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Vivir sin WhatsApp y sin redes sociales: así es la tribu de los «desconectados»

Familiarizados con las nuevas tecnologías, cada vez hay más personas que deciden por voluntad propia cortar su conexión con plataformas digitales como Facebook o WhatsApp

PATRICIA BIOSCA

Emilio decidió cerrar todas sus redes sociales porque le «ocupaban mucho tiempo». Ha borrado sus perfiles varias veces, volviendo por presión social, aunque lleva más de un año de «desconexión». «No lo echo de menos porque al final lo veo como algo parecido a una droga: una adicción que necesitas alimentar todo el rato. Es un escaparate digital».

A sus 29 años, se ha planteado muchas veces eliminar también su cuenta de WhatsApp, pero por comodidad y razones económicas («al final es más barato que mandar SMS», dice) aún utiliza esta aplicación, que en España tienen 7 de cada 10 personas que son poseedoras de un smartphone. «Al final es una imposición de la sociedad, porque lo necesitas para comunicarte, para trabajar, para relacionarte… si no, quedas expulsado de alguna forma, aunque el aislamiento no haya sido tu decisión, solo abandonar la aplicación».

Jorge (nombre ficticio) es una de esas personas que no sale en las anteriores encuestas. Ronda la treintena y nunca ha tenido un smartphone, no porque no esté familiarizado con la tecnología, sino porque la conoce muy bien: « No tengo porque es un ordenador por el que pago y no puedo controlar . Y eso es muy peligroso», afirma. Cada vez que saca su móvil, un modelo que muchos podrían considerar casi del Pleistoceno, las conversaciones viran en torno a esta «reliquia».

«Tengo un móvil para llamar, porque con eso me vale. Y por presión, que si no lo mismo no tendría nada». Por el contrario, sí que tiene cuenta en un par de redes sociales. «Todo el mundo las tiene y al final es mi manera de comunicarme. A la gente no le gusta el correo electrónico, IRC, XMPP (ambas siglas corresponden a protocolos de internet seguros de aplicaciones de chat) o cosas más viejas, pero que funcionan mejor ». Aún así, también ha eliminado sus cuentas en redes sociales hasta en cuatro ocasiones, aunque se sirve de los servicios de chat que muchas de estas herramientas ofrecen «como sustituto del WhatsApp».

«Es un lugar cerrado en donde nada de lo que se comparte puede ser contrastado. Ya no sirve solo para comunicar, sino para intoxicar»

Mario es otra de esas «raras avis» que no utiliza WhatsApp, si bien, en su caso, sí que utiliza las redes sociales a diario. Se define como un «subversivo», ya que posee «smartphone», pero no se ha descargado jamás esta aplicación de mensajería instantánea porque considera que representa «un espacio oscuro y siniestro ». Pone de ejemplo para argumentar su postura los bulos y las noticias falsas que corren como la pólvora entre los grupos.

«Es un lugar cerrado en donde nada de lo que se comparte puede ser contrastado. Ya no sirve solo para comunicar, sino para intoxicar». Cita Telegram, Hangouts o el correo electrónico como «alternativas mucho más seguras y menos intrusivas». Son constantes las explicaciones que tiene que dar cuando dice que no usa WhatsApp, aunque asegura que «poco a poco la insistencia está perdiendo intensidad ». Opina que este cambio es quizá porque «la gente está encontrando espacios más limpios en donde comunicarse».

La caída del imperio social

Estos tres ejemplos reales de personas que, por convicción propia, deciden abandonar el uso de las redes sociales o WhatsApp son difíciles de encontrar, aunque cada vez un poco menos. Puede ser que este tipo de decisiones respondan a por qué Facebook ha perdido un millón de usuarios por primera vez en su historia el pasado año o que WhatsApp (aplicación que compró el creador de Facebook, Mark Zuckerberg , en 2012) se vea amenazada por el incremento de otras herramientas similares a las que copia funciones de manera incesante, además de buscar otras vías para rentabilizar el invento .

