Volver a ser un niño en Toledo
La Ruta BBVA alcanza la penúltima etapa del viaje. Es tiempo de seguir las huellas de la ciudad “de las tres culturas” e ir abonando el terreno para la inminente despedida
JUAN ANTONIO PÉREZ
La sensación supongo que será parecida a la de estar casado con un extraño . Resulta que la Ruta BBVA llega a la ciudad en la que trabajas, donde pasas la mayoría de tus días, y mientras tus colegas periodistas no paran de exclamar « ... qué bonito es Toledo» desde la ventanilla del autobús, tú llegas a la conclusión de que no la conoces. Ni siquiera un poquito. De que sí, es verdad, a diario te pateas el Casco histórico para ir a dos, tres ruedas de prensa, y la prisa por no llegar tarde te impide ver por dónde caminas.
Toledo es pasado y es presente. Su historia está cocida tan a fuego lento, que para enamorarte de ella tienes que adaptar tu ritmo al suyo. Dar cuatro, cinco pasos, pararte y observar. Y mirar atrás al volver cada esquina. Solo así se aprende a amar la ciudad de «las tres culturas» , como se empeñan en recordar los guías turísticos. Este Año Greco, en el que se cumplen 400 años de su muerte, las huellas del pintor son ineludibles. Los «ruteros» visitan la Catedral Primada y ven «El Expolio». Van a la iglesia de Santo Tomé y allí está «El entierro del Señor de Orgaz». En el museo de Santa Cruz, más tomate Greco y eso que ya no está la gran exposición del 2014 en España: «El Griego de Toledo».
Aunque eso es lo superficial. Solo la fachada. La historia de Toledo es otra cosa. Es descubrir que, en realidad, El Greco nunca vivió donde ahora han levantado un museo que lleva su nombre, sino que lo hizo enfrente, en los jardines del Tránsito . Que sí, que está muy bien hablar de tres culturas, pero la verdad es que si en la ciudad aún se conservan dos sinagogas (la del Tránsito y Santa María la Blanca) es porque en su día a los edificios judíos se les dio otro uso. O que la Catedral se asienta sobre el terreno donde estaba la llamada Mezquita Mayor. O que la plaza de Zocodover era un mercado de ganado. O que el propio Greco, al que ahora se venera como un Dios, fue despreciado en vida por el entonces rey Felipe II y la Iglesia. Un modo de actuar que recuerda al cinismo de unos cuantos en la muerte de símbolos como Adolfo Suárez o Nelson Mandela.
En fin, que el silencio que reina un domingo por la mañana en el Casco histórico de Toledo se vio interrumpido por 203 jóvenes de 16 y 17 años en uno de los momentos más felices de sus vidas. Primero fue un murmullo. Algo casi imperceptible para el que se despierta a sorbitos. Luego la cosa fue subiendo de volumen y surgió la pregunta, «¿de dónde viene ese ruido?», que no dio tiempo a responder. Enseguida se vino encima la avalancha. Si no llega a ser porque visten pantalón corto y camiseta blanca o caqui, llevan una mochila verde y van andando, algún despistado habría pensado que estaban viendo pasar en directo al Tour de Francia.
Pero no. Aquella locura que se inventó hace 35 años Miguel de la Quadra-Salcedo y que hoy reúne a chavales de 21 países de habla hispana es una escuela de valores. Un intercambio cultural. Una forma de ver la vida alejada del materialismo actual y del «quítate tú, que me voy a poner yo». Un circo itinerante de sonrisas y sentimientos positivos. Una aventura, con todo el rigor de la palabra. No es extraño, pues, que Emiliano García-Page, alcalde de Toledo y hombre con un sexto sentido para ver por qué parte viene el río, dijera en la recepción del Ayuntamiento que la Ruta BBVA «interesa a la gente que trabajamos porque el mundo vaya a mejor».
Para ser del todo justos, convendría precisar: la Ruta hace mejores personas a quiénes forman parte de ella . Por eso cuando la cae la noche, el momento en el que se escriben las canciones de amor, uno de los patios de la Academia Militar de Infantería, donde los expedicionarios han montado su penúltimo campamento, acoge una escena única. Se cuenta que hace años, un jefe de comunicación de la Ruta decía a sus subordinados que en el caso de que hubiera que dar malas noticias, estas se dieran siempre en dos partes. Para que dolieran menos o para ir acostumbrando al cuerpo, debía ser.
Toledo es la penúltima etapa de la Ruta BBVA 2014. Después de la Ciudad Imperial, solo queda Madrid, con el recibimiento del Rey de España, Felipe VI , y la entrega de diplomas en la Universidad Complutense. Es una mala noticia, sí. De ahí que en la penúltima noche, ya se haya convertido en tradición que el fotógrafo Ángel Colina y Santi Botella, su ayudante, proyecten cientos de fotos de todo lo que se ha vivido en un mes y se almacenará para siempre en la memoria de los 203 «ruteros».
Y así, mientras suena la música y las imágenes van pasando a intervalos de cinco segundos, en la casi oscuridad de una noche muy agradable para ser verano en Toledo, empiezan los aplausos espontáneos. Y el amigo que te echa la mano por la espalda sin que te des cuenta. Y algunos enamorados que aprovechan para besarse ahora que todo el mundo mira a otro lado. Y las lágrimas que empiezan a bajar por la mejilla y se intentan tapar con la mano, mientras te sientes hasta culpable de que la Ruta te haya hecho tan feliz . Y al final, cuando ves cómo el proyector transmite la inocente mirada de cientos de chavales, se te viene a la cabeza aquella canción de Los Secretos, «Volver a ser un niño», y piensas: «Joder, ojalá la vida fuera tan bonita como la Ruta».
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