arteS&LETRAS
La espuma contra corriente
Crítica de «Tinta china», de Hilario Barrero Cuadernos de Salima. Cylea Ediciones. 2014
Hilario Barrero me anunció la aparición de Tinta china -noventa y nueve haikus- Cylea ediciones, 2014-, orgulloso por las ilustraciones y no tanto por sus poemas: «El librito -me decía-es un capricho. Me gusta por los dibujos, todo el mundo escribe haikus». Me acordé entonces de la disculpa retórica de Fray Luis de León por sus poesías: «Estas obrecillas que se me cayeron como de entre las manos». Sin embargo, el lector descubrirá que Tinta china es una obra que el autor se ha tomado muy en serio, lejos de la moda orientalista que últimamente circula entre los poetas, favorecida -pienso yo- por la accesibilidad a los espacios mostrencos de las redes sociales. Aquí el poeta ha puesto su empeño en ofrecer una obra con andamiaje de libro cuidadosamente diseñado.
El primer haiku -Poética- nos ofrece una declaración que invita a trascender lecturas superficiales: Que el verso sea/como una doble llave/abriendo heridas. Una poética que recuerda en parte el consejo machadiano -Da doble luz a tu verso,/para leído de frente/y al sesgo-: una recomendación muy acorde con el juego de ambigüedades que suele caracterizar al haiku. Aunque la poética de Hilario Barrero va mucho más allá: la «doble llave» abre interiores, los del propio poeta, y ayuda a que el lector pueda aflorar los suyos. Los noventa y ocho haikus que siguen se distribuyen bajo cuatro títulos: «Calendario perpetuo», «Aromas de Eucalipto», «Tinta china y Santoral ateo».
El poeta no se aparta en ningún momento de la estructura métrica canónica del haiku japonés: 5/7/5 sílabas. Pudiera parecer que la reiteración de esas secuencias rítmicas hasta noventa y nueve veces produjera cansancio en los lectores, pero aquí, como en el río Duero de Gerardo Diego se canta el mismo verso -los mismos versos- pero con las distintas aguas que fluyen por estas páginas.
Los doce poemas de «Calendario perpetuo» llevan el título de los meses del año y a estos se vuelve una y otra vez en las restantes partes del libro. Este calendario perpetuo no es un artilugio ingenioso para señalar los días de la semana de cualquier año, sino marcas del carácter cíclico del fluir temporal. El poeta, aplicándolo a todo el libro, podría haber asociado el nombre al de «rosario perpetuo» con su distribución en misterios gozosos, dolorosos, luminosos y gloriosos.
Para Bashô, a quien Barrero rinde tributo con la primera dedicatoria del libro, el «haiku» es «lo que está sucediendo en este lugar, en este momento». En Tinta china esos momentos espigados del devenir temporal son preferentemente los luminosos. En toda la obra de Hilario Barrero es recurrente la presencia de la luz, con atributos cambiantes en función del devenir anual o de las horas del día o del lugar: la luz carbón de septiembre, la luz otoñal de terciopelo en octubre, la luz de hierro de Manhattan, la luz desnuda matinal con su crujido, la de los ojos del amante, el respirar sombrío de la luz en el ocaso, la luz enterrada que resucita en primavera; la enlutada de El Greco, la dominical en Hopper… La luz con frecuencia está connotada mediante elementos simbólicos: los diamantes escondidos en el pubis del cuerpo amado; la cal o la sal o la pólvora del sol, hecha fuego relumbrando en la nieve; la luz, en el cilicio que sobre la sombra imprime la celosía, en el sudario de la madrugada de enero, en los cuerpos gloriosos que el poeta-voyeur descubre tras los cristales de un gimnasio, o en el paisaje de Brooklyn… La tensión de la Naturaleza, muy propia de los haikus, se descubre aquí en dialéctica de contrarios luz / sombra: Atardecer: Ese momento/en que la luz respira/con sombra propia. Tal dialéctica se extiende a otros motivos: agua/nieve,atardecer/amanecer… O bien, árbol urbano/bosque natural, como en el haiku con resonancias lorquianas de Poeta en Nueva York: -Ciudad: El árbol preso/por las rejas de asfalto/busca la selva.
Dos motivos naturales muy repetidos son la nieve y el agua. La nieve es la contemplada en las persistentes nevadas de Nueva York; o en las añoradas del Toledo de la infancia (recordemos a Ángel González: Hace tiempo/ yo era niño y nevaba mucho,/mucho). Es evidente que a nuestro poeta le fascina. Es un elemento vivo lleno de simbolismos. En el haikú Marzo, La nieve altiva/en la cárcel del agua/cumple condena. Igualmente es evidente que esta Tinta china está llena de aguas: las manriqueñas que van a dar a la mar, las contempladas desde el puente, el agua viva de la lluvia que se convierte en tinta china (En Despedida: Sobre el papel/llueve sobre mojado/el último haiku).Y aguas que evocan las de un jardín japonés en el admirable diseño: las páginas se organizan en pequeños arroyos en cascadas que recuerdan las conducidas por cañas de bambú -shishi odoshi- que, una vez llenas, se vacían como los instantes de la vida. En el haiku titulado Tajo, El agua baja/pero la espuma crece/contra corriente. Contra la corriente del río que va a dar a la muerte, se alzó ya el poeta con aquel In tempori belli (1999), donde encontró su voz personal. Ahora, lo hace con breves estrofas de palabras verdaderas: la espuma de estos haikus.
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