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Despoblación

«Mis amigos se fueron porque les mataba el hambre»

El cierre progresivo de escuelas en el mundo rural y la falta de inversiones abocan a la desaparición de la España interior

Jesús del Rincón, en la puerta de su taller de Los Campos (Soria) ENRIQUE DELGADO SANZ
Enrique Delgado Sanz

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Es un día soleado de invierno en el bar de Los Campos, una pequeña localidad soriana, y dos botellines de cerveza son testigos de una conversación. Fuera aún hay algo de nieve. H abitantes, quedan menos . Concretamente 17, según las cuentas que, de memoria, hacen el alcalde, Segundo Revilla, y su teniente de alcalde, Raúl Serrano, los «beneficiarios» de las cervezas. Es mediodía y en el bar no hace falta ni camarero; los precios están escritos en un folio colgado en la pared y, honrados, cada uno deposita en la caja lo que cuesta su consumición. Tras el primer trago comienzan una charla que se repite en otros pueblos con el mismo problema: la despoblación, que desde hace años -aunque ahora esté de moda- mata lentamente a numerosas localidades de la España interior.

«En veinte años aquí no va a quedar ni el apuntador », pronostica Serrano, quien minutos antes recuerda que en los dos últimos meses han estado seis días sin teléfono. «Pero ya falla menos», puntualiza el alcalde, quien lamenta que, ahora que los políticos saben de su problema, «no se note ninguna diferencia». Revilla se queja de que hace falta mejorar la carretera a la vez que no augura un buen futuro a municipios como el que gobierna mientras no haya «unas buenas carreteras y unas telecomunicaciones competentes». Quizá así, dice, pueda fomentarse el teletrabajo y «se frene el problema de la despoblación».

En paralelo a esta conversación, que tuvo lugar a mediados de enero, en Soria los aperos del campo se convierten en trajes y corbatas: hay un congreso que busca solucionar, sin cervezas de por medios, el mismo problema del que hablan en el bar de Los Campos. «Es fundamental que las políticas de equilibrio intranacional se realicen de forma paralela a las de cooperación internacional», explica Carlos Martínez , alcalde socialista de Soria, quien apuesta el modelo de ayudas «finalistas» para evitar así que el dinero se pierda: «Hasta ahora, los Gobiernos y las Comunidades Autónomas han primado a unos territorios sobre otros pervirtiendo la finalidad de los fondos de cohesión».

En el mismo congreso donde Martínez divulgó esta idea se dieron cita personalidades políticas de primer orden. De esas que de verdad pueden cambiar a golpe de decisión política el rumbo de una zona acosada por la despoblación. La vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría , o el presidente de Castilla y León, Juan Vicente Herrera, estuvieron allí, así como otros muchos alcaldes y políticos españoles. Se sucedieron las buenas palabras que, el tiempo será juez, aún se tienen que convertir en hechos. Aún así, las reticencias entre los 17 vecinos de Los Campos son palpables. «Los políticos salen todos con la mano prieta, eso es porque esconden algo dentro», ironiza Jesús del Rincón, quien pide a los que mandan «que hagan más por los pueblos» porque si no, la sangría continuará.

Sus amigos, con los que compartió aulas en el colegio se fueron de allí, hace décadas porque, como dice, «les mataba el hambre». « Nos llegamos a juntar hasta 36 chicos en la escuela », rememora el veterano vecino. Ahora, la escuela es el bar donde charlan el alcalde y su número dos, detalle que confirma que el cierre de un colegio en la España interior es un síntoma temprano de un mal futuro. «Este curso se cerró el colegio porque no había el número mínimo de alumnos exigidos, que son cuatro. Sólo teníamos dos», lamenta Mariano Hernández , primer edil en Matamala de Almazán, una localidad también soriana de apenas 320 habitantes que, como se dice coloquialmente, le empieza a ver «las orejas al lobo».

El bar de Los Campos (Soria) era la escuela hace unos cuantos años ENRIQUE DELGADO SANZ

La situación en el lugar no es tan crítica como en Los Campos, pero los pocos niños que allí quedan madrugan más de la cuenta todas las mañanas para subirse en un autobús que les lleva al colegio. Es el caso de Estefanía, quien después de una jornada escolar se encuentra con su padre, Francisco Javier Maján, en el bar de la plaza de Matamala. «Me hubiera gustado que no cerrasen el colegio porque puede ser una forma de atraer a más niñas que den vida al pueblo», argumenta la niña, consciente de que el pueblo «sin colegio no es lo mismo». Y, como dice el alcalde, un pueblo tampoco es lo mismo sin niños: «Ellos dan vida a estos lugares» .

«Sería una utopía pensar que todos los pueblos van a resurgir. Hay pueblos que ya están muertos», admite realista Luis Giménez, portavoz de Soria ¡Ya! , una plataforma formada por vecinos de Soria que no quieren que sea su provincia entera la que muera, para ello reclaman inversiones y, como el alcalde de la capital, subvenciones contra la despoblación con carácter finalista . No quieren que la política pese más que la necesidad y el dinero para frenar la despoblación se utilice para pescar votos en lugares más poblados.

«Aquí los políticos vienen unos días antes de las elecciones a regalarnos llaveros , pero nada más», se ríe Teófilo García, otro de los 17 veteranos vecinos de Los Campos. Como su vecino Jesús, aún recuerda que se planteo, como tantos otros, marcharse en busca de otro futuro. Pero se quedó en el pueblo y hasta hoy. «Igual es que no fui tan atrevido como los demás. No lo hice y no me arrepiento», sostiene el anciano, quien también tiene muy clara la causa del éxodo rural: «Aquí se trabajaba más y se ganaba menos».

Con la misma seguridad, antes de marcharse a casa a esconderse del invierno, admite que hasta allí no va a llegar nadie. Sabe, como sus otros 16 vecinos, que su pueblo se acabará con ellos . El último, como en el bar, que apague al salir.

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