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La Fundación Juan XXIII Roncalli cumple 50 años

El tesón por dignificar a un colectivo sin apenas voz

Esta entidad trabaja con la obsesión de dar empleo a personas con discapacidad intelectual

Darles autonomía personal es un objetivo crucial de la Fundación. En una casa real aprenden a valerse por sí mismos VÍDEO: DAVID G. TRIADÓ / REPORTAJE GRÁFICO: ERNESTO AGUDO

ÉRIKA MONTAÑÉS

A Nacho se le cae continuamente la baba . Es una realidad que no disfraza Marian , su profesora. Sin paños calientes, añade: «Atodas luces, sigue siendo un bebé». Lo que contrasta con el metro setenta que medirá el joven. La hermana de Nacho se va a casar y su mayor deseo era tener en su boda un «regalo» hecho por él. Marian, perteneciente al organigrama de excelentes voluntarios y profesores que componen la Fundación Juan XXIII Roncalli de Madrid , le puso una cinta azul alrededor de la boca, le colocó frente a un mantel de plástico con agujeros redondos, que se superpone a una base cuadrada de caucho, le dio una pelota untada en colores y, entre saliva y pintura, se va dando color a las tapas de un libro de firmas para el enlace de la casadera. Él tiene una discapacidad intelectual de grado profundo, pero estará muy presente en el día más especial de su hermana. Marian resume: « Cada pieza de la sociedad cuenta».

Quizás sea solo un caso más de la voluntad y el esfuerzo que hay detrás de las historias de cada uno de los «chicos» que se encuentran en el edificio que la fundación tiene en la zona de Vicálvaro, pero Nacho y Marian representan la comunión que ha hecho de esta entidad el referente en la integración socio-laboral de personas con discapacidad intelectual. Para Amparo Martínez y Luis Arroyo, los fundadores de la JuanXXIII Roncalli, la mejor vía para lograr que contasen es el empleo, lo que se ha convertido en una auténtica obsesión para ellos. «Aquí todo se traduce en la palabra apoyo –dice una emocionada Amparo, en su recibimiento en el centro a ABC –. Necesitan un apoyo para hacer las cosas, pero las hacen perfectamente. La conclusión es que “llegan”. No son unos “pobrecitos”, aquí salimos a torear, a decirles a las empresas que saben, a demostrarles que pueden hacer un trabajo y cobrar por ello». Y, sin embargo, reprocha al alimón su marido, muchas empresas «prefieren dar un donativo que colocar un muchacho». La sociedad todavía «no se fía de la discapacidad intelectual» y la pone continuamente a prueba.

«No son unos "pobrecitos", aquí salimos a torear y decirles a las empresas que estos jóvenes pueden hacer un trabajo y cobrar por ello»

Amparo Martínez

fundadora de la Juan XXIII

Cinco décadas atrás, los fundadores que se casaron al mes de empezar este magno proyecto trabajaron codo con codo por la educación, formación e integración de un colectivo que solo por la vía de la empleabilidad conseguiría un sueldo que les dignifica y permite explotar sus muchas potencialidades. Se trata de la tasa de paro que menos se publicita y que asalta al colectivo más vulnerable.

Los avatares de estos cincuenta años han sido muchos. De un colegio o centro de pedagogía terapéutica, se pasó a un centro de empleo, a una residencia en Alcobendas y diferentes ubicaciones de la Comunidad de Madrid hasta llegar a Vicálvaro. En total –y aún pagando la hipoteca», se relame la herida Luis–, la fundación cuenta con 32.000 metros cuadrados de instalaciones divididos en un centro de día dirigido a personas con discapacidad intelectual en grado severo o moderado; el centro ocupacional que fomenta la autonomía personal y la capacitación psicosocial; un centro de formación para el empleo; y un centro especial de empleo que cuenta con unos 300 trabajadores, de los que el 80% tienen discapacidad .

Javier Arroyo: el actual director general de la Fundación Juan XXIII Roncalli cogió el timonel legado por sus padres y conjugó la dimensión social con la aquiescencia de las empresas

En este «centro de operaciones» se desarrollan ocho líneas de actividad, con servicios de marketing, huerta y productos ecológicos, servicios logísticos y gestión documental, entre otros. Un ejemplo ilustrativo es el de trabajo que se realiza para la empresa Halcón Viajes. Ella sí confió en estos chavales y el servicio de catering en bandejas de los aviones se elabora con un mimo sorprendente y minucioso por parte de una singular «cadena de montaje» de estos chicos que separan las bolsitas del té de la manzanilla como si les fuera la vida en ello. Y, en parte, su realización y el ingreso mensual que cobrarán por hacerlo sí hacen que les vaya en ello.

«Lo difícil es saber cómo están si no hablan»

En el recorrido por las instalaciones perfectamente adaptadas, nos guía Amparo. Cada muchacho del centro le saluda por su nombre con un cariño forjado a través de cincuenta años recorriendo estos pasillos. Ella y su marido los conocen, uno a uno, y reconocen sus trayectorias vitales. Les han visto casarse, separarse y tener hijos; también han asistido desde las primeras butacas a la regeneración de chicos conflictivos, e incluso algún delincuente, en personas realizadas. Hay dos trabas, resumen los creadores de esta organización: «Lo difícil y lo bonito a la vez es dar con la situación anímica que tiene cada chaval, porque la tienes que ir averiguando, muchas veces no se expresan. Luego están las familias que los superprotegen... Aquí entran al centro de día y empiezan por separar formas de colores, porque muchos no saben ni leer ni hablar, en los grados más profundos».

El empleo les hace «sentirse útiles» , porque saben que a su gesto de colocar una manzanilla en una bandeja, continuará el siguiente con otro sobrecito. El auténtico milagro en este lugar es verles salir por la puerta convertidos en jardineros, reponedores, azafatas o recepcionistas, como el curso al que asisten una decena de jóvenes con discapacidad bajo los mandos de Nuria, la profesora. En él, todos sus participantes alegan que lo que nunca perderán cuando salgan ahí «afuera» a ponerse frente al público es «la sonrisa».

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