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Visita a México

El Papa «inmigrante» rezará en la alambrada fronteriza con Estados Unidos

Acudirá este miércoles a Ciudad Juárez para orar por los inmigrantes fallecidos y enviar un último mensaje al mundo desde México

JUAN VICENTE BOO

El Papa que se declaró «hijo de inmigrantes» en su discurso al Congreso de los Estados Unidos, cumple este miércoles en Ciudad Juárez un sueño que acaricia desde hace mucho tiempo: acercarse a la valla fronteriza para rezar por los inmigrantes fallecidos y saludar a los fieles católicos que le esperan al otro lado de la alambrada.

En el vuelo de regreso de Estados Unidos, el pasado mes de septiembre, el Papa comentó a los periodistas que le hubiese gustado entrar en el país cruzando la frontera del Río Grande en el área metropolitana binacional de Ciudad Juárez, Chihuahua y el Paso, Texas.

Pero el «final feliz» en su tarea oculta de reconciliación entre Cuba y Estados Unidos había aconsejado dar prioridad a otro símbolo: llegar a Washington en un vuelo desde Santiago de Cuba, para afianzar el nuevo puente entre los dos países.

Francisco comienza hoy su jornada en una de las ciudades más violentas del mundo con una visita a la inmensa cárcel de Ciudad Juárez, con más de tres mil presos, cuya vida corre continuo peligro por la presencia de bandas narco-criminales.

Después se reúne con trabajadores y empresarios y, a media tarde, celebrará la misa para un cuarto de millón de personas a unos cientos de metros de la frontera. Al otro lado del Río Grande, cincuenta mil fieles norteamericanos se han dado cita para seguir la misa mediante pantallas gigantes en el estadio Sun Bowl de El Paso.

30 millones de inmigrantes mexicanos

Muchos otros, en cambio, prefieren unirse a la eucaristía desde la orilla americana del río, y allí recibirán el saludo de Francisco a tan sólo 80 metros de distancia. Entre ellos habrá algunos de los 30 millones de inmigrantes de origen mexicano que viven en Estados Unidos contribuyendo poderosamente a la prosperidad del país.

Es un gesto que habla de apertura a los inmigrantes y de poner fin a la extraña situación en que un país lleva ya construidos más de setecientos kilómetros de muro y alambrada a lo largo de una frontera de 3.200 kilómetros.

En que los «coyotes» siguen explotando el tráfico de personas, y los inmigrantes siguen muriendo en el desierto.

En que las doce mil armerías del lado norteamericano venden armas de todos los calibres a las narco-bandas que siembran la muerte en México y pasan a Estados Unidos -el mayor mercado de consumo de drogas-, el veneno que viene de México, de Colombia, de Venezuela, de Bolivia y de algunos países de Asia.

Desde que sorprendió al mundo con un inesperado viaje a la isla italiana de Lampedusa para pedir un tratamiento digno a los inmigrantes y refugiados que arriesgan su vida cruzando el Mediterráneo, el Papa Francisco ha insistido en la necesidad de lograr paz en los países en guerra y facilitar el crecimiento económico en los países de miseria .

Pero, sobre todo, en tratar a cada persona con dignidad, viéndola como a un ser humano y no como una «molestia incomoda».

Batalla contra los narcos

El Papa ha incluido deliberadamente en el programa de su viaje a México una visita a San Cristóbal de las Casas en Chiapas , muy cerca de la frontera del Sur, y otra a Ciudad Juárez en la frontera del Norte.

Los tres mil y pico kilómetros de territorio mexicano son la peligrosa senda que recorren cada año unos trescientos mil inmigrantes centroamericanos que confían poder entrar ilegalmente en los Estados Unidos.

Es un problema humano de grandes dimensiones, y Francisco quiere llamar la atención de todos los países implicados.

Pero en cada viaje, el Papa habla al mundo entero, que ha seguido estos días con gran interés su batalla contra la violencia de los narcos, la corrupción y el abuso de los indígenas en México.

El mensaje que hoy lanzará al mundo figura ya en su exhortación apostólica «La Alegría del Evangelio», el programa de su pontificado.

Es sencillo y positivo: «Exhorto a los países a una generosa apertura que, en lugar de temer la destrucción de la identidad local sea capaz de crear nuevas síntesis culturales. ¡Que hermosas son las ciudades que superan la desconfianza enfermiza e integran a los diferentes, y que hacen de esa integración un nuevo factor de desarrollo!».

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