. Para llegar hasta aquí arriba (a 1.300 metros de altitud) hay dos formas. Los más comodones pueden utilizar el coche, por la carretera del monte Abantos. Pero quien desee explorar el paisaje y disfrutar de vistas espectaculares del monasterio deberá optar por la ascensión a pie desde el aparcamiento del hotel Felipe II, en San Lorenzo, hasta la misma puerta del Arboreto Luis Ceballos (ingeniero de montes que vivió a finales del siglo XIX, autor de ideas sobre la conservación del medio muy avanzadas para la época). La ruta detallada de la ascensión la encontrarán los interesados en la Oficina de Turismo. Bastan entre sesenta y noventa minutos, según el ritmo, para completarla.

    En esta vertiente de la sierra, desde las Machotas a Abantos, abundaba el agua y el granito, y el bosque de robles era espeso y fresco. Pero la grandiosidad de la obra y las necesidades de la Corte pronto dejaron las laderas como una frente despejada. A finales del siglo XIX comenzó la reforestación con pinos, el paisaje que ahora vemos. En el Arboreto se puede seguir esta historia, además de pasear- rutas libres o guiadas, gratuitas en ambos casos- por un escaparate de los árboles de la península. Es una clase de botánica detallada y apasionante, que cada día suma nuevos elementos.

  6. Recópolis. Zorita de los Canes, Guadalajara

    El Castillo de Zorita está rodeado por el Tajo y su arroyo Badujo
    El Castillo de Zorita está rodeado por el Tajo y su arroyo Badujo

    Recópolis, una de las pocas ciudades que se conservan de la época visigoda, nos ayuda a dejar volar la imaginación. Corría el año 578, cuando el rey Leovigildo mandó construir este núcleo urbano en honor de su hijo Recaredo...

    El Tajo zigzaguea perezoso al pie de Zorita de los Canes: en la colina -perfecto mirador- se resiste a morir un castillo de los siglos XII-XIII, conquistado por Alfonso VIII; y en el cerro de la Oliva, apenas a un kilómetro aguarda Recópolis.

    Los restos sacados a la luz por los arqueólogos nos arrojan violentamente al pasado, en busca de las distintas etapas de la ciudad. La primera de ellas -la más importante, sin duda- es la visigoda, del siglo VI; la segunda, la musulmana, quizá del XI, y una tercera con aportaciones de los estilos románico y gótico, del XV. El palacio es la estrella de la visita, la zona más sobresaliente de lo que fue un altivo centro de poder. La basílica, unida en su momento al palacio, tenía tres naves, y desde los ventanales de todo este conjunto el paisaje debía alimentar el espíritu de sus moradores.

    El castillo medieval es la siguiente estación de paso. Malvive (o malmuere) como tantos otros monumentos en esta España superpoblada de arte, pero el paseo entre sus piedras, por la capilla románica, junto a las torres defensivas, nos permite evocar otros tiempos de ruido de espadas caballos que relinchan exhaustos y batallas cuerpo a cuerpo. Y, antes de volver a casa, a nueve kilómetros, Pastrana, la ciudad de la princesa de Éboli.

  7. Alrededores del castillo de Coca, Segovia

    El castillo de Coca rodeado de bosque
    El castillo de Coca rodeado de bosque - ryustar

    El castillo mudéjar de Coca es una postal reconocible. Cientos de turistas se acercan cada fin de semana a echar una ojeada a esta fortaleza de ladrillos, que mandó construir Alonso de Fonseca (obispo de Ávila y arzobispo de Sevilla y Santiago) en 1453. Es un puñetazo de color ocre rodeado por una gigantesca mancha verde. Allí vamos. En el mismo castillo (en un parque situado a la derecha de la entrada) arranca una senda ecológica que conduce al corazón del bosque...

    En Tierra de Pinares tuvo su sede la primera fábrica de la empresa Resinera Española (1862) lo que da idea de la importancia económica del pino en la zona. El monte ha sido la vida, y el negocio todavía continúa, pasa de padres a hijos. Casi sin querer, todos los vecinos aprenden a hacer una roza en la corteza del árbol y a dejar que, muy lentamente, caiga la resina a un bote. Y así durante los veinte años que se mantiene en explotación cada pino.

