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«Íbamos en dos coches, ahogados en alcohol y vi cómo mis seis amigos se mataban»

Los testimonios del Congreso «Lo que de Verdad Importa» sorprendieron a los 1.800 asistentes

ISABEL PERMUY
Isabel Miranda

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«Hola. Soy Pepe, alcohólico y adicto ». Ayer José Romano no dijo esta frase ante su grupo de apoyo, sino ante cientos de jóvenes que le escuchaban en el XI Congreso «Lo Que De Verdad Importa». Una cita con la que cada año la fundación intenta, a través de historias reales de superación, remover las conciencias y tocar los corazones de los adolescentes. Y ayer lo consiguió.

Entre los 1.800 jóvenes que acogió el Palacio de Congresos de Madrid, teñido de verde para concienciar sobre el medio ambiente y el reciclaje, no faltaron los selfies, las canciones coreadas o los gritos adolescentes en los descansos. Pero se quedaban mudos cuando hablaban los ponentes.

Ocurrió con Romano, que contó cómo a los 13 años comenzó su camino por el alcholismo y la drogadicción. Fue en una fiesta en la que probó el tequila y acabó inconsciente. No le gustó, pero sintió que le aportaba cierto reconocimiento social. Después llegaron otras sustancias. «Las primeras veces te diviertes, así es como te enganchan las drogas, pero después te lo quitan todo», contó a los jóvenes, en un silencio sepulcral. Pasó del alcohol a la marihuana, y de ahí a la cocaína, a los ácidos y a las pastillas. Siempre pensando que no iría a peor. Sus padres, desesperados, decidieron mandarle a un internado militar. En su fiesta de despedida, seis de sus amigos se mataron. «Íbamos en dos coches, ahogados en alcohol. Esa fue la primera gran pérdida que tuve por su culpa, pero no me dí cuenta, solo pensé que era un accidente».

Sus adicciones le pasaron factura pronto. Acabó fuera de su hogar, solo, enganchado a una mala vida y sin poder salir del bucle. El punto de inflexión vino a los 21 años, cuando intentó suicidarse en una azotea. «Cuando volví a casa, diciendo que había acabado con todo eso, mi padre me hizo prometerle que si volvía a las drogas me internaría. Esa misma noche me estaba drogando otra vez ». Ahora Romano lleva 29 años sin probar ni el alcohol ni las drogas y hasta hace unos meses, era presidente del Club de Fútbol América de México. Cada día, dijo, se sorprende de tener una almohada, unas sábanas, una familia. «Disfruto todo lo que no tenía. Les doy un consejo, no prueben nunca las drogas, no merece la pena», explicó ante un auditorio impactado.

El acto había comenzado unas horas antes con música en directo hecha con instrumentos reciclados: desde el Preludio de la Suite para violonchelo nº 1 de Bach hasta un número de percusión que despertó a los jóvenes. Habían comenzado a llegar a las 8.30 de la mañana. Los jóvenes, entusiasmados.

Al testimonio de Romano le siguió el de Marta Andreu, auxiliar de vuelo en Air Europa, que tras el terremoto de Haití decidió dejar el hotel en el que se hospedaba la tripulación para ver el desastre humanitario. «Llegó un punto que no sabía gestionar tanta miseria ». El minuto y 22 segundos que duró el terremoto le cambiaron la vida también a ella, que a partir de entonces se involucró en diversos proyectos hasta crear AEA Solidaria.

«Lo mejor y lo peor»

«Cuando sales de la zona de confort, te encuentras con los mejor y lo peor del ser humano. Nosotros nos encontramos con lo mejor». Así ocurrió en uno de los viajes en los que llevaba medicamentos a Haití. Un pasajero conoció la historia y le facilitó un avión privado para llegar hasta Puerto Príncipe cargado, además, con varios miles de kilos de comida. También contó su experiencia con Jorge, un huérfano boliviano que durante un año vivió en su casa mientras se formaba como cocinero. «Su único deseo era poder tener una familia, y se lo dimos nosotros », explicó Adreu. «Decimos que no estamos lo suficientemente locos como para querer cambiar el mundo, pero sí lo suficientemente cuerdos como para cambiárselo a alguien». Su intervención despertó las lágrimas, los aplausos y las ganas de aportar: «¿Cómo podemos ayudar?», le preguntaron los jóvenes.

El último en contar su experiencia fue el hijo del «narco» Pablo Escobar, llamado Sebastián Marroquín, que intentó derribar el mito en torno al personaje. «Solo disfrutó el 10% de su vida. El dinero de las drogas solo nos trajo desolación y hambre », dijo. También habló de la importancia de dar oportunidades, de derribar los prejuicios que él mismo sufrió por ser hijo del traficante y, sobre todo, en contra de las drogas. Como le dijo su padre, «valiente es quien no consume».

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