RUTA QUETZAL
Los apellidos vascos que transformaron Bilbao: López de Haro, Gurtubay, Churruca, De la Sota...
La Ruta BBVA llega a una ciudad en continua transformación y visita una factoría de emprendedores. En realidad, lo que siempre ha sido “El Bocho”
A mediados de julio, cuando parece que el calor por fin se asienta en España, la Ruta BBVA llega a Bilbao. Quien te ha visto y quien te ve, dicen de ella los que ya tienen una edad, pues ha vivido una profunda transformación de un tiempo a esta parte a la que no se le pone una fecha exacta. ¿Hace 10, 15, 20 años? El caso es que donde antes había astilleros, humo negro y grandes buques, ahora hay agradables espacios verdes, limpísimos, perfectos para guardarse el reloj en el bolsillo.
Si se trata de descubrir cuál es el alma de la ciudad, hay que ir la ría. «Es fundamental para entender Bilbao», opina Juan José Alonso, que da una conferencia sobre ella a los «ruteros» en el Museo Martítimo (en él todavía está la gabarra en la que la plantilla del Athletic de 1984 celebró la Liga y la Copa). Vitoriano de nacimiento, bilbaíno por enamoramiento de su mujer y de la propia ciudad. Ingeniero naval, dice al describirse: «me pasó la vida haciendo barcos». Cree que con la ría «la ignorancia que hay» sobre su importancia es «absoluta».
Antes de los cambios actuales, a su vera 40 familias en 40 kilómetros a la redonda y 40 años, los que van de 1880 a 1920, se hicieron amos de las finanzas, la siderurgia o los altos hornos, por no seguir. Y mucho más lejos aún, a principios del siglo XIV, fue gracias a su amparo por lo que Diego López de Haro (que ahora da nombre a la Gran Vía) convirtió Bilbao en villa y en pocas vidas pasó de ser una pequeña aldea de pescadores a un importante centro de navegación, comercio e industria.
Las ciudades las hacen las personas y el de Diego López de Haro solo es el primero de los nombres que han dado prestigio a Bilbao. Detrás de él, hay un porrón. Como Diego de Gardoqui, que fue uno de los primeros firmantes de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, además de ser el primer Embajador de España en el nuevo país. O como José María Gurtubay, que en 1835 creyó arruinarse al comprar por error a Inglaterra millones de bacalaos (el asunto fue que pidió 100 ó 120 y alguien lo entendió mal y le vendieron 1000120) y luego, durante la primera guerra carlista con el sitio a la ciudad, se hizo inmensamente rico. Por cierto, que la actual Duquesa de Alba lleva el apellido Gurtubay, ya que una nieta de este vizcaíno se casó con el abuelo de Cayetana.
O como Horacio Echevarrieta, que en 1923 liberó a tropas españolas del entonces llamado Protectorado de Marruecos al haber sido compañero de estudios del hermano de Abdelkrim. O como Evaristo de Churruca, el ingeniero de caminos que arregló la ría creando un puerto exterior a la desembocadura. O como José María Martínez de las Rivas, que hizo barcos de acero para la Armada española cuando aquí nadie sabía. O como Ramón de la Sota, que convenció a otros navieros para construir unos diques secos en el margen izquierdo de la ría. Aquello se llamó Euskalduna y fueron los grandes astilleros de la ciudad. Ahora en esos terrenos se asienta el Guggenheim, el Museo Marítimo y el Palacio de Congresos y de la Música del mismo nombre que los astilleros.
Pues a medio camino entre la obra maestra de Frank Gehry y el Ayuntamiento se anuncia Bilbao Berrikuntza Factoría, algo así como «centro de ideas», uno de los Sillicon Valley de la ciudad. Otra vez el emprendimiento y Bilbao. En este edificio público, INIT y la Universidad de Mondragón fomentan el talento en tres ejes. La institución educativa imparte un grado sobre liderazgo, emprendimiento e innovación. La segunda pata son las empresas consolidadas en busca de sinergias con el tercer eslabón, las «startup», pymes tecnológicas de reciente creación, a las que el centro asesora y cede un local a un precio más bajo que el del mercado.
Planetafan es una de esas «startup». Nació hace dos años como un catálogo online de todas las marcas de ropa. Pero con el tiempo pulieron la idea y ahora es un intermediario para que cualquier persona que busque una determinada prenda la encuentre en el pequeño comercio, evitando el filtro, casi siempre insalvable, de la multinacional.
Para ello tienen una aplicación móvil y su propio escaparate web, en el que ahora hay 170 tiendas adheridas que pagan un canon anual (tienen el objetivo de llegar a 400 antes de que acabe el año). Aparte que realizan cualquier servicio de promoción a dichos establecimientos. Estibaliz Andrés, 27 años, es una de los tres socios de Planeta Fan. Estudió Publicidad y Relaciones Públicas. «Tenía claro que quería tener un trabajo con responsabilidades». Dice que en el centro de Init y Mondragón, al que accedieron tras pasar una prueba, llevan tres meses. En la actualidad, la empresa ya es rentable y da empleo a tres comerciales, que serán seis a partir de septiembre.
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