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Cumbre del clima

París cifra en 95.000 millones de euros la transición energética de los países pobres

Washington guarda silencio y la UE, acosada por el terrorismo y las crisis económica y de los refugiados, se pregunta quién pagará la factura

Líderes posan durante la foto de familia en la inauguración de la cumbre sobre el cambio climático COP21 celebrado en Le Bourget cerca de París, Francia EFE

JUAN PEDRO QUIÑONERO

El secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, François Hollande, Barack Obama, Vladímir Putin, Angela Merkel, Mariano Rajoy, Narendra Modi y Xi Jinping, entre los casi 150 jefes de Estado y de gobierno de cinco continentes presentes en la COP21, en Le Bourget, al norte de París, insistieron ayer en el carácter «histórico» de la conferencia. Pero nadie aclaró quién pagará los 100.000 millones de dólares (unos 95.000 millones de euros) anuales que puede costar la «transición energética» de los países pobres o menos desarrollados, a partir del 2020.

Con la excepción del presidente ruso, todos los grandes establecieron alguna relación entre los dos fundamentales desafíos del momento: terrorismo islámico y cambio climático . Ban Ki-moon comenzó pidiendo un minuto de silencio por las víctimas de los atentados del pasado día 13, en París. Anfitrión de la Cumbre del Clima, Hollande comenzó dramatizando el alcance «histórico» de la COP21: «Jamás una reunión internacional había reunido en una sola tribuna a tantos Estados para trabajar juntos en un desafío tan grave que afecta al destino de nuestro planeta».

A juicio del presidente francés, tres condiciones permitirán «medir» el triunfo o el fracaso de la COP21. Primera: «Debemos alcanzar el compromiso creíble que respete un aumento máximo del 2 grados en el calentamiento climático, incluso debemos aspirar a 1,5. Al mismo tiempo, será necesario negociar un mecanismo de revisión cada cinco años». Segunda condición: «Debemos dar una respuesta solidaria en nombre de la justicia ecológica. Los países ricos son los más contaminantes. Debemos ayudar a los países más pobres». Tercera condición: «El acuerdo debe ser universal, diferenciado y vinculante. Los países más desarrollados deben asumir su responsabilidad histórica. Los países emergentes deben acelerar su transición energética, pero debe ser ayudados».

Obama insistió en la gravedad de la amenaza terrorista para tratar el tema ecológico en un terreno voluntariamente generalista: "Estados Unidos reconoce su papel en la génesis del calentamiento climático. Y asumimos nuestra responsabilidad para un acuerdo que permita conjugar crecimiento y defensa del medio ambiente". El presidente norteamericano no aclaró si aceptará un "compromiso vinculante". Por su parte, Vladímir Putin dijo desear un "acuerdo global, eficaz e igualitario". Pero los calendarios rusos de recortes de emisiones quedan diluidos en una profunda penumbra verbal, sin datos ni objetivos determinantes.

«Justicia ecológica»

Xi Jinping pidió a los países desarrollados que estén «a la altura de los compromisos adquiridos». Traducido del mandarín, esa terminología elíptica del presidente chino quiere decir algo muy claro: Pekín (China es la primera potencia contaminante del mundo) pide a los países ricos que «movilicen» 100.000 millones de dólares anuales para financiar proyectos ecológicos en los países pobres. China, economía emergente, se exonera a sí misma de las ayudas que reclama a EE.UU. y Europa. Por su parte, Narendra Modi, primer ministro indio, hizo reivindicaciones similares, recordando que su país todavía tiene 300 millones de pobres sin acceso a la electricidad. Modi lidera la exigencia de una «justicia ecológica» que debe comenzar por un reparto variable de los recortes de emisiones y ayudas financieras del Norte hacia el Sur.

Entre los grandes países europeos, solo Merkel asumió la demanda principal de los países pobres, insistiendo en que los países ricos deben cumplir su promesa de transferir 100.000 millones de dólares anuales, «a partir de 2020», a los países pobres, con el fin de facilitar una transición energética mundial. Pero no todos los miembros de la UE comparten su entusiasmo.

Hollande terminó el discurso de apertura insistiendo en su dimensión planetaria del acontecimiento: «En París se decidirá el futuro del planeta. Debemos sentar los cimientos de una profunda mutación mundial. Se trata de una obligación moral y una oportunidad mundial. Debemos legar a nuestros hijos un planeta más limpio y seguro».

Las dos potencias más contaminantes del planeta –China y EE.UU.– siguen teniendo reservas de fondo y forma sobre el carácter vinculante que pudiera tener la declaración final. La UE «presume» desde hace tiempo de ser un «buen alumno» del gran cambio de modelo ecológico mundial. Sin embargo, continúa siendo el tercer contaminante; mientras que el cuarto, la India, desea preservar su derecho a un ritmo de crecimiento propio.

Los países pobres, calificados piadosamente de países del Sur, están dispuestos a aceptar todo tipo de compromisos, lanzando una pregunta de fondo: "¿Están los países ricos dispuestos a financiar la transición energética?". El secretario general de la ONU y los presidentes chino e indio insisten en reclamar ese volumen de 95.000 millones de euros, a partir de 2020. Washington guarda u n silencio sepulcral. Acosados por el terrorismo, la crisis de los refugiados y la económica, los miembros de la UE se preguntan quién, cómo y cuándo pagará las facturas ecológicas por venir.

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