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España da la espalda a la cultura del esfuerzo

Pedagogos y profesores creen que hay mucho por avanzar en el sistema educativo pero «sin confundir el esfuerzo con el trabajo forzado»

Subrayan que el disfrute en el aprendizaje es «uno de los elementos más importantes para que el esfuerzo se convierta en un hábito»

Una escuela en Barcelona desarrolla un programa innovador para enseñar Matemáticas Inés Baucells
Laura Daniele

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Patricia Torres consiguió el año pasado en la prueba de Selectividad la mejor nota de Cataluña. La joven quiso quitar mérito a los buenos resultados que le había granjeado su dedicación a los estudios asegurando que no se había preparado especialmente para el examen. «Sólo tuve que repasar alguna fórmula olvidada y ya está», afirmaba entonces a la prensa esta estudiante de Bachillerato de Ciencias en el instituto Pons d’Icart de Tarragona.

Ocultar el esfuerzo personal que hay detrás de cualquier éxito académico es una buena prueba de «la mala prensa» que sigue teniendo la cultura del esfuerzo entre los jóvenes y en la sociedad española en general. El profesor de Sociología y Pensamiento Sociológico en la Universidad de Navarra, Alejandro Navas, señala que es «muy común» que un joven que recibe un reconocimiento por su trayectoria académica «no atribuya ese éxito a lo mucho que ha estudiado».

«Esto demuestra el déficit de valoración que tiene el trabajo continuado a lo largo del tiempo. Parece que la persona aplicada tiene que esconderse o tener un perfil bajo porque cae mal», afirma este académico que atribuye esta concepción érronea del trabajo bien hecho a nuestras raíces históricas y culturales. «Durante siglos y hasta la Edad Moderna, el tipo humano ideal en España era el de alguien que no trabajaba. Todo lo contrario de la cultura anglosajona», apunta.

«Durante un tiempo se ha creído que no se podía compatibilizar la equidad con la calidad, pero no es así»

Ismael Sanz Labrador

director general de Innovación

Una parte de la responsabilidad de este «menosprecio del esfuerzo» también está en la escuela y en algunas medidas como la nueva fórmula adoptada por el Ministerio de Educación para que los alumnos de la Enseñanza Secundaria Obligatoria (ESO) puedan sacar su título, aún obteniendo dos suspensos y con una nota inferior a 5. «Cumple con los requisitos» ha sido la fórmula elegida para el título que acredita que se ha superado la ESO y que se aplicará transitoriamente a todos los alumnos hasta que se alcance un Pacto Educativo.

Algunos expertos están de acuerdo en que con este tipo de medidas el sistema educativo español no fomenta el esfuerzo o la excelencia para favorecer, en cambio, una educación más inclusiva.

La prueba de fuego es el bajo rendimiento que muestran los alumnos españoles cuando llegan a las universidades. Según el informe anual Panorama de la Educación 2014 de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico), el 30 por ciento de los estudiantes universitarios españoles cambia de carrera o directamente abandona los estudios. Los que consiguen llegar hasta el final necesitan de media nueve años para obtener un simple título de grado.

«Los sistemas de enseñanza media tienen que mejorar mucho a la vista de cómo ingresan los estudiantes al sistema universitario. Mi experiencia es que los alumnos tienden a la simplificación en las tareas de formación a lo largo de los cursos académicos porque no se les inculca esa cultura del esfuerzo en la enseñanza media», explica el catedrático de Geografía Humana de la Universidad Complutense de Madrid y vicepresidente ejecutivo de la Fundación IE (Instituto Empresa), Rafael Puyol.

Para el rector de la Universidad Complutense entre 1995 y 2003 y colaborador en excedencia del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), estos «malos» datos estadísticos son la muestra de que «también hay fracaso escolar en la Universidad». «La cultura del esfuerzo tiene retos pendientes que habría que afrontar», añade.

