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A vueltas con las dietas sin carbohidratos

Una nueva investigación muestra que las personas que comen menos hidratos de carbono y más grasa adelgazan más rápido y con menos riesgos cardiovasculares

A vueltas con las dietas sin carbohidratos abc

N. RAMÍREZ DE CASTRO

Son como los ángeles y demonios de la nutrición. Las dietas ricas en grasa, proteínas y bajas en hidratos de carbono, como la famosa dieta Atkins , han sido tan admiradas como denigradas en un debate científico que parece no tener fin. Ahora un nuevo estudio, financiado por los Institutos de Salud de Estados Unidos , les da un nuevo voto de confianza. Después de que se alertara de los riesgos para la salud, los resultados muestran que aquellas personas que evitan los hidratos refinados (harinas, azúcares...) y toman más grasa (con excepción de las grasas «trans») tienen menos riesgos cardiovasculares que las que optan por reducir el consumo de grasa. Y, al mismo tiempo, logran perder peso con mayor rapidez.

Estos datos se acaban de publicar en la revista médica «Anales de Medicina Interna» y ofrecen una nueva vuelta de tuerca, probablemente no la última, al eterno debate sobre qué alimentos debemos elegir para perder peso y ganar en salud.

En el estudio participaron 150 voluntarios a los que se dividió en dos grupos: el primero evitó las harinas refinadas y los azúcares y comió más proteínas y grasas; el segundo, siguió un régimen con un 30 por ciento menos de grasa sin privarse de los hidratos de carbono.

Un menú tipo del primer grupo incluía huevos en el desayuno, ensalada de atún en el almuerzo y proteínas en la cena (carne roja, pollo, pescado, cerdo..) solo o con verduras y frutas. En definitiva, una dieta modificada de la Atkins aunque se les recomendó que eligieran alimentos con grasas saludables como el aceite de oliva, los frutos secos y el pescado azul. Pero también se les permitía tomar carne roja y queso, ricos en grasas saturadas. Los menús del segundo grupo incluían mayor cantidad de cereales, legumbres, féculas, azúcares e hidratos refinados, así como verduras y frutas.

Un año después, las personas que comieron menos hidratos de carbono habían perdido casi 4 kilos más de media que los que habían optado por un régimen bajo en grasa. Paradójicamente, los del primer grupo tenían menos grasa corporal que los que redujeron su ingesta.

Los análisis de sangre también mostraron menor riesgo cardiovascular para los que redujeron los hidratos y una mejor masa muscular. Al permitirles tomar más aceite de oliva y frutos secos, tenían más colesterol «bueno» y menos triglicéridos . No se notaron diferencias en cuanto a la tensión arterial y la presencia de colesterol «malo».

Esta nueva investigación es la primera que compara estas dietas en un plazo de tiempo tan prolongado. Y ayudará a cambiar algunas de las costumbres que se han colado en nuestra alimentación como consumir alimentos con cero por ciento de grasa, pero ricos en azúcares. «Es cierto que los peligros de los azúcares están infravalorados y esta nueva investigación puede ayudar en este sentido», señala Teresa Lajo , endocrinóloga del Hospital Moncloa de Madrid .

Sin embargo, Lajo no cree que ya se tenga la fórmula para mejorar las recomendaciones nutricionales de la población. «Ni la tenemos, ni debemos hacer una recomendación general; generalizar ha sido siempre uno de los grandes errores de la Nutrición», apunta.

A la medida

José Ordovás , especialista en Nutrigenómica, tampoco tiene claro que reducir los hidratos y aumentar la grasa saludable sea la «dieta perfecta». «Ya sabemos que no puede haber una única solución para adelgazar, sino dietas que se ajusten mejor a cada persona», explica Ordovás, director también del Laboratorio de Nutrición y Genética de la Universidad de Tufts (Estados Unidos).

Esta es la base de su investigación. Se busca una alimentación personalizada de acuerdo con nuestro metabolismo, genética e incluso con nuestra flora bacteriana para encontrar una solución al complejo puzle de la obesidad. Cuando se conozcan todos esos datos ya no hablaremos de alimentos buenos ni malos sino de recomendaciones específicas para cada individuo.

Ordovás le pone además pegas a la investigación que han financiado los institutos de salud de Estados Unidos: «El número de voluntarios que han participado no es muy elevado y se realizó en el estado de Luisiana donde no es habitual el uso de una dieta baja en grasa, por lo tanto la adherencia a largo plazo a una dieta de este tipo no será muy fácil culturalmente (de hecho se descolgaron 20 del estudio ante la imposibilidad de seguir).

Eso puede estar indicando que otros acabaron el estudio pero quizá la adherencia no fuera tal como debería ser, de ahí que los efectos fueran menores». También echa en falta estudios de imagen para ver si había diferencias entre los distintos tipo de grasa corporal acumulada, si era visceral o subcutánea. Y no ofrece resultados a largo plazo.

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