Allí y aquí, en Atienza

Pero hoy prefieres dejarte mirar por una niña que aún cruza corriendo, en la tarde de agosto, el arco de Arrebatacapas, que se esconde un instante en un rincón empinado, sigue por la iglesia de San Juan Bautista y llega al pórtico románico de San Bartolomé. Sabe que escribirá poemas y dice: Yo tengo una conciencia de palabras/ que me despierta, a veces, del sueño del suicidio. Ella muestra un gesto discreto y suave, algo de timidez, algo brillante en sus ojos de haber vivido mucho y seguir siendo bella después de los años. Lee para ti: Ya nos sonríe la estación más triste/ y el canto del cisne se aleja de nosotros o Son tus ojos planetas de la luna./ Portales que nos abren la vida al infinito.

Y le pides a esta niña Carmina que te muestre el territorio atencino de sus juegos, que te cuente el secreto del movimiento cariñoso de sus manos, que hable contigo del placer de los encuentros por sorpresa, que te revele por qué los lugares amados suelen robarte el nombre a cambio del suyo y te quedas deseando volver aunque no te hayas ido. Te sonríe y murmura: Me declaro mujer/ que pide melodías/ a tantas gargantas que se hielan.

Qué alegría estar allí y aquí, con Carmina Casala en su Atienza.