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Diez años de la tragedia que marcó una nueva era en la lucha contra el fuego

El viernes se cumple una década de la muerte de once agentes forestales en el incendio de Guadalajara

Diez años de la tragedia que marcó una nueva era en la lucha contra el fuego sigefredo

p. biosca/ j. a. pérez

Una barbacoa cualquiera de un sábado más de verano supuso en 2005 un antes y un después en la manera de afrontar los incendios en España. Claro que para ello también tuvieron que morir once personas y arder 13.000 hectáreas , parte de ellas pertenecientes al parque natural del Alto Tajo. Además del drama humano, la zona quemada no volverá a ser la misma hasta dentro de un siglo. Ahora que la ola de calor amenaza con no terminar nunca, ABC regresa una década después a la «zona cero» del fuego más trágico ocurrido en este país.

El incendio se originó sobre las 14.40 horas del 16 de julio por el descuido de unos excursionistas al preparar una chuletada en las barbacoas que había al lado de la Cueva de los Casares, lugar que alberga unas pinturas rupestres de gran valor. «De pequeños, veníamos por este sendero con las bicicletas y teníamos la sombra de todos los pinos. Yo estaba en el bar y llegaron chillando a la plaza: ‘¡Fuego! ¡Fuego!’», explica un vecino de la Riba de Saelices, la población más cercana.

El paisano prefiere no identificarse. Y, como él, casi todos los vecinos preguntados en este pueblecito al noreste de Guadalajara con apenas un centenar de habitantes censados. ¿Por qué? «Aquí estuvo imputado medio pueblo», dice, y se presiente que las heridas del monte tampoco han cicatrizado en la Riba. Cuando se apagaron las llamas, empezó un proceso judicial con 29 imputados, entre políticos, técnicos y vecinos de la zona a los que se atribuía alguna responsabilidad en el incendio.

Finalmente, en 2012 la Audiencia Provincial de Guadalajara solo condenó a Marcelino H. S., el excursionista encargado de la barbacoa. Un año después, el Supremo le ratificó la condena de dos años de prisión y una multa de más de diez millones de euros en concepto de indemnización a la Junta de Castilla-La Mancha por los trabajos de extinción.

No hay barbacoas

En la Cueva de los Casares ya ni siquiera están las barbacoas. Total, para qué, si unos días después del suceso el Gobierno de Zapatero prohibió hacer fuego en el campo durante la época veraniega. Solo queda imaginar cómo pudo saltar la chispa que prendió en el cereal situado a apenas unos metros y que hoy vuelve a estar recién cosechado como aquel día. De ahí enseguida el fuego saltó al pinar, puerta del parque natural del Alto Tajo.

Desde la Cueva de los Casares sale un sendero que discurre por una garganta entre dos colinas que lleva al valle de los Milagros, donde está el cerro del Otero. En este lugar, que pertenece a Santa María del Espino, fue donde, sobre las 17.30 horas del domingo 17 de julio de 2005, perdieron la vida once de los doce miembros del retén de Cogolludo . De la quema solo se salvó Jesús Abad gracias al agua de su camión motobomba.

El debate es si hubo o no falta de medios durante su extinción. En la Riba no lo creen: «Echaban agua desde el helicóptero y no llegaba al suelo, se evaporaba antes», afirma el mismo paisano. Ángel Tenorio, vigía de la zona desde hace 20 años, asegura que «al principio» sí que se quejaron de la falta de medios , «pero los demás días hubo muchísimos».

Las familias de los fallecidos no piensan igual. «Hubo una movilización tardía de medios y un abordaje absolutamente ineficaz», afirman Miguel Solano y Carmen Clara Martínez, abogados de ocho de los once fallecidos, además de tíos de uno de ellos. «No se montó un puesto de mando avanzado, el incendio se coordinaba desde Guadalajara capital, no se elevó a nivel dos (supone más medios) hasta que se supo que hubo muertos ( más de 27 horas después de su incio ). Fue un desastre», relatan.

Marcas del incendio

Las marcas que dejó el incendio aún se aprecian en los pinos que sobrevivieron a las llamas. Sin embargo, donde mejor se ven es en la comparación entre los viejos árboles de decenas de metros y los nuevos, crecidos después del fuego, que apenas levantan un par de metros. Llama la atención la maleza que ahora lo cubre todo . «Los que supuestamente son expertos piensan que el monte se tiene que regenerar solo. Yo creo que a los cinco o seis años se podría haber hecho una limpieza alrededor del pino para que crezca más fácil, pero hasta este año no nos han dejado limpiar nada», explica un vecino.

El merendero donde se originó el incendio acoge una presa en un estado lamentable. En teoría, hace de dique del río Linares y sirvió para que los helicópteros cogieran agua para apagar el fuego en aquellos fatídicos días de julio de 2005. Hoy ni siquiera se ve el agua, inundada de carrizo . «La presa se cambió después del incendio. Pero enseguida se abandonó y al cabo de poco tiempo se quedó peor que la que había. Ahora las compuertas ya están inutilizables», cuenta el mismo vecino.

En Ciruelos del Pinar, uno de los pueblos desalojados por el fuego, la situación es parecida. «Hicieron dos balsas para coger agua en el caso de que hubiera otro incendio y están dejadas de la mano de Dios. ¿Que de quién es la responsabilidad? Yo que sé, será del Gobierno», dice Juan Carlos Barrera.

A pocos kilómetros de Ciruelos, en la carretera que va a Mazarete, está la ermita de San Mamés, salvada milagrosamente de las llamas. En el arcén de enfrente, una placa con las letras medio borradas y tres de los once pinos plantados en su día recuerdan a las víctimas: «De las cenizas volverá a brotar la vida».

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