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artes&letras castilla-la mancha

Si Cervantes hablara

La identidad del español universal que ahora nos ocupa, se puede definir con una sola de sus frases: «Siempre fui más versado en desgracias que en versos...»

Si Cervantes hablara a.p.herrera

por josé rosell villasevil

Hay personajes en la Historia de la humanidad cuya vida nos ofrece una dilatada y singular paradoja : su trayectoria vital se forja golpe a golpe sobre la dureza diamantina del yunque de su destino, quien les dirige derechamente sin duda hacia el objetivo de la gloria e inmortalidad, renacidas no obstante sin prisas a partir de una tumba olvidada, de unos restos mortales que ya hayan purgado con creces en el lodo el pequeño goce que se le pudiera escapar a la austeridad espartana de su existencia.

Nadie se ocupará del drama de Homero, ciego , cuando desgarra anónimo, uno a uno, por el mundo, los versos sublimes de «La Ilíada»; nadie pensará en el caótico subsistir de Vicent van Gogh, cuando su hermano -piadoso e improvisado marchante- le compra por unas monedas el cuadro -u otros-, impagable hoy, de «Los Girasoles», en tanto el desgraciado autor se rebana los apéndices auditivos en soledad desesperada.

Beethoven intuye desde el hondo rincón de su sordera, que las notas del «Himno de la alegría» conmoverán el mundo , en tanto una joven violinista de su orquesta, la noche del estreno de la «Novena», le tomará la mano para acercarle al proscenio y allí levantarle el brazo triunfal. Pero nadie entenderá el horror de aquel pobre hombre solo, cautivo del silencio. ¡Él, que era paradigma de la armonía!

Su bautizo en Alcalá

La identidad del español universal que ahora nos ocupa, se puede definir con una sola de sus frases: «Siempre fui más versado en desgracias que en versos...» ; o con el famoso terceto del «Viaje del Parnaso»: «Yo que tanto trabajo y me desvelo/ por parecer que tengo de poeta/ la gracia que no quiso darme el cielo». ¡Quién había escrito el poema en prosa rimada más hermoso y brillante de todos los tiempos!

¿Alguien se atreve a ponerle puertas al campo?, ¿Alguien es capaz de fijar precio al Quijote , el libro con más de dos mil ediciones, que invade la faz de la tierra y en cuyo abrazo literario puede cobijarse a la humanidad entera?

Hijo cuarto legítimo, tercero en su caso por muerte inmediata de Andrés, el primero, de Rodrigo de Cervantes y Leonor de Cortinas, Miguel fue bautizado en la iglesia de Santa María la Mayor de Alcalá de Henares , el día 9 de octubre de 1547. Traía colgados al cuello (virtualmente) una especie de evangelios con un lema que nadie entendió hasta pasados muchos años, mucho más allá de haber terminado la alta misión por el cielo encomendada, cuya «Segunda Parte» salía de la imprenta de Juan de la Cuesta, sita a la sazón en la madrileña calle de San Eugenio, número 7, a mediados de noviembre de 1615. Dejando él de existir, físicamente, cinco meses después. De todo ello se van cumpliendo ahora cuatro siglos.

«Yo he dado en don Quijote pasatiempo/ al pecho melancólico y mohíno,/en cualquiera sazón, en todo tiempo» . Se marchó hacia el Infinito desde la indigencia, y era enterrado meced a la caridad de la V. O. T. de San Francisco, en la que había profesado al objeto -principalmente- de no dejar a su esposa, doña Catalina, la grave carga económica del sepelio. Era el 23 de abril de 1616, sábado, y a esa hora del entierro todo Madrid giraba en torno al Monasterio de Nuestra Señora de Atocha, cuya venerada imagen era sacada en rogativas, debido a la pertinaz sequía con que aquella primavera les agobiaba. No se enteró nadie, tan solo habla de ello dolorido el sencillo epitafio, obra de un poeta desconocido que ahora estará con Miguel en el Parnaso, Francisco de Urbina.

He aquí su texto: «Caminante, el peregrino/ Cervantes aquí se encierra;/ su cuerpo cubre la tierra,/ no su nombre, que es divino./ En fin, hizo su camino;/ pero su fama no es muerta,/ni sus obras, prenda cierta,/ de que pudo a la partida,/ desde ésta, a la eterna vida,/ ir la cara descubierta».

Cuatro ásperas tablas de ripia conformaban el féretro, sin tapa ; la mortaja, el pobre sayal franciscano, con la cara descubierta como buen Tercero que era. Nada tenía que ocultar quien expresaba tan claramente la verdad, «aunque cueste la vida mantenerla». Dejen en paz, señores, amigos de hurgar en «la vil materia, en la podredumbre, en el cieno» «Su cuerpo cubre la tierra,/ no su nombre, que es divino»-.; puede que todavía sus nobles restos sigan soñando con paraísos «Baratarios» en el vientre amoroso de nuestra inmensa matrona.