    La senda botánica en sí empieza después de una ascensión de unos dos kilómetros por un camino forestal que permite disfrutar del otoño-invierno en la ribera del Voltoya y del Eresma. Poco a poco ganamos altura, hasta que, a la izquierda, aparece el pinar y un cartel que nos guía hacia la senda. A partir de ahí ya no hay pérdida. Basta seguir las señales, dejarse seducir por la fascinación y el silencio del bosque, solo roto por el diálogo de herrerillos, carboneros o pitos.

    Y, de repente, a lo lejos, de nuevo la silueta del castillo, visto desde este mirador verde. La senda, después de cinco kilómetros de caminata, termina en el Parque Recreativo de El Cantosal, a menos de dos kilómetros del castillo. A tiempo de comer y de seguir el rastro de esta ciudad monumental, la torre mudéjar de San Nicolás, la Iglesia Gótica de Santa María la Mayor (en una época hubo siete iglesias en Coca) y los sepulcros de los Fonseca... Historia a pie de calle.

  8. Senda botánica en el Valle de Iruelas. Ávila

    El embalse del Burguillo, en el valle de Iruelas
    El embalse del Burguillo, en el valle de Iruelas

    El valle es grande y amplio, seis mil hectáreas en la cara norte de la sierra de Gredos, y las vistas son inmejorables, junto al embalse del Burguillo. En realidad, no hacen falta argumentos de agencia inmobiliaria para vender esta hermosísima zona de Ávila. Basta un paseo por su escaparate más asequible, una senda botánica en la que examinar con mimo una veintena de especies diferentes de árboles y arbustos.

    La senda -sencilla, perfecta para llevar a los niños- comienza junto al aparcamiento situado frente al Camping Valle de Iruelas. A un lado y otro, junto a los correspondientes paneles indicativos, vemos ejemplares de tejo, pino, acebo, enebro, quejigo, fresno, muérdago, jara o torvisco. Bastan cuarenta y cinco minutos para recorrerla, pero unos metros después de empezar encontraremos un desvío a la derecha, hacia el observatorio Lancha de las Víboras, un mirador para echar una ojeada a la inigualable colonia de buitres del valle. El buitre negro es la estrella de las postales de Iruelas.

    La excursión puede seguir con las actividades que se organizan aquí, o por nuestra cuenta. Estamos muy cerca del castañar de El Tiemblo, de los Toros de Guisando, de Cebreros y Navaluenga, en una región cruzada de senderos y de arroyuelos que se despeñan sierra abajo. Hay tantos que el runrún del agua se instala en la memoria, tenaz.

  9. Hayedo de Tejera Negra, Guadalajara

    josé luis muñoz

    El espectáculo empieza en la carretera, alfombrada de hojas secas, como en un anuncio de coches de lujo en la campiña inglesa. Ahí se queda la vida gris, la oficina, y empieza el reino del color. Nos dirigimos en busca de una ruta clásica del hayedo, tres horas a pie, por la ribera del Lillas, uno de los dos cauces (el otro es el Zarzas) que abrazan el valle.

    Las hayas son hijas de las glaciaciones, de un clima frío y húmedo. Por eso resulta milagroso encontrarse un bosque como el de Tejera Negra tan al sur. En condiciones ideales se pueden ver árboles de cuarenta metros. En el microclima de este parque, donde llueve más que en los alrededores, no llegan tan arriba, pero en la senda hay ejemplares de trescientos años, retorcidos y con arrugas que parecen surcos, o al revés.

    La salida de la senda de las carretas está en el aparcamiento. A la derecha, el bosque de robles luce un tono cobrizo que hipnotiza, y a la izquierda, la umbría envuelve las faldas de los picos de la Buitrera, del Cervunal, del Parrejón y de la Escaleruela. A partir de ahí el camino es fácil, indicado con señales blancas. Primero seguimos la orilla izquierda del Lillas, y luego, al llegar a uno de sus afluentes, giramos a la izquierda para iniciar la ascensión hacia el bosque. Es la parte más dura, pero la recompensa salta a la vista: el agua siempre presente, los robles, una carbonera, la postal amarillenta de las hayas, oscuros tejos de cientos de años, el silencio que anima a detenerse y respirar, tan lejos de todo.