Equidad y calidad

Un sistema educativo inclusivo y equitativo, sin embargo, no tiene por qué estar reñido con la calidad o la excelencia. El director general de Innovación, Becas y Ayudas a la Educación de la Comunidad de Madrid, Ismael Sanz Labrador, explica que los resultados del informe Pisa y la prueba TIMSS 2015 (un proyecto de la Asociación Internacional para la Evaluación del Rendimiento Académico) «pone de manifiesto que se puede conseguir las dos cosas».

Los sistemas más equitativos consiguen, por ejemplo, que el bajo nivel socioeconómico de los alumnos no influya negativamente en sus resultados académicos. También permite que no haya mucha diferencia entre los alumnos que tienen buenos y malos resultados. «Durante un tiempo se ha creído que no se podía compatibilizar la equidad con la calidad, pero no es así. Pisa nos demuestra que junto a países como Singapur o Corea del Sur también hay comunidades autónomas como Castilla y León o Madrid que han conseguido ambas cosas», asegura.

«Parece que solo aquellos sistemas que ejercen una presión academicista sobre aprendizajes instrumentales son los que premian el esfuerzo y no es verdad»

Carmen Pellicer

presidente y fundadora de la Fundación Trilema

El ex director del Instituto Nacional de Evaluación Educativa del Ministerio de Educación (2012-2015) señala además que el 50 por ciento del buen rendimiento académico de los alumnos depende de «su propia responsabilidad y no solo de las ayudas que puedan recibir del profesor, la escuela o los padres».

Jan Bietenbeck, profesor de Economía en la Universidad de Lund (Suecia) e investigador afiliado al Instituto para el Estudio del Trabajo (IZA, Alemania) ha realizado numerosas investigaciones en el campo de la educación, una de las últimas, relacionadas con la calidad del profesorado. Para medir cuán bueno es un profesor, Bietenbeck ha introducido la variable conocida como «valor añadido del profesor» que «es una buena medida para conocer la calidad del profesorado y mide cuán capaz es este de aumentar el rendimiento de sus estudiantes». Esta variable contempla, entre otras cosas, si el profesorado inculca la cultura del esfuerzo al alumnado.

Mayores oportunidades

«Un buen profesor debe fomentar la cultura del esfuerzo, es muy importante. A esto, los economistas lo llamamos capacidades no cognitivas», señala Bietenbeck. El economista asegura que se ha comprobado que dichas capacidades son tan importantes en el rendimiento escolar como en la vida laboral. Por lo tanto, si se fomenta desde la escuela abrirá las puertas a mayores oportunidades en el futuro laboral de los estudiantes. «De hecho, los salarios mejoran en función del esfuerzo, se premia al que no deja de trabajar cuando hay obstáculos».

El experto asegura que la cultura del esfuerzo debe fomentarse en los colegios y universidades «pero también la familia debe jugar su papel en este sentido». Concreta que, en las aulas, dicho esfuerzo no se basa necesariamente en pedir mas deberes aunque sí que se refleje en las notas. «El profesor debe saber que cuanto más ponga el alumno de sí, mejor le irá en el futuro y más opciones tendrá en el mercado laboral».

La pedagoga Carmen Pellicer va más allá y recuerda que no hay que confundir «el esfuerzo con trabajos forzados» . «Parece que solo aquellos sistemas que ejercen una presión academicista sobre aprendizajes instrumentales son los que premian el esfuerzo y no es verdad. Se necesita tanto o más esfuerzo para un trabajo creativo como para un trabajo rutinario», señala la fundadora de la Fundación Trilema y presidenta de la Asociación Española de Coaching Pedagógico y Evaluación Educativa (Aecope).

Para esta experta que dirige junto con José Antonio Marina la Cátedra de Inteligencia Ejecutiva de la Universidad Nebrija, «hay mucho todavía que avanzar» para acabar con un sistema educativo que «viene de un planteamiento tradicional todavía muy determinado por la presión de unos currrículums obsoletos». «El aprendizaje requiere un tipo de esfuerzo diferente que no está reñido con la motivación o la creatividad. El disfrute en el aprendizaje es uno de los elementos más importantes para que el esfuerzo se convierta en un hábito», apunta Pellicer, quien subraya que una escuela inclusiva no tiene por qué ir en detrimento de la excelencia.

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