Sus restos mortales -ya prácticamente diluidos- forman parte del Monasterio de Trinitarias Descalzas de San Ildefonso, en la calle Lope de Vega, entonces Cantarranas; dejémoslos en paz y apaguemos la sed de su ausencia en la frescura de su obra, venero inagotable de la mejor poesía, la eterna. Dice don Miguel de Unamuno que hay obras cuya fama, condensada en algunos de sus personajes, supera con creces la del propio autor, y éste es el caso concreto en Don Quijote y Sancho con Miguel de Cervantes, su creador.

Porque el nombre del Caballero manchego fue creciendo en tiempo y espacio , en tanto que el de su autor iba progresivamente olvidándose, sobre todo y ante todo en su patria. ¡Ay España de las ingratitudes colectivas!

Si los aires no hubiesen venido de fuera, cargados de admiración y reconocimiento, el nombre de Cervantes se hubiese ido difuminando en España hasta (como dice el autor de «Niebla») convertirse en ente de ficción.

Su primera biografía, así como la primera edición de lujo del Quijote , se deben a la iniciativa personal de un noble e ilustre inglés, Lord Carteret, conde de Granville, en 1738. Habían pasado 132 años en silencio, y el encargado de «desfacer» tal desaguisado biográfico, a partir de cero, fue Gregorio Mayans y Siscar, quien no disponía de un sólo documento cervantino y hubo de apoyarse, únicamente, en los propios textos del biografiado.

La primera edición de «El Ingenioso Hidalgo», debidamente anotada y comentada, se debe a otro eminente hispanista británico , el reverendo John Bowle. Corría el año 1781 y habían tenido que pasar casi dos siglos para que Cervantes entrase dignamente en el reino de los Clásicos, hombro a hombro con Homero y Virgilio, y tenía que ser obra de alguien ajeno a su rey, a su rey, su patria y su grey.

El primer monumento que se erige en Madrid al «Regocijo de las musas» , hoy colocado en la Plaza de las Cortes, se promueve por Decreto, en 1810, de un invasor francés llamado José Bonaparte. No se había celebrado ni Primero ni Segundo Centenario, ni de su muerte ni de su obra.

El monumento de la Plaza de España, que fue promovido en calidad de suscripción pública por R. O. de Alfonso XIII , en 1916, no se vio terminado hasta 1960. Se había consentido derribar la casa mortuoria de la calle del León, así como más tarde la natal de Alcalá de Henares.

En el Patio de Cristales del antiguo Ayuntamiento madrileño de la Plaza de la Villa, se exhibe una amplia galería de bustos dedicados a escritores ilustres del Madrid del Siglo de Oro: el de Cervantes brilla por su ausencia.

El pomposo Premio Cervantes -a veces tan sorprendente en cuanto a la elección de candidatos- se instituyó en 1976 . Habían tenido que transcurrir más de tres siglos y medio.

Cuatro siglos ha estado Toledo esperando un monumento digno para quien le agasaja en sus novelas («La Ilustre fregona», «La fuerza de la sangre», «Persiles y Sigismunda») y nos honra declarándolo piedra angular de el Quijote en el C. IX de la I Parte.

El monumento a Cervantes que vela las armas del ingenio, junto al Arco de la Sangre , siendo el más admirado y fotografiado de la Imperial Ciudad, hasta la fecha lo ha pasado en blanco, en pleno IV centenario de la publicación de II Parte de «El Ingenioso Caballero». Y en plena Mancha, durante estas gloriosas efemérides, se ha jugado y prevaricado descaradamente con la cuna legítima de nuestro genial alcalaíno, o se ha homenajeado -ambas cosas con el apoyo oficial- al falsario, insultante y nauseabundo» Quijote de Avellaneda». Queda tiempo todavía para enderezar estos entuertos ya que -insistimos en ello-, materialmente, la II Parte de «El Ingenioso Caballero» no salía de la imprenta hasta hasta los primeros días del mes de noviembre de 1615. ¡Ay, si Miguel hablara de nuevo con el morisco aljamiado en el Alcaná, o en el Claustro bajo de la Catedral toledanos, qué cosas le diría!

¿Negativas? No. Era un humanista bondadoso y positivo. Seguro que se expresaría de este tenor: Sigo creyendo en la infinita misericordia de Dios y, a pesar de todo cuanto viví y padecí, mantengo también la fe en su obra cumbre: la Humanidad.

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