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El desafío de ser cristiano en Turquía

Aunque existe libertad de culto, miembros de la minoría católica, armenia y griega ortodoxa alegan cierta discriminación

El desafío de ser cristiano en Turquía efe

DANIEL IRIARTE

Un grupo de figuras blancas recorren la nave central de la Catedral del Espíritu Santo de Estambul, entonando cánticos en arameo. De pie, junto al altar, representantes de las comunidades ortodoxa, armenia y católica, entre otras, contemplan la ceremonia en silencio. La misa, en la que se ordena a un sacerdote siriaco católico, se celebra en turco, oficiada por Ignatius Yousef III Younan, Patriarca Sirocatólico de Antioquía.

Los siriacos de Turquía, tanto católicos como ortodoxos, han sido algunas de las grandes víctimas del interminable conflicto que desde hace tres décadas enfrenta a la guerrilla kurda del PKK contra el estado turco . La región de Mardin, fronteriza con Siria, de donde esta comunidad es originaria, fue una de las más afectadas por la violencia, lo que obligó a miles de siriacos a exiliarse en otros países, especialmente en Alemania.

Hoy, esta minoría apenas cuenta con unos 15.000 miembros en Turquía, la mayoría en Estambul. No obstante, con la mejora de la seguridad en esta zona, muchos de los refugiados están regresando, especialmente a las aldeas desperdigadas alrededor de la ciudad de Midyat.

En este proceso ha resultado clave una sentencia judicial de finales del año pasado, que determinó que los siriacos debían recibir el mismo estatus de minoría protegida que los judíos, griegos y armenios, que sí están reconocidos por el Tratado de Lausana de 1923 entre Turquía y las potencias vencedoras de la Primera Guerra Mundial. Una semana después de dicha sentencia, el gobierno turco decretó la devolución del monasterio siriaco de Mor Gabriel, en Mardin, expropiado por las autoridades locales cinco años antes.

Armenios, las eternas víctimas

Pero los siriacos no son la única comunidad cristiana afectada por la turbulencia regional. La minoría armenia jamás se ha recuperado de la masacre de más de un millón de sus miembros en 1915, lo que Turquía siempre se ha negado a reconocer como un genocidio . En la actualidad, el número de armenios turcos que admiten serlo sin problema son poco más de 50.000. Se calcula que podría haber una cifra mucho más elevada de los llamados «criptoarmenios», familias que aceptaron convertirse al islam para escapar a las matanzas de hace un siglo, pero que siguieron practicando su fe en secreto.

«Antes yo no me creía las historias de discriminación contra los armenios, pero son ciertas», dice el armenio Ara Topakian, sacristán de la iglesia del Espíritu Santo. Este antiguo jugador de baloncesto nació en el Líbano, a donde se trasladó su familia en 1949, huyendo de una abusiva tasa impuesta por las autoridades nacionalistas de la época a las minorías no musulmanas. Desde entonces, las cosas han mejorado, aunque la discriminación persiste , insiste Topakian, quien regresó a Estambul en 1984, cuando la guerra civil libanesa alcanzó su punto álgido.

«Cara a cara, yo nunca he tenido problemas con los turcos. Pero en Turquía, ningún miembro de una minoría puede convertirse en policía, militar o embajador», afirma Topakian. «He estado buscando trabajo durante dos años y medio», dice, a modo de prueba de las dificultades a las que se enfrentan los armenios , «y siempre he tenido que trabajar para compañías extranjeras», subraya.

«En Turquía, si uno quiere vivir su vida como cristiano puede hacerlo sin problemas», afirma un católico levantino, que no obstante prefiere no darnos su nombre. «Hay miedo, eso sí, por si te pueden hacer algo, aunque no hacia el gobierno ni hacia el pueblo turco», dice, refiriéndose a algunos asesinatos de misioneros y creyentes cristianos acaecidos en el pasado. Asegura, no obstante, que «no hay libertad religiosa porque si uno quiere construir una iglesia no es posible hacerlo».

«Septemvriana»

Aún más combativos se muestran los griegos ortodoxos de Turquía, quienes, debido a las cargas impositivas y la violencia, han pasado de ser un millón y medio hace un siglo a apenas unos pocos miles, casi todos residentes en Estambul. Casi toda la población grecoturca fue víctima del intercambio de población acordado entre la República de Turquía y Grecia en 1924, tras el que apenas se permitió a 150.000 de ellos permanecer en territorio turco.

Pero incluso aquellos que se quedaron sufrieron una verdadera persecución en septiembre de 1955, unos sucesos a los que los griegos se refieren como la «Septemvriana»: decenas de personas fueron asesinadas, y cientos de miembros de esta minoría vieron sus negocios incendiados por multitudes exaltadas. Los incidentes, orquestados por elementos de las fuerzas de seguridad para justificar un golpe de estado que tendría lugar cinco años después, se saldaron con la emigración de la práctica totalidad de una población griega que ya no se sentía segura.

Turquía también ha acogido a un importante número de refugiados cristianos venidos desde los países vecinos , especialmente Siria e Irak. «La situación es muy dramática. La Iglesia Católica Siriaca ha sufrido el éxodo y el desarraigo de muchos miles de

«Las comunidades cristianas en Oriente Medio no representamos ningún interés para las naciones poderosas»

nuestros fieles cristianos de Mosul y la Planicie de Nínive, hace cinco meses. Es muy trágico», explica el Patriarca Ignatius Yousef III. «Están cada vez más desesperados por el olvido y el desinterés hacia ellos por parte de la comunidad internacional. Las comunidades cristianas en Oriente Medio no representan ningún interés para las naciones poderosas. No somos suficientes, ni tenemos petróleo ni dinero, ni amenazamos a nadie con el terrorismo», se queja.

¿Optimismo?

El Papa Francisco parece ser muy consciente de este problema. «Turquía, acogiendo generoamente a un gran número de refugiados, está directamente afectada por los efectos de esta dramática situación en sus confines, y la comunidad internacional tiene la obligación moral de ayudarla en la atención a los refugiados», afirmó el viernes en su discurso en Ankara. «Turquía, por su historia, por su posición geográfica y por la importancia en la región, tiene una gran responsabilidad: sus decisiones y su ejemplo tienen un significado especial y pueden ser de gran ayuda para favorecer un encuentro de civilizaciones e identificar vías factibles de paz y auténtico progreso», declaró.

¿Es posible que las palabras del Pontífice puedan cambiar algo? El católico levantino entrevistado por ABC se muestra escéptico, recordando que desde la visita de Benedicto XVI, en 2006, «no ha mejorado nada». Algo más positivo es Tokatian, el sacristán armenio: «Antes, no se podía discutir el pasado. Ahora, al menos, se puede», dice.

Además, existen otros elementos para el optimismo, como el plan para inaugurar una nueva iglesia en Estambul, la primera en muchas décadas. Si el proyecto se lleva a cabo, será una prueba de que Turquía, de verdad, es más tolerante hacia sus minorías cristiana que antaño. El proyecto está en marcha, aunque de momento es, por desgracia, poco más que eso.

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