Tampoco ayudan polémicas como la de las «fake news», fenómeno del que se ha demostrado que influenció en las elecciones presidenciales de Estados Unidos en 2016 (y del que se investiga su relación con otras votaciones, como las del Brexit o incluso el 1-O) o que la Agencia Española de Protección de Datos (AEPD) haya impuesto la mayor sanción económica precisamente a estas dos compañías por la cesión de información sensible sin consentimiento de sus usuarios. La duda sobre cómo este tipo de plataformas tratan los datos personales de millones de personas en todo el mundo está, más que nunca, en boca de todos (incluidos los gobiernos), y la sensación de control que ejercen sobre la población tampoco ayuda, a pesar de que estas empresas intentan recalcar su vertiente social.

El aislamiento y la depresión

«Una decisión muy valiente, pero también autoprotectora». Así es como califica Begoña Carbelo , doctora en Psicología y profesora del Centro Universitario de Ciencias de la Salud San Rafael-Nebrija, el hecho de que una persona, por voluntad propia, decida cortar su conexión con algo que se ha vuelto tan cotidiano e incluso necesario para vivir en sociedad. «Si se percibe ansiedad, depresión, falta de relaciones, aislamiento, trastornos del sueño, de la concentración o atención, es posible que una persona pueda plantearse el abandono de las redes, o abuso de TICs», explica.

Estos síntomas son los que los científicos determinan como señal de alarma -si bien no hay consenso para definir concretamente lo que sería una adicción a las nuevas tecnologías- ante una posible dependencia que se puede convertir en un problema . «Desde los estudios empíricos realizados con grandes muestras, sobre todo de estudiantes, empieza a existir evidencia de que las adicciones comportamentales comparten aspectos de la adicción a sustancias.

Los adolescentes son un grupo de riesgo porque buscan sensaciones nuevas, están familiarizados y dominan el uso de TICS», apunta Carbelo. Como «remedio natural», la experta señala a la conciencia propia: «Cada vez estamos más expuestos a que se utilicen nuestros datos y perfiles, y este hecho puede despertar nuestra alerta, y consecuentemente, tomar medidas . La conciencia es lo más superior que tenemos los seres humanos. Si tomamos conciencia de lo que nos perjudica, puede llevarnos a abandonar el hábito o el abuso», afirma.

«Día uno de desconexión. Me siento sola»

Precisamente esta doctora en Psicología fue una de las colaboradoras dentro del proyecto «Desconectados». En una reunión de status, la agencia de Marketing rolSocial -especializada en redes sociales- quiso mirar hacia sus «tripas» y comprobar hasta qué punto las redes sociales influyen en la sociedad. Con la ayuda de Carbelo, un sociólogo y dos voluntarios que se confesaban adictos a las redes sociales, se puso en marcha el plan. Para ello, se les retiraron sus smartphones -sustituyendolos por unos móviles sin conexión a internet-, se cambiaron todas sus contraseñas en las diferentes plataformas sociales y solo tenían contacto con éstas para grabar vídeos en los que iban contando cómo se sentían a medida que pasaban los 15 días para los que estaba pensado el experimento .

« Día uno de desconexión . Me siento sola», dice una de las participantes. Al principio, la ansiedad por no saber qué está pasando en el mundo virtual es palpable en ambos «conejillos de indias», si bien a medida que pasa el tiempo observan cómo aumenta su concentración o se dan cuenta del grado de dependencia de la gente que les rodea. Aunque vuelven felices a sus cuentas, ambos reconocen que su grado de implicación con este tipo de tecnologías era desmesurado . Este experimento cuenta con dos partes más: por un lado, cómo internet sirve de ventana de oportunidades a personas que la sociedad rechaza (como inmigrantes que utilizan WiFi gratis para hablar con su familia o cómo se puede hacer un viral viviendo en la calle, como Lazy Beggars ; y una tercera que contará con la participación de «influencers» y personas que han convertido las redes sociales en su modo de vida.

«Por un lado, desconectarse es vivido como «una pérdida» en cuanto a ventajas y posibilidades de comunicación en tiempo real, poder jugar, acceder a cientos de aplicaciones, facilidades para el consumo. Pero, por otro, como aumenta la ansiedad, disminuye la concentración e interacción social y favorece la mente dispersa que a la larga, disminuye el estrés. Estamos en una sociedad con un exceso de estrés, precisamente por querer acceder, resolver, contestar… todo en el instante», afirma Carbelo. Con la proliferación de las nuevas tecnologías también ha llegado el estudio de sus consecuencias. Quién sabe si dentro de unos años los «desconectados» serán legión o quedarán en los últimos «mohicanos» de una era analógica que solo existirá en los viejos anuncios.

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