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Monumental la Novena Sinfonía de Beethoven en la Catedral de Toledo

La Orquesta y Coro titulares del Teatro Real, dirigidos por el alemán Hartmunt Haenchen han inaugurado el Festival de Música El Greco

Monumental la Novena Sinfonía de Beethoven en la Catedral de Toledo luna revenga

antonio illán

La Orquesta y Coro titulares del Teatro Real, dirigidos por el alemán Hartmunt Haenchen, han inaugurado espléndidamente el Festival de Música El Greco 2015 con la interpretación de la Novena Sinfonía de Beethoven. [Vea las imágenes del concierto]

Un monumento artístico, la música, se ha escuchado en el marco de otro monumento, la catedral de Toledo. La Novena es un mundo, un universo, que nos hace vivir la sensación de hallarnos ante algo más grande y más elevado que una y simple sucesión de temas musicales. En esta sinfonía la música alcanza una tal profundidad de significado, que termina por rebasar los propios límites y, como dijo Wagner con su genial visión analítica, tras la sobrehumana tensión del comienzo de la parte final sentimos por qué debía desembocar en la voz y en la palabra humanas.

La música ha resplandecido de manera inmensa bajo los arcos góticos de la «dives toletana». Los temas se suceden desde ese cosmos ordenado que surge de la materia ciega ya desde el principio en el «Allegro ma non troppo, un poco maestoso» y parecen ir anunciando, por su extraño parentesco, la melodía final y grandiosa del «Himno a la alegría». El «Scherzo: molto vivace-presto», aéreo, rapidísimo y borrascoso también va a introducir una melodía de simple júbilo, que recuerda, con la máxima evidencia, el «Himno a la alegría». La Novena se hace paisaje espiritual en el tercer tiempo, el «Adagio molto e cantabile», con una ternura casi mozartiana que avanza hacia la expresión del amor fraterno y universal. Vamos sintiendo que la música no solo es sonido, es emoción y significado.

La culminación llega en el cuarto tiempo con las voces y parece que todos estamos expectantes aguardando a que los violonchelos y contrabajos, al unísono, entonen lo que pronto será el «Himno a la alegría»: «Alegría, bella centella divina, hija del Elíseo, abrasados en tu fuego, penetramos en tu santuario. Tu magia reúne lo que la moda separó, todos los hombres se hacen hermanos, hasta allí donde alcanza tu vuelo». Es la gloria final. La poesía de Schiller, en la que se celebra la fraternidad humana en la llama del amor universal, es musicada por el genio. La apoteosis: toda la humanidad estremecida tiende sus brazos hacia el cielo, dominada por los potentes clamores, se entrega a la alegría y la estrecha contra el corazón. Es la Novena Sinfonía celebrando al Quijote en la catedral de Toledo. Los éxtasis de Santa Teresa debieron ser algo parecido a esto.

Decir que toda la interpretación fue, desde mi humilde punto de vista, perfecta es corroborar las afirmaciones que oí a mi alrededor. Afirmar que las notas escritas por Ludwig van Beethoven han sonado de modo magistral, en especial dos momentos: el canon del segundo movimiento en el que las tubas coquetean con la cuerda y la entrada del adagio, con un maravilloso esbozado de lo que estábamos a punto de presenciar en el último y cuarto movimiento, grandioso en su misma concepción, y donde se ha pasado de murmurar casi de modo onírico el estribillo del «Himno de la Alegría» a la armoniosamente perfecta explosión musical del final, en el que voces e instrumentos han conseguido que incluso las inanimadas esculturas catedralicias se hayan rendido ante la genialidad del sordo más genial de la historia de la música, es simplemente transcribir la impresión justa de un amigo gozoso y melómano. La interpretación de esta Novena por la orquesta y coro del Teatro Real, más los excelentes Charlotta Larsson, soprano, Gemma Coma-Alabert, mezzosoprano, John Daszak, tenor, y Albert Dohmen, bajo-barítono, dirigidos por la exquisita, enérgica y a la vez sensible batuta de Haenchen, ha sido primorosa.

Coda final. La experiencia de este extraordinario concierto, una vez más, nos ha puesto de manifiesto que el arte y la cultura es la expresión más elevada del ser humano y que, por tanto, tiene que ser accesible a la ciudadanía para su crecimiento en sensibilidad y que jamás debiera permitirse que esta lección de creatividad fuera postergada, preterida o anulada de los sistemas educativos, como está a punto de ocurrir en España para desgracia de las generaciones futuras.

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