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41 muertos y 316.000 hectáreas quemadas en Portugal

La oposición amenaza con una moción de censura al presidente socialista Marcelo Rebelo de Sousa ante el drama de los incendios

Un grupo de vecinos combaten un incendio en la Villa Pisao, en Mealhada (Portugal) EFE

Francisco Chacón

La segunda gran tragedia por los incendios este año en Portugal se salda con al menos 41 muertos y, sobre todo, con una ola de indignación que recorre el país de norte a sur. Más de 316.000 hectáreas se han calcinado desde que arrancó este 2017, con 70.000 de ellas quemadas entre domingo y lunes.

La ira popular no olvida que, cuando fallecieron 65 personas por la acción de las llamas en Pedrógao Grande hace cuatro meses, el Gobierno socialista se afanó en declarar: «Esta situación no debe repetirse». Pero se ha repetido con la misma dimensión apocalíptica y una dispersión de daños y sufrimiento que hiere en lo más profundo a la población lusa.

La gestión del gabinete liderado por el primer ministro, António Costa, ha vuelto a quedar en entredicho y cientos de ciudadanos se sienten indefensos y frustrados. Tanto es así que la oposición ya ha movido ficha y el CDS (Centro Democrático y Social) de Assunçao Cristas ha anunciado una moción de censura contra el Ejecutivo.

Además, las manifestaciones se extienden por toda la nación para protestar por la falta de medios para combatir las llamas. Mucho más cuando han salido a la luz testimonios de gente humilde que se quejaba: «Si nos hubiéramos quedado esperando la ayuda de las instituciones, estaríamos muertos».

Se sabe ahora que el Estado perdió 29 medios aéreos aptos para la lucha contra el fuego el pasado 30 de septiembre, debido a que finalizó el contrato temporal para su alquiler y el Gobierno estimó que, una vez finalizado el verano, desaparecía el riesgo de incendios.

Las tertulias radiofónicas, las redes sociales o las conversaciones en la calle dan fe de que esta crisis se está convirtiendo en la gran pesadilla del gabinete socialista y el presidente de la República, Marcelo Rebelo de Sousa, se dirigió a los ciudadanos a la hora de máxima audiencia para intentar transmitir un mensaje de serenidad.

«Cuatro muertos no son 41», decía una señora mayor ante las cámaras de televisión, en referencia a la embestida de las llamas en Galicia. Porque de nuevo los portugueses vuelven a mirar a España, igual que sucedió cuando llegaban al país vecino las imágenes de los incendios de Doñana a finales de junio, cuya ausencia de víctimas mortales contrastaba con el infierno de Pedrógao Grande.

La gran pregunta que flota en el aire es por qué Portugal no aprende la lección y se sigue dependiendo de la ayuda exterior para hacer frente a estas catástrofes que no dejan de reproducirse. En consecuencia, crece la percepción de que el Ejecutivo no ha mostrado la firmeza requerida ni ha sabido proteger a los ciudadanos.

Más de 25 aldeas tuvieron que ser evacuadas y a los pasajeros de cuatro líneas de ferrocarril no les quedó más remedio que pasarla noche en los vagones, en vista de que las columnas de humo impedían reanudar la actividad de los trenes con normalidad.

El panorama se dibujó con este aspecto entre domingo y lunes, antesala para un trauma que se plasma en los tres días de luto nacional declarados oficialmente.

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