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Isabel Suppé, «la caballera andante» que luchaba contra molinos de viento

La alpinista de origen alemán sobrevivió, contra todo pronóstico, a una caída de 400 metros de altura con una fractura abierta en la pierna; venció el diagnóstico médico que auguraba que no volvería a escalar, y atravesó EE.UU. solo con unas muletas, 30 dólares y su bicicleta, Rocinante

Isabel Suppé, alemana y argentina, superviviente, aventurera... y alpinista ISABEL PERMUY

LUCÍA M. CABANELAS

Última parada. Después de salvar cerca de 5.000 metros, dos alpinistas llegan a la que parece la última estación hacia el infinito , la penúltima en su ardua subida al Ala Izquierda del Condoriri , en los Alpes Bolivarianos.

Ya casi rozan la cima, pero el resbalón de uno de ellos les aboca al vacío. La fuerza de la caída arranca los tres seguros que fijaron en la montaña. Ya nada depende de ellos, y se precipitan 400 metros en un abismo de nieve y hielo . Es 29 de julio de 2010, y los salientes que escalaron durante tres horas ese día les golpean ahora sin piedad, devolviendo con saña los picos que ellos clavaron durante horas en el hielo.

Contra todo pronóstico, ambos sobreviven a la caída . Pero heridos de gravedad. Peter Cornelius, el australiano de 50 años cuyo fatal traspié les hizo perder el control, descansa en el manto níveo que amortiguó su final. Tiene dos piernas rotas y una herida sangrante en la cabeza. Balbucea y gime, es el peor parado del accidente. Su compañera de cordada, Isabel Suppé , una nómada alemana a la que Argentina, sus picos, su idioma y su gente robaron el corazón, se maneja como puede con una fractura abierta en una de sus piernas. Pero no hay tiempo para el pánico. Ella lo sabe, y a pesar del dolor, se concentra en sobrevivir.

No superaron los casi 5.320 metros de una ruta catalogada por los expertos como «muy difícil» para rendirse por un error. Una sorprendente lucidez se apodera de la montañista, que se adentra de nuevo en una aventura, en una no buscada, en una para la que nadie prepara. La teutona mira al reto a los ojos y sin darle la espalda se encara con él. Conoce el terreno, y sabe que debe evitar a toda costa el sueño, su mayor enemigo en una superficie otrora tranquila, ahora hostil. Por mucho que la seduzca la idea, sabe que si esta vez cae en sus redes cabe el riesgo de «entrar en hipotermia, y eso significa morir, que no te vas a despertar nunca más», sostiene.

«Decido continuar. Para seguir arrastrándome sobre el hielo, tal vez a cambio de nada. Para, por lo menos, no morir sin haber luchado hasta el último momento»

En rehabilitación
En rehabilitación- www.isabelsuppe.com

El instinto de supervivencia toma el mando y comienza otro desafío. Desenreda la cuerda que les aprisiona a ella y a Peter y recurre a su más fiel aliada en la tragedia, su mochila, que todavía tiene en la espalda. Le salvó la vida mitigando los impactos que la montaña le devolvía durante la caída y lo volvería a hacer de nuevo. Decide sentarse sobre ella para aislarse del frío glaciar del pico helado. Ayuda a su compañero, o lo intenta. Repta durante dos horas en busca de agua. Los vestigios de su odisea quedan marcados en la nieve con un sello escarlata . Pero lo consigue. «Decido continuar. Para seguir arrastrándome sobre el hielo, tal vez a cambio de nada. Para, por lo menos, no morir sin haber luchado hasta el último momento», escribiría posteriormente en «La noche estrellada» , donde relata con detalle un accidente que ni el tiempo ha hecho desaparecer.

Su voz, dulce pese a las adversidades, es un fiel reflejo de su vida. Algo de francés y su idioma natal, el alemán, se cuelan en sus palabras. Apenas dos huellas imperceptibles de las seis lenguas que domina. Pero se expresa en el español de Argentina, en el que «siente». «Solo conocía su lugar en el mapa, que la capital se llamaba Buenos Aires y que era un país que había tenido muchos grandes escritores». Y uno de ellos, Borges, ya dijo lo que ella quería hace tiempo: « Pienso en el ambiente distinto de nuestra voz, en la valoración irónica o cariñosa que damos a determinadas palabras , en su temperatura no igual. No hemos variado el sentido intrínseco de las palabras, pero sí su connotación. Esa divergencia, nula en la prosa argumentativa o en la didáctica, es grande en lo que mira a las emociones. Nuestra discusión será hispana, pero nuestro verso, nuestro humorismo, ya son de aquí —de Argentina—». Así ha decidido escribir Suppé. «Mientras estaba ahí sentada, sin saber si iba a vivir para ver el amanecer del día siguiente, me agarré mirando las estrellas y diciéndome "pero qué bello es este cielo estrellado" y después me dije: "Pará, cómo puede ser que en una situación así, con los huesos afuera de tu gamba, sin saber si vas a vivir en un par de horas más, estés pensando en boludeces como lo lindo que es el cielo". Ahora me parece algo muy consolador porque creo que en esta capacidad de ver la belleza del mundo natural y de conmocionarse ante ella está nuestra esencia como seres humanos », confiesa.

Después de dos noches prácticamente en vela, Peter ya no habla. La partida de rescate tampoco llega. E Isabel espera. El 1 de agosto, sobre las 7.30 de la mañana, un guía de montaña se los encuentra. Ella está a salvo, pero el pico no solo le arrebató el seguro que los sujetaba, también a su compañero . «Te preguntas siempre, una y otra vez, si no podrías haber hecho algo más, y por mucho que la respuesta obvia y lógica sea que no, es algo que te persigue», admite Suppé, desde Madrid, donde ha impartido una de las charlas que la ayudan a financiar sus ansias de vivir, sus ganas de seguir experimentando nuevas aventuras. «A mí me parece que una persona a la que nunca le pasa nada, que nunca se cae, que nunca se golpea, es alguien que no vive. A mí es el riesgo el que me hace amar más la vida».

Dos noches en vela, prácticamente sola ante la inmensidad del cielo, casi al alcance de su mano desde el pico, fueron suficientes para entender por qué ama el alpinismo: «Es muy difícil explicarlo pero tiene mucho que ver con los cielos estrellados que se ven desde esas alturas, tiene que ver con esos horizontes infinitos y también con el cambio de perspectiva , porque realmente estar ahí arriba de las montañas te la cambia y a veces te das cuenta que las cosas que acá abajo parecen tan grandes en realidad no lo son y que hay cosas más importantes», confiesa a ABC.

«Cuando en el camino se cruzan la fortuna, el coraje y la fortaleza humana es cuando surgen las leyendas». Leyendas cotidianas, como la de Isabel, que gracias a un milagro se ha convertido en un ejemplo de supervivencia, y en su particular embajadora. Presentando otra aventura, si cabe más emocionante, esta nómada alemana, que no pierde la sonrisa, prefiere no hablar de superación . «No es que superase el accidente o sus secuelas, porque todo ese accidente y lo que vino después es parte de mi vida y jamás lo voy a olvidar, y obviamente ha sido algo muy doloroso, pero también me ha dado cosas muy buenas. Gracias a ese accidente he conocido a gente maravillosa y realmente he aprendido muchas cosas. Es algo que hay que aprender a integrar en tu vida, a aceptarlo y después hacer lo mejor que uno pueda con ese nuevo elemento de su historia que es algo que uno no escoge. Es como un juego de cartas, uno no elige las que le tocan pero sí elige qué hacer con esas cartas ».

Dos años después del accidente, y con las heridas todavía en carne viva, decide no esperar a que las soluciones lleguen a ella , y sale a buscarlas. Con dos muletas, 30 dólares y Rocinante, su bicicleta, se embarca en una ruta por todo Estados Unidos en busca de fondos para una operación. «Trece cirugías, dos años y un montón de fisioterapia después del accidente y seguía sin poder ni siquiera levantarme de la cama sin muletas . Por eso quise averiguar si en mi caso era posible acceder a un trasplante cadavérico», cuenta.

Rocinante www.isabelsuppe.com

No lo fue, pero sí resultó especialmente gratificante lo que se encontró por el camino: la ruta, en la que se inspiró por las continuas menciones de John Steinbeck a Monterey Bay y, sobre todo, los personajes con los que se tropezó. Como otro mago de las palabras que caminaba por el desierto con un carro, un burro y un perro. «Me estrechó la mano y se me presentó como Howard West, escritor y de gira. Así me di cuenta que lo mío de original no tiene nada», cuenta ente risas. Pero sí es una historia muy personal y emocionante la que recoge en «Viaje con Rocinante: entre liviandad y pesadumbre» . De nuevo, su vocación literaria marcaría otro episodio en su vida. Llamó así a su bicicleta por el caballo de Don Quijote «y porque en ese momento me sentía como una caballera andante que iba luchando contra molinos de viento, porque todos los médicos me decían que no, que era imposible, que no podía volver a caminar con normalidad y siempre iba a tener dolor». Lo cierto es que las secuelas siguen siendo un recuerdo que escuece a diario.

No puede correr ni saltar, pero ha mirado a la muerte a los ojos y ha ganado la batalla . Ha vencido un diagnóstico médico —que auguraba que no volvería a escalar— y gracias a sus trabas, también ha logrado potenciar su «creatividad», con la que constantemente busca maneras de sortear los escollos que aparecen en su camino. Como cuando cruzó los Alpes en handbike (bicicleta que se impulsa con la fuerza de los brazos) para firmar el contrato de la versión italiana de «La noche estrellada». Y seguirá haciéndolo. «Tengo muchísimos planes, muchísimos sueños (como ir a la Antártida), lo que siempre me falta es tiempo para realizar todo lo que me gustaría hacer». una persona a la que nunca le pasa nada, que nunca se cae, que nunca se golpea, es alguien que no vive

«Trece cirugías, dos años y un montón de fisioterapia después del accidente y seguía sin poder ni siquiera levantarme de la cama sin muletas. Por eso quise averiguar si en mi caso era posible acceder a un trasplante cadavérico»

Dos noches en vela, prácticamente sola ante la inmensidad del cielo, casi al alcance de su mano desde el pico, fueron suficientes para entender por qué ama el alpinismo: «Es muy difícil explicarlo pero tiene mucho que ver con los cielos estrellados que se ven desde esas alturas, tiene que ver con esos horizontes infinitos y también con el cambio de perspectiva , porque realmente estar ahí arriba de las montañas te la cambia y a veces te das cuenta que las cosas que acá abajo parecen tan grandes en realidad no lo son y que hay cosas más importantes», confiesa a ABC.

«Cuando en el camino se cruzan la fortuna, el coraje y la fortaleza humana es cuando surgen las leyendas». Leyendas cotidianas, como la de Isabel, que gracias a un milagro se ha convertido en un ejemplo de supervivencia, y en su particular embajadora. Presentando otra aventura, si cabe más emocionante, esta nómada alemana, que no pierde la sonrisa, prefiere no hablar de superación . «No es que superase el accidente o sus secuelas, porque todo ese accidente y lo que vino después es parte de mi vida y jamás lo voy a olvidar, y obviamente ha sido algo muy doloroso, pero también me ha dado cosas muy buenas. Gracias a ese accidente he conocido a gente maravillosa y realmente he aprendido muchas cosas. Es algo que hay que aprender a integrar en tu vida, a aceptarlo y después hacer lo mejor que uno pueda con ese nuevo elemento de su historia que es algo que uno no escoge. Es como un juego de cartas, uno no elige las que le tocan pero sí elige qué hacer con esas cartas ».

Dos años después del accidente, y con las heridas todavía en carne viva, decide no esperar a que las soluciones lleguen a ella , y sale a buscarlas. Con dos muletas, 30 dólares y Rocinante, su bicicleta, se embarca en una ruta por todo Estados Unidos en busca de fondos para una operación. «Trece cirugías, dos años y un montón de fisioterapia después del accidente y seguía sin poder ni siquiera levantarme de la cama sin muletas . Por eso quise averiguar si en mi caso era posible acceder a un trasplante cadavérico», cuenta.

Rocinante www.isabelsuppe.com

No lo fue, pero sí resultó especialmente gratificante lo que se encontró por el camino: la ruta, en la que se inspiró por las continuas menciones de John Steinbeck a Monterey Bay y, sobre todo, los personajes con los que se tropezó. Como otro mago de las palabras que caminaba por el desierto con un carro, un burro y un perro. «Me estrechó la mano y se me presentó como Howard West, escritor y de gira. Así me di cuenta que lo mío de original no tiene nada», cuenta ente risas. Pero sí es una historia muy personal y emocionante la que recoge en «Viaje con Rocinante: entre liviandad y pesadumbre» . De nuevo, su vocación literaria marcaría otro episodio en su vida. Llamó así a su bicicleta por el caballo de Don Quijote «y porque en ese momento me sentía como una caballera andante que iba luchando contra molinos de viento, porque todos los médicos me decían que no, que era imposible, que no podía volver a caminar con normalidad y siempre iba a tener dolor». Lo cierto es que las secuelas siguen siendo un recuerdo que escuece a diario.

No puede correr ni saltar, pero ha mirado a la muerte a los ojos y ha ganado la batalla . Ha vencido un diagnóstico médico —que auguraba que no volvería a escalar— y gracias a sus trabas, también ha logrado potenciar su «creatividad», con la que constantemente busca maneras de sortear los escollos que aparecen en su camino. Como cuando cruzó los Alpes en handbike (bicicleta que se impulsa con la fuerza de los brazos) para firmar el contrato de la versión italiana de «La noche estrellada». Y seguirá haciéndolo. «Tengo muchísimos planes, muchísimos sueños (como ir a la Antártida), lo que siempre me falta es tiempo para realizar todo lo que me gustaría hacer».

Isabel haciendo alpinismo www.isabelsuppe.com

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