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Emma Alfaro, la joven salvadoreña que pasó del analfabetismo a la excelencia

La joven no fue a la escuela hasta los nueve años. Hoy es universitaria y participa en un programa de la Fundación Botín para la formación de líderes comprometidos

Emma Alfaro, la joven salvadoreña que pasó del analfabetismo a la excelencia Maya Balanya

Isabel Miranda

Emma Alfaro aprendió a leer con la Biblia. Tenía 7 años y no iba a la escuela. Quedaba muy lejos de su casa, ubicada en una zona rural del departamento de La Paz (El Salvador). Su madre era analfabeta y había salido adelante, así que nada indicaba que Alfaro fuera a escolarizarse. Más de 15 años después, esta joven estudia Economía y Negocios becada en una de las universidades más prestigiosas de su país y dice que quiere generar un «efecto cascada» que cambie El Salvador.

Alfaro visita estos días España como parte del programa de la Fundación Botín para el Fortalecimiento de la Función Pública en América Latina. Un programa cuyo objetivo es formar servidores públicos de alta capacitación para liderar el cambio en sus países y que en sus primeros cinco años de vida, ya ha logrado que el 49 por ciento de exalumnos ya trabajen en el sector público. Durante ocho semanas, 32 universitarios procedentes de 14 países visitan Estados Unidos, España y Brasil mientras son dotados de herramientas de liderazgo, comunicación y habilidades de resolución de conflictos. Pero no solo son 32 expedientes académicos brillantes, sino también 32 personas con una acreditada vocación de ayuda a los demás.

«Sin saberlo lo empecé desde siempre», cuenta la joven salvadoreña. La inauguración de un colegio cercano a su casa, de apenas tres aulas, y el empeño de una de las maestras, consiguió que Alfaro pisara por primera vez una clase con nueve años. Desde ese momento, siempre fue la mayor del curso, así que los fines de semana ayudaba a sus compañeros. Una vocación que a lo largo de los años fue cultivando en asociaciones como Hope, Pasitos o Un Techo para mi País. «Siempre lo había hecho de forma desinteresada, pensando que no tenía retorno », dice. Hasta el año pasado, cuando al solicitar una beca Fantel, su amplia trayectoria social decantó la balanza en su favor. «Aquí me encuentro que, de alguna manera, la vida te recompensa por hacer este tipo de cosas».

A partir de la educación media, Alfaro tuvo que luchar por financiar sus estudios. «Al acabar noveno curso, mi padre me dijo que los siguientes dos-tres años eran los últimos que me podía cubrir». Tres años después, en 2011, le dieron una beca para estudiar en la Escuela Superior de Economía y Negocios. «Me cambió la vida», reconoce . «Jamás podría pagarla, solo la Universidad cuesta el doble de lo que mi padre cobra en un mes». Desde entonces, ha trabajado en el Ministerio de Economía de El Salvador en al área de inteligencia de mercado y en la Organización Internacional de las Migraciones con estudios sobre niñez migrante. Ha fundado una asociación de becarios y exbecarios de su Universidad con una vertiente social para la integración de los alumnos con menor poder adquisitivo, e imparte educación ambiental a los niños de escuelas públicas.

«Los jóvenes piensan que no se merecen ir a la universidad, que no pueden conseguirlo»

Mira a El Salvador y se pregunta qué puede hacer ella por mejorar la vida de su gente. «Tiene un problema de Seguridad muy amplio, de pobreza, de Educación… pero sobre todo tiene un problema de conciencia y motivación, que son las dos cosas que me gustaría cambiar, generando un efecto cascada que lo transforme». La joven observa a sus antiguas compañeras de escuela, quienes no continuaron sus estudios y que con apenas veinte años han sido madres, y se pregunta cuál fue el factor que marcó la diferencia. «No es la Economía porque nuestra situación es muy similar, ni la familia o la cultura, porque hemos crecido en el mismo lugar. El único factor que encuentro diferente entre nosotras es la motivación, el creer en uno mismo. Los jóvenes piensan que no se merecen ir a la universidad o que no pueden conseguirlo».

Por ahora Alfaro sigue aprendiendo, y del programa de la Fundación Botín se lleva que ella sola no puede con con todo, que necesita de los demás y de sus conocimientos, pero que existe una red de gente «igual de loca» que ella, dispuesta a ayudar. Solo quizá dentro de 10 años pueda verse involucrada en «un movimiento que trate de llevar un nuevo pensamiento político al país».

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