    Cuando finaliza este tramo hay que girar de nuevo a la izquierda, para tomar una senda ecológica en la que unos paneles informativos aclaran cualquier duda sobre los habitantes del bosque: las plantas (saúcos, serbales, brezo, retama, además de los ya citados) y los anímales (corzos, águilas reales, azores, jabalíes, zorros... Ya sólo queda el descenso, con el regalo de una vista sobre la sierra de Ayllón, un horizonte sobrio y duro, castellano.

  10. Mar de Ontígola, Aranjuez, Madrid

    Mar de Ontígola: un paseo natural antes que complementa los tesoros de Aranjuez
    Mar de Ontígola: un paseo natural antes que complementa los tesoros de Aranjuez

    Si Madrid tuviera mar... El suspiro es tan viejo como la memoria. Hasta Felipe II balbuceaba el sueño. Quizá por eso, cuando le encargó a Juan Bautista de Toledo -y luego a Gerónimo Gilí y a Juan de Herrera- represar el arroyo de Ontígola, en Aranjuez, lo bautizó como mar, por aquello de que la voluntad mueve montañas, quién sabe.

    El humedal, a tiro de piedra de los jardines de Aranjuez, es un hogar confortable para cientos de aves, algunas durante todo el año, como los ánades reales o las pollas de agua, y otras ahora, en la invernada, cuando el frío acecha, como somormujos, patos cuchara o el porrón común, por citar parte de la nómina.

    Es fácil llegar, incluso a pie. Nos situamos en la plaza de toros de Aranjuez. y desde ahi hay que tomar una calle- carretera llamada Camino de Ontígola. En seguida, a la derecha, vemos el agua y el comienzo de la ruta.

    La senda ecológica no requiere más de una hora, y es perfecta para pasear antes de sentarse a la mesa de alguno de los restaurantes de Aranjuez. Para saborearla se requiere paciencia y prismáticos: las aves revolotean en las zonas más alejadas del camino, entre juncos y espadaña, dando la espalda al grupo de alumnos que esta mañana ha venido a empaparse de naturaleza.

    Paneles informativos ayudan a entender el valor ecológico de una zona que, con un poco de mala suerte, podía haber acabado como una escombrera, pero que se ha conservado como un oasis para las aves y para nuestros ojos. Al final de la senda, una torreta permite apreciar el conjunto del humedal.

  11. Peña del Chorro, Somosierra. Madrid

    Apenas a un kilómetro del pueblo de Somosierra encontraremos uno de los saltos de agua más espectaculares de la Comunidad de Madrid, que también es el nacimiento del río Duratón.

    Para llegar al pie de la cascada nos situamos en la gasolinera de Somosierra, de donde sale una vieja carretera en desuso por la que se puede circular sin dificultad. Unos quinientos metros más allá, a la derecha, veremos el camino que nos llevará hacia la Peña del Chorro, cortado por una cancela que deberemos salvar. La N I está muy cerca, pero la civilización ruidosa en seguida encuentra refugio en el último desván de la memoria.

    Unos metros después de dejar atrás la cancela ya se ve el espectacular salto de agua. Distintas sendas permiten que nos acerquemos hasta el borde de la cascada, aunque el agua está presente en todo el camino. Por aquí serpentean los arroyos del Caño, de las Pedrizas y de la Peña del Chorro, un manantial apoteósico en el que nace el Duratón.

    Quien disfrute con este tipo de exhibiciones de la Naturaleza puede aprovechar estos días para hacer una segunda excursión hasta Valverde de los Arroyos, en la provincia de Guadalajara. A una hora de agradable paseo desde este pueblo de la ruta de la arquitectura negra se encuentra otro salto prodigioso: las Chorreras de Despeñalagua. A veces, cuando el termómetro se desploma, la cascada se congela, y a veces, cerca de la primavera, con el deshielo, multiplica por «n» su caudal, que luego se dirige hasta el río Sorbe y, al cabo, al embalse de El Atazar.

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