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artes&letras castilla-la mancha

Carlos Sahagún y el silencio de los poetas

Pertenece por derecho propio a esa rara estirpe de poetas que decidieron que el silencio es, a veces, tan expresivo y tan necesario como las propias palabras

Carlos Sahagún y el silencio de los poetas

por pedro a. gonzález moreno

Hay poetas que deciden marcharse sin ruido , frente a los que prefieren despedirse entre grandes titulares y ruidosas fanfarrias, que no son sino un reflejo de las pompas mundanales que buscaron en vida. El de Carlos Sahagún no sólo es un caso paradigmático de esas muertes voluntariamente discretas, sino también de esas vidas que eligieron el retiro y el alejamiento del mundo, en una actitud que tenía algo de repliegue interior pero también mucho de una personal e insobornable disidencia.

Su ingreso en la literatura fue tan temprano como fulgurante , y quizás por ello su retirada fue también singularmente prematura. Pertenece por derecho propio a esa rara estirpe de poetas (a la que perteneció también su buen amigo Eladio Cabañero) que decidieron que el silencio es, a veces, tan expresivo y tan necesario como las propias palabras , y sabían lo que todos sabemos, aunque no todos estén dispuestos a reconocerlo: que cuatro o cinco libros son suficientes para dejar escrito un mundo, para dejar impreso el sello inconfundible de una voz lírica.

Ejemplo de precocidad y de madurez deslumbrantes (como también lo fue su compañero de generación Claudio Rodríguez), ganó con apenas diecinueve años el premio Adonáis con Profecías del agua (1957), al que siguieron Como si hubiera muerto un niño (premio Boscán, 1960) y Estar contigo (premio Juan Ramón Jiménez, 1974). Su obra se cierra con Primer y último oficio, que le valió el Premio Nacional en 1980 . Con posterioridad a esas fechas, abandonó casi por completo la escritura, y apenas se conservan una docena de poemas inéditos, que incluyó al final de una antología personal que él mismo elaboró y encuadernó con mimo artesanal, y cuyos escasos ejemplares tuvo la cautela de distribuir tan sólo entre los familiares más cercanos.

Tras Primer y último oficio se hizo el silencio , y no sólo el definitivo silencio editorial, sino que poco a poco fue desapareciendo también de la vida pública, del roce y del trato social , de todas esas múltiples pasarelas y tribunas que ofrece la literatura para exhibirse, para ver o ser visto, o para cultivar una imagen que a menudo no guarda ninguna relación ni con la vida ni con la obra de un poeta.

Pese a ello y, por fortuna, en Pozuelo de Alarcón y La Roda aún pudimos llegar a tiempo de compartir con él muy buenos ratos en las mesas de algunos jurados y de algunos restaurantes , pero Hacienda y el vino comenzaban a darle, a partes iguales, frecuentes dolores de cabeza, y lentamente, con terquedad y convicción, fue retirándose. También tuvimos la suerte de escucharle recitar algún poema con su voz grave, profunda y estremecedora, e incluso conseguimos convencerle para que, como mero espectador, se asomara a algún que otro acto literario; sin embargo, su destino de desaparecido ya estaba escrito de antemano . Aquellos dos versos suyos de Profecías del agua comienzan a adquirir ahora una resonancia oscuramente profética:

Tu destino era hermoso como un cielo sin nubes,

tu destino era alegre. Pero se vino abajo.

Del mismo modo que su poesía se fue poblando de infancias rescatadas y de oscuros fantasmas de posguerra , o fue evolucionando hacia el compromiso moral y social, su actitud ante la vida fue enquistándose en un escepticismo lúcido y casi combativo, en un desengaño sin retorno posible , y también en un progresivo desencanto ideológico, razones todas ellas que sin duda contribuyeron a apartarle del mundo.

Pero a pesar de su corteza huraña y su apariencia distante, a Carlos Sahagún, visto de cerca, se le desataban las costuras afectivas y entonces hacía gala de un buen humor punzante y corrosivo , que tendía a convertirlo todo en un juego de caricaturas, hipérboles y anécdotas. Y en los últimos años, aunque parecía habérselo tragado la tierra, uno podía toparse con él paseando por el Retiro o por los alrededores de su barrio, o si se madrugaba lo suficiente, podía vérsele merodeando por los puestos de libros del Rastro o por las casetas de la Cuesta de Moyano.

Las estanterías de su casa rebosaban de miles de libros perfectamente ordenados, fruto de su paciencia y de su pasión bibliofílica , una pasión por la que había sido capaz de gastarse la mitad de la paga en una primera edición, por ejemplo, de Cantos de vida y esperanza . También, y como resultado de un parecido afán coleccionista, guardaba cientos de CDs que, con no menos paciencia, había ido grabando con las voces de innumerables poetas, de entre los que guardo como recuerdo uno de sus mejores regalos: la voz cantarina de Dylan Thomas y las voces más cercanas de Eladio Cabañero y de Manuel Alcántara.

Todo en su casa estaba sometido a las leyes de un orden minucioso y casi sobrecogedor, un orden del que ya parecía él haber hablado premonitoriamente en el primer poema de su último libro:

Todo está decididamente en orden

menos mi propia vida.

Poeta incluido en las más representativas antologías de la generación del 50, desde la de Francisco Ribes (Poesía última, 1963) a la de Ángel L. Prieto de Paula, ( Poetas españoles de los cincuenta , 2002), el de Carlos Sahagún es uno de esos raros casos de supernovas literarias que irrumpen y estallan tempranamente, y que, tras ofrecernos su luz fulgurante, se extinguen de pronto, como si hubiesen consumido compulsivamente, en poco tiempo, toda su energía. Pero al contrario de lo que sucede con los fenómenos astronómicos, en el ámbito de la literatura el brillo de una voz como la suya no se agota de repente, sino que (aunque él mismo pretendiera oscurecerlo) continúa y continuará iluminándonos mucho más allá de su muerte .

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