Raspberry Pi puede usarse como centro multimedia —para reproducir música y películas enchufado a una televisión—, o como computador de a bordo en un globo aerostático que suba a la estratosfera a hacer fotos. Entre el abanico de usos propuestos están convertirlo en una tablet, o en un ordenador para el coche que funcione enchufado al encendedor. Todo realizado de forma más o menos casera, por usuarios avanzados con ganas de experimentar.
El proyecto nació en 2006 en Reino Unido, aunque el dispositivo final salió a la venta el 29 de febrero de 2012. Su propósito original era ofrecer una solución barata con la que enseñar —y aprender— cómo funcionan los entresijos de un ordenador. A programar y hacer experimentos, tanto para profesores como para familias. Google anunció el pasado 30 de enero un acuerdo para donar 15.000 de estos dispositivos a varias escuelas británicas.
Los creadores de Raspberry Pi, que son profesores de la universidad de Cambridge, habían detectado un descenso «tanto en el número como en las habilidades» de los alumnos que se postulaban para estudiar informática en su institución, explican la página web del proyecto.
Exige dedicación
Usar el miniordenador británico exige dedicación y ganas de aprender. Aunque sus posibilidades son muchas, sus capacidades son limitadas. Raspberry Pi cuenta con un conector que lo provee de energía, un puerto USB para instalarle un teclado o un ratón, y una conexión HDMI para enchufarlo a una pantalla. También se puede conectar a la red —mediante un cable—, y ampliar su capacidad de almacenamiento con una tarjeta SD como la que llevan la mayoría de cámaras de fotos.
Los autores del proyecto reconocen que, sobre todo, su proyecto ha tenido un gran éxito entre los aficionados al ‘cacharreo informático’. «En serio pensábamos que venderíamos entre 1.000 y 5.000», aseguró Eben Upton (uno de los fundadores) a The New York Times. «No pensamos que existiera este otro mercado de adultos con cualificación técnica y ganas de usarlo». De momento la demanda es tanta que no es fácil —aunque tampoco imposible— hacerse con uno.
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