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50 aniversario del primer trasplante renal

«Mi única medicina tras el trasplante de riñón ha sido las ganas de vivir»

Liberto Radúa, con 81 años, fue uno de los primeros trasplantados renales en España hace medio siglo

Liberto Radúa con 81 años es uno de los trasplantados renales más veteranos Inés Baucells

ESTHER ARMORA

Liberto Radúa tiene 81 años y una salud de hierro que le permite seguir asistiendo puntualmente a clases de baile y a no reprimir sus excesos gastronómicos. Observando su analítica más reciente, de hace solo 24 horas, nadie diría que este barcelonés octogenario, que día a día desafía al colesterol con una dieta típica de un adolescente, estuvo al borde de la muerte y que lleva más de cuarenta años viviendo gracias al riñón que le dio su hermano gemelo.

Hace 47 años su vida se apagaba por una grave insuficiencia renal . Fue entonces cuando, sin pensárselo, optó por dejarla en manos de un prestigioso equipo de nefrólogos del Hospital Clínic dirigido por el doctor Josep Maria Gil-Vernet, que hacía solo tres años había realizado con éxito el primer trasplante de riñón en España. Coincidiendo con el 50 aniversario de este hito de la medicina, este barcelonés del barrio de Horta, uno de los trasplantados renales más veteranos de nuestro país, explica a ABC cómo ha sido su vida desde que salió del quirófano, hace casi medio siglo.

«Desde que recibí el riñón hasta ahora no he tomado ningún medicamento»

«Mi vida dio un vuelco cuando trabajando en un laboratorio me intoxiqué al manipular unas sustancias. Primero me afectó a las amigdalas y luego, muy rápidamente, al riñón», dice Liberto. Fue a mediados de los años sesenta cuando los médicos del Hospital de Sant Pau, que llevaban su caso, le diagnosticaron una infección renal como consecuencia del accidente y le indicaron un tratamiento y una dieta estricta, baja en sal. Meses después, Liberto fue al servicio militar y justo el día en que se licenciaba su cuerpo le dio el primer aviso de emergencia.

«Tuve una embolia y tuvieron que llevarme al Hospital de Gerona, cerca de donde estaba cumpliendo el servicio militar», explica el paciente. Allí le comunicaron que tenía los dos riñones afectados.

«La diálisis entonces era muy dura»

El toque de atención definitivo estaba por llegar. Una segunda embolia, que le obligó a ingresar de urgencia en el Hospital Clínic de Barcelona, en el año 1969, disparó todas las alarmas. Su estado era crítico y habían pocas expectativas de que su grave insuficiencia renal se resolviera con diálisis. «Estaba totalmente dolorido y destrozado por la diálisis, que no era como las de ahora sino mucho más dura e invasiva, y era consciente de que tenía pocas expectativas de superar aquel cuadro», confiesa Liberto Radúa.

Fue entonces, cuando los doctores Antoni Caralps y Josep Maria Gil-Vernet, del Clínic, que hacía solo cuatro años habían saltado a los anales de la medicina de nuestro país tras ejecutar con éxito el primer trasplante renal, le brindaron la oportunidad de continuar con su vida pasando por un trasplante. El donante, el hermano gemelo de Liberto, no dudó en aceptar el reto de los facultativos. También él y su esposa lo tuvieron claro.

«Habían muchos interrogantes aún sobre qué pasaba con los trasplantados, pero visto mi caso no tenía nada que perder»

«Habían muchos interrogantes aún sobre qué pasaba con los trasplantados, todo era muy incipiente, pero, visto mi caso no tenía nada que perder», dice el paciente. Reconoce que él y su esposa sintieron miedo. «Claro que teníamos miedo porque no sabíamos cómo acabaría todo», admite.

Ahora, casi 50 años después del trasplante, lo que recuerda con nitidez son las palabras que vocalizó en la camilla al abandonar el quirófano. «Doctor quiero una paella», dijo a los facultativos. Con los años, los médicos han entendido a la perfección que aquel deseo no era un efecto de la anestesia sino que resume perfectamente lo que sería después su día a día como trasplantado. Liberto abadonó el quirófano un día de septiembre de 1969 y desde entonces hasta ahora no ha tomado ningún medicamento.

«Desde que recibí el riñón hasta ahora no he tomado ningún medicamento. Tomé bicarbonato porque había hecho régimen durante tanto tiempo que ahora que volvía a comer normal debía proteger mi estómago», explica a este diario. Desde entonces, no se ha privado de nada. «Mi medicina han sido los cafés, los cocidos y las copas de coñac. En definitiva, las ganas de vivir», comenta en plan jocoso. Su vida de trasplantado ha sido la de una persona normal. «Seguí trabajando como transportista hasta que me jubilé, tengo tres hijas y cinco nietos y cada vez que puedo me dedico a bailar, es una terapia inmejorable», dice el trasplantado. Esa positividad intenta trasmitirla cada 15 días a los pacientes del Clínic que esperan pasar por una experiencia similar a la suya. «Lo mío es excepcional, pero es posible y ellos necesitan saberlo», dice.

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