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«Lo más cruel de una violación es que la gente te exige seguir siendo la misma persona»

En España se registran más de un millar de denuncias anuales por agresiones con penetración y más de siete mil por delitos contra la libertad sexual

Imagen de archivo MATIAS NIETO

ISABEL MIRANDA

La violación a Vanessa no terminó cuando la forzaron aquella tarde cercana a la Navidad. Ni siquiera terminó cuando su captor la dejó marchar por la rambla. La vida se le llenó de un veneno del que no podía escapar ni en sueños. Fue en 1999, pero hace solo dos años que las pesadillas desaparecieron. «La agresión dura 20 minutos, pero en ese tiempo vuelves a nacer... para mal».

Tenía 19 años cuando la joven pensó que eran sus últimos momentos de vida. Al final, la robaron, la violaron y la dejaron ir, al igual que a decenas de mujeres en toda Europa que llenan ahora los telediarios. A Vanessa le ocurrió en pleno centro de Barcelona. Un menor tutelado por la Generalitat la agarró por detrás, en un cruel abrazo, en la plaza Cataluña. «Como grites, te meto un navajazo», le susurró. Ella entró en shock . Él la empujó hasta un portal y allí cometió un crimen que repitió con ocho mujeres, según se demostró posteriormente en juicio. «Al llegar a casa solo podía llorar, llorar, llorar, llorar y llorar», recuerda ahora. Y la soledad se adueñó de ella.

Vanessa ha aprendido que no es solo el cuerpo lo que te arrebatan con una agresión y, como ella, cientos de mujeres cada año en España. Según los últimos datos disponibles del Ministerio de Interior, en 2014 se denunciaron 1.239 agresiones con penetración (con violencia e intimidación), aproximadamente el mismo volumen que en años anteriores. Al menos tres personas al día. Estos delitos tienen una prevalencia muy baja en España, ya que apenas representan el uno por ciento de las denuncias presentadas, pero para los criminólogos esta cifra se queda corta: calculan que se cometen cuatro veces más delitos sexuales de los que se conocen .

Cada una de estas víctimas será capaz en diferente grado de hacerle frente a la situación, de superarla. En ello influye su trayectoria vital, su personalidad, sus apoyos externos o la existencia de traumas previos. Aún así, tras perder el control sobre su cuerpo, tras abandonarlo por supervivencia, comienza un proceso del que es muy difícil escapar. Como una neblina interior, la irrealidad y la confusión cubren el recuerdo . «No, no ha ocurrido, no me ha podido pasar a mi». Sigue un sentimiento de indefensión . El mundo deja de ser un lugar seguro. Y luego viene la vergüenza, la culpa, las ganas enterrarlo . Viene el «quizá podría haberlo evitado, quizá podría haber hecho algo, quizá lo he provocado yo» y el «si no lo cuento, si finjo que no ha pasado, podré seguir mi vida como si nada». Pero los efectos de una agresión siempre acaban manifestándose.

«Te quedas muy sola»

Vanessa, con abusos infantiles en su mochila, tardó un año en buscar ayuda. «No es un tema fácil de contar, ni de recordar», dice. Entre tanto, la joven interiorizó que el motivo de haber sufrido la agresión era su aspecto. Así que dejó de ducharse, engordó, descuidó su físico. Sufrió aún más al tener que repetir, una y otra vez, su historia ante las autoridades. Experimentaba ataques de pánico y de ansiedad. El novio que tenía la dejó. «Te quedas muy sola incluso aunque estés acompañada. Hay un componente muy cruel en las violaciones y es que tu entorno te exige que seas la misma persona que eras». Pero no se puede. Su carácter cambió. Con el paso del tiempo, comenzó a sentir cierta presión. «La gente te dice que lo olvides, pero en los traumas no existe el tiempo» . Al final, dejó de contar lo que le pasaba a costa de parecer distante.

Su caso no es excepcional. Según explica la psicóloga forense y sanitaria Timanfaya Hernández , a medio y largo plazo, muchas víctimas acaban desarrollando cuadros de ansiedad, de depresión y, en la mayoría de los casos, se produce un síndrome de estrés postraumático . Las vivencias vuelven a modo de ‘flashbacks’ una y otra vez, una y otra vez. Una y otra vez. Son imágenes, sensaciones, olores. Chispazos de dolor. Las víctimas tienen insomnio, pesadillas, somatizaciones. Muchas acaban evitando lugares, personas o situaciones que le puedan recordar el trauma. Acaban encerradas en sí mismas.

«Muchas chicas llegan en shock, nerviosas o incluso llorando . Con un estrés muy alto», cuenta Dolores Cidoncha, coordinadora del Centro de Asistencia a Víctimas de Agresiones Sexuales (C.A.V.A.S) de Madrid, donde cada año llegan entre 110 y 120 casos nuevos de agresión en busca de asistencia jurídica o psicológica. El sexo, en la mayoría de las ocasiones, deja de ser algo placentero. «Se desarrollan disfunciones. Es uno de los síntomas más duraderos», comenta Hernández. Para ellas significa revivir los hechos. «La capacidad de mantener relaciones sexuales queda devastada», asegura Vanessa. La mejora llega según va bajando el estrés, dice Cidoncha y, sobre todo, si la mujer cuenta con una pareja de total confianza que le ayude a reiniciarse lejos de cualquier presión.

La lucha no es borrar lo ocurrido . Ni volver a un estado anterior. La lucha es la de aprender a coexistir con la experiencia. «La persona afectada va a tener esa lección consigo siempre. No se puede hacer desaparecer esa vivencia, pero sí se puede conseguir que esa persona viva con normalidad», dice Hernández. La lucha es que vuelvan a sentirse seguras, que vuelvan a confiar en sí mismas.

El proceso judicial no ayuda. «Se genera la llamad a revictimización secundaria », explica la criminóloga María José Benítez. «El proceso de denuncia es revictimizante pero también es un mal necesario. Lo que hay que hacer es trabajar sobre la percepción pública de este problema, creando protocolos especiales y acortando los plazos judiciales». La falta de protocolo específico a la hora de poner una denuncia hace que a veces las víctimas se sientan incómodas o incluso juzgadas en el proceso. «Conocimos un caso en el que la mujer empezó a poner la denuncia y, por no sentirse cómoda con el trato, acabó yéndose sin terminar», cuenta Cidoncha. Según Vanessa, las víctimas solo necesitan que les «escuchen desde el corazón», que les digan que no fue su culpa, que les repitan que el único culpable es el agresor.

Otra violencia sexual

Las agresiones con penetración no son el único tipo de violencia sexual en adultos. Al más de un millar que se producen anualmente hay que sumar otros 7.218 delitos denunciados contra la libertad o indemnidad sexual. En esta categoría se engloban las agresiones sin penetración, los abusos sexuales con y sin penetración (sin violencia, pero sin consentimiento), el acoso sexual y los delitos de contacto mediante la tecnología con fines sexuales con menores de 13 años.

Por desgracia, las posibilidades son infinitas. Lorena Escandell recuerda que cuando apenas contaba 11 o 12 años, en plena calle de un pueblo de Alicante, dos chicos de su colegio de 14 años se le acercaron. Uno le cogió por los brazos mientras el otro le tocaba el pecho por debajo de la camisa y el resto del cuerpo. Hasta ese momento había sido normal que los chicos le tocaran el culo a las niñas en la escuela, se veía como «cosas de críos» . Después de dar ese asalto, se ganaron la expulsión temporal del colegio, pero seguía siendo «una chiquillada», algo indenunciable.

Así es como muchos de estos sucesos quedan en la intimidad o no se denuncian. «Es más frecuente de lo que la población general cree. No tanto las agresiones con penetración como los abusos sexuales», cuenta Hernández. Siempre hay motivos para ocultarlo : las consecuencias familiares, laborales, el desgaste personal, las ganas de enterrarlo. Y no se denuncia. Además, cuenta la experta, a muchas víctimas les cuesta más pedir ayuda cuando no hay penetración porque «les parece que es menos importante». Pero sí lo es: el hecho de que la víctima quede resarcida ayuda a la superación del trauma.

Esa tarde cercana a la Navidad, Vanessa ya estudiaba psicología en la Universidad de Barcelona. Aquellos 20 minutos y su periplo por instituciones tanto sociales como judiciales le abrieron los ojos. Decidió especializarse y ayudar a otras mujeres a las que le pasara lo mismo que a ella. «Tuve una bajada a los infiernos espectacular, pero no cambiaría nada porque, si no, ahora no ayudaría a otras mujeres, no habría fundado dos asociaciones [ Sakura Onna y Stop Violencias]. Hoy sería otra persona».

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