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José Francisco Serrano Oceja

La religión nacionalista

«Cataluña será cristiana o no será»

Esta semana se han reunido los obispos de Cataluña en la autodenominada Conferencia Episcopal Tarraconense. No hubo declaración pública, ni siquiera una cita del pensamiento de Torras i Bages y su «Cataluña será cristiana o no será». Quizá estén meditando las declaraciones del filósofo italiano Massimo Borghesi sobre el nacionalismo como religión de sustitución. El padre Ramón Orlandis decía que «el catalanismo ha castrado a Cataluña». Y mi admirado Francisco Canals, catalán y tomista ejemplar, advertía que «el nacionalismo, amor desordenado y soberbio de la nación», que se apoya con frecuencia en una proyección ficticia de su vida y de su historia, tiende a suplantar la tradición religiosa auténtica y a sustituirla por una mentalidad que conduce por su propio dinamismo a una «idolatría inmanentista».

Más allá del buenismo o de la miopía consentida, en Cataluña el nacionalismo ha sido uno de los motores principales de la secularización al tiempo que, tal y como se muestra estos días, está llenando el vacío de una religión perdida. La sacralización de la política ha convertido el sentimiento de identidad en una creencia secular. Hay ciudadanos, generaciones de jóvenes, y no tan jóvenes, que a tenor de sus actitudes parecen haber descubierto una nueva fe por la que entregar su vida, un mito unificador, un lenguaje ritual, una pasión civil, un nuevo enemigo al que combatir.

La Iglesia, histórica instancia crítica de toda nueva religión secular, parece descansar entre equilibrios o quizá a la expectativa del nuevo seno civil. No se entiende, o sí, la ausencia de un juicio crítico público de fenómenos como las urnas en los templos o sobre el adoctrinamiento en el credo nacionalista dentro de algunos colegios de la Iglesia.

El manifiesto de los sacerdotes, y el reciente contra la aplicación del artículo 155 de varias instituciones eclesiales, están cargados de una lógica maniquea en la que domina la ideología de la dialéctica amigo-enemigo y un no menor victimismo, el chivo expiatorio en la historia. La libertad de la Iglesia, su capacidad de decir verdad y justicia desde los presupuestos integradores del Evangelio, también se juega en estas fechas.

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