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IV CENTENARIO DE LAS «NOVELAS EJEMLARES»

Dos ejemplares toledanas (I)

JOSÉ ROSELL VILLASEVIL

«La Ilustre fregona» debió escribirse allá por el año 1606, al regreso de Cervantes de Valladolid en virtud del traslado definitivo de la Corte a la Villa del Oso y el Madroño»

LLa obra, «novela de Toledo por excelencia», en frase acertada de Astrana Marín, es una auténtica galería de retratos costumbristas de la Ciudad Imperial de principios del XVII. Las posadas y mesones, los mozos de mulas y las mozas de mesón, la vida de los pícaros y el mundillo oficial de la Justicia, la comunidad de los ajetreados aguadores en sus ratos de ocio, de gozo y reposo bien merecido, aunque fuese jugándose las pestañas bajo la bucólica caricia de la brisa del Tajo en la ribera de la Huerta del Rey.

Figura en el puesto octavo del orden de las «Novelas ejemplares» y tiene ciertas connotaciones con la número uno -«La Gitanilla»-, tanto en la trama como inclusive en el nombre de sus heroínas, ya que Preciosa realmente se llamaba doña Constanza (de Acebedo), como la deslumbrante «fregona», que no fregaba, pues aparte el cariño que la profesaban los mesoneros, como si realmente fuesen sus padres, era la encargada e la plata (que mucha había en la vajilla de la posada), así como del confort de las habitaciones destinadas a la gente importante. Para los menesteres fregoniles había dos criadas.

En cuanto a la ejemplaridad de las «Ejemplares», cabe deducir -salvando los vericuetos infinitos del enrevesado ingenio cervantino- que, algunos de sus textos rozan la inmoralidad. ¿Por qué entonces su autor insiste en el Prólogo de las mismas diciendo «que su ejemplaridad está por encima de todo»? Quizá sea Riley quien mejor nos saque de dudas con unas frases extraídas de su estudio al respecto: «Por encima y por debajo de los avisos y ejemplos edificantes, existía una región en que lo poéticamente verdadero y lo ejemplar se conciliaban, y éste debe haber sido el sentido amplio en que Cervantes entendía la ejemplaridad». ¿Acaso no es poético y ejemplar, aunque poco tenga de edificante, el hecho de que Rinconete y Cortadillo, dada su profunda religiosidad, se abstuvieren de ejercer el oficio del hurto los días de viernes? El ambiente donde se desarrolla la trama de «La iIustre fregona», en contraste con la personalidad estable, honesta y virtuosa de la protagonista, fluye de vida, de realismo y de «mundanal ruido»en la sociedad del día a día de Toledo, sobre todo en el área del Carmen, Santa fe y Zocodover, cuajado de mesones y posadas, de pícaros y rufianes, de busconas, «tullidos falsos y cicateruelos», de regatones, de vociferantes verduleras, así como de expendedores de toda laya, tanto fijos como ambulantes.

En la novela cervantina se nos representa un baile en la noche toledana, a la puerta del mesón del Sevillano, ya junto a la vallada del monasterio del Carmen Calzado. Dice nuestro cronista singular, que los mozos de mulas y las mozas mesoneras, con Carriazo tocando la guitarra y cantado, «se rajaban bailando» la Chacona, el más pícaro de los bailes de la época. La letra que entona el noble burgalés metido a pícaro, tiene la suficiente elocuencia como para ponernos al cabo de la calle de lo que sucedía en aquel momento, y de como andaba la cuestión moral pese a todo el rigor de la autoridad civil y a el ojo avizor del Santo Oficio. Decía la letrilla: «...éntrase por los resquicios/ de las casas religiosas/ a inquietar la honestidad/ que en las santas celdas mora». !Ni los conventos quedaban a salvo de aquel torrente de vida y deseos de libertad y libertinaje!

Solo Costanza, hermosísima criatura, discreta, honesta y callada, parece salir indemne viviendo en un mesón que, no obstante ser de los más prestigiosos y limpios de la ciudad, se hallaba dentro del Infierno de tentaciones que el oficio llevaba consigo. Las dos mozas del mismo, La Gallega y La Argüeyo, lo confirman con su conducta harto libertina. Como afirmaba un cantarcillo contemporáneo, «una moza en un mesón/ y una higuera en el camino, de un toque y otro retoque...». El mesón del Sevillano se ubicaba abajo, solo una casa baja le separaba de los terrenos del monasterio del Carmen, dando, por la parte posterior, con la plaza de la Concepción, a la sazón mercado de las bestias, como demostró debidamente documentado Ramírez de Areyano, el ilustre fundador de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo. Con su trabajo de inteligente investigación, dejó en absoluto ridículo a. Martín Gamero, buen historiador de Toledo, parece, pero garrafal conocedor de los temas cervantinos, ya que había situado el singular mesón junto a Zocodover, confundiéndolo con el de la Sangre de Cristo. !Y cuidado que en la propia novela hay motivos para desechar semejante teoría!

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