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Santiago Martín

Francisco, cinco años

El tiempo de Francisco no ha acabado y aún puede haber sorpresas

Santiago Martín

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El Papa Francisco ha cumplido cinco años al frente de la Iglesia. No es mucho, pero ya es algo. No han faltado esta semana las más diversas opiniones sobre las reformas que el Papa argentino ha querido imprimir a la principal confesión religiosa del mundo.

Me ha gustado el análisis que ha hecho el secretario de Estado, cardenal Parolín. Él destacaba, en primer lugar, que los principales documentos del Papa aludieran siempre a la alegría: Evangelii Gaudium, Amoris Laetitia e incluso, indirectamente, Laudato Si; una alegría que nace, sobre todo, de saberse amados por Dios. En segundo lugar, Parolín se refería a la misericordia; el Papa ha insistido, en línea de continuidad con sus predecesores, en mostrar al mundo que el Dios en el que creemos los católicos es un Dios rico en misericordia, que sabe acoger al pecador, que sigue amando a sus hijos, aunque éstos se alejen de Él. Por último, el secretario de Estado se refería a la evangelización como otra de las grandes preocupaciones del Pontífice, significada en frases que ya se han hecho célebres, como que prefiere una Iglesia herida a una Iglesia inmovilizada, o que los sacerdotes deben tener olor de oveja.

También se ha referido Parolín a las críticas que ha recibido y recibe el Papa, más desde dentro que desde fuera de la Iglesia. Distinguió entre aquellas que son agresivas y que, por lo tanto, destruyen, de aquellas que son constructivas, que nacen del amor al Papa y a la Iglesia. Para el secretario de Estado, es normal que las haya porque las ha habido siempre.

Es probable que la ponderada y favorable opinión del cardenal no sea compartida por muchos. Sus reformas están siendo recibidas con entusiasmo por algunos y con gran preocupación por otros. Hay que recordar que cinco años es algo, pero el tiempo de Francisco no ha acabado y aún puede haber sorpresas . Por eso es difícil hacer un juicio sobre algo que no ha terminado. Falta ver si el fruto que producen esas reformas es el que el Papa quería: la evangelización de los que están fuera de la Iglesia y la revitalización de la vida cristiana de los de dentro. Eso será lo que indique si ha tenido éxito o si ha fracasado